Capítulo 17

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RAFA

Llegué a casa con unas cervezas de más. No había quedado con ninguna de mis amantes, pero no me apetecía llegar pronto, así que me quedé con los chicos tomando unas cañas.

La perra que le había dado a Jose con la nueva. Suponía que será la novedad, pero se pasó las dos horas que estuvimos alabando cada parte del cuerpo de Daniela, y eso que no la había visto desnuda. Creo que, si lo hubiera hecho, le habría compuesto una oda.

Les comenté a los chicos mi conversación con el jefe, no quería ninguna salida de tono por su parte. Una cosa era bromear entre nosotros y otra muy distinta hacer de la entrada de la nueva administrativa un infierno para ella.

Me costó un rato que lo entendieran, pues para ciertos aspectos eran un poco cromañones, y yo no era el mejor ejemplo respecto a las mujeres. Era un secreto a voces que mi vida conyugal era un verdadero desastre, aunque ellos se limitaban a ensalzar mis devaneos y coronarme el macho alfa de la manada.

Para los chicos era lo denominado «cabrón con suerte» y, para mí, la etiqueta se limitaba a la palabra «cabrón».

Cerré la puerta de casa. En esta ocasión Olivia estaba despierta, tumbada en el sofá con la vista clavada en la tele.

—Llegas tarde —soltó con voz áspera.

—Como siempre, me he quedado hablando con los chicos de los objetivos de venta del mes. —Me acerqué para besar su frente. Entre nosotros no había ya otro modo de saludarnos, quedaban muy lejos aquellos besos con sabor a deseo que nos dábamos antaño. Podíamos pasarnos horas por el simple placer de sentir nuestras lenguas acariciarse. Hacía tanto de aquello...

Ella bufó cuando puse los labios sobre su piel.

—Apestas a cerveza. Seguro que os habéis puesto finos en algún bar.

Mi espalda se tensó ante la afrenta.

—Solo han sido un par de cañas.

—Para ti siempre son solo un par de cañas, tendrías que haber sido pescador en lugar de vendedor —evidenció haciendo un mohín con los labios.

—Será mejor que haga la cena, no tengo ganas de discutir.

—Tú nunca tienes ganas de discutir, simplemente, te dedicas a provocarme con lo que sabes que me saca de quicio. Parece que lo hagas adrede.

Me mordí el interior del labio para no contestar. Tal vez tuviera razón y en mi fuero íntimo buscara esa provocación, llevarla al límite que la hiciera dejarme y no sentirme el malo de la película por haber dejado de quererla como pareja.

—Descansa —respondí apartando la mirada de la suya.

Cada vez me costaba más no soltarle todo lo que pensaba, debía frenarme porque una discusión como la que tendríamos podía traer consecuencias funestas.

Ya no sé cuándo mis miradas pasaron del amor al desdén. Y que conste que no era porque estuviera enferma, Dios sabe que habría dado mi vida por la suya si hubiera hecho falta. Era por el modo en el que me trataba, con esa superioridad, como si ella fuera perfecta y yo, alguien al que corregir, menospreciar y enseñar.

Ya no era un crío y ella no era mi madre ni mi maestra. La consideraba mi mujer, aunque no estuviéramos casados, pero para ser sincero ahora ni tan siquiera era eso para mí.

Me agarré del pelo y me tiré de él con fuerza tratando de exorcizar a mis propios demonios. ¿Esa era la vida que quería para mí? ¿Para nosotros? Sabía la respuesta, pero no tenía cojones para dar el paso. Tal vez fuera un cobarde, no lo sé. Pero no podía abandonarla así.

Había días que achacaba su carácter a la enfermedad, aunque sabía que solo era una flagrante mentira. Olivia era así, nunca cambiaría, y eso era lo que me esperaba hasta el fin de mis días.

Puse la verdura a hacerse en la olla exprés y aproveché para darme una ducha rápida.

Después, hice un par de hamburguesas a la plancha y le llevé la cena en una bandeja para posarla en la mesita de delante del sofá. A veces cenábamos allí en vez de en la mesa de comedor, lo hacía cuando la veía interesada en lo que daban por la pantalla. Prefería que se entretuviera con eso antes que ensañarse conmigo, que parecía ser lo único que últimamente le gustaba hacer.

—¿Vamos a cenar aquí? —inquirió cuando deposité la bandeja delante de ella.

—Pensé que te apetecía ver la tele.

Ella resopló.

—Sí, tal vez sea mejor que me pierda en las desgracias ajenas en lugar de en las propias. —Sus ojos volaron hacia el lugar en donde había dejado mi cerveza—. ¿No has tenido suficiente que necesitas otra?

Tomé el botellín, desafiante, y di un largo trago.

—Al parecer, no.

Ella se incorporó, cogió el tenedor y removió la patata con las espinacas con desidia para llevarse un bocado a los labios.

—Ya has usado otra vez la olla exprés. Te he dicho mil veces que, si pones la patata con la espinaca, esta se pasa. Además, la verdura está sosa. —Soltó el tenedor con desprecio y yo seguí bebiéndome las palabras al compás del lúpulo fermentado—. Da igual, no tenía mucho apetito y tú me has quitado el poco que tenía. Me voy a la cama. Cómete tú la cena, si quieres.

Contemplé el esfuerzo titánico que hacía para incorporarse. A esas alturas de la película sabía que o la acompañaba o no llegaba a la habitación.

Dejé el botellín sobre la mesita y la cargué sin añadir nada, porque todo lo que hubiera dicho en ese momento solo habría servido para enfrentarnos.

La ayudé a desvestirse y abrí las sábanas para que se acomodara, cubriéndola con ellas cuando hubo adoptado la posición de siempre.

—Que descanses —me despedí acercándome a su frente de nuevo para besarla.

Ella se apartó.

—No me beses apestando como lo haces, me da náuseas.

Apreté los puños y salí del cuarto directo a la nevera. Recuerdo que cogí el pack de seis, donde ya solo quedaban cinco, y me lo fundí. Cayeron todas, una a una, no cejé en mi empeño hasta que me sentí lo suficientemente ebrio como para olvidar mi realidad. Estaba amargado por fuera y por dentro, y no por el amargor de la cerveza.

Aquella noche yo tampoco cené. Vacié los platos, recogí la cocina y me tumbé en el sofá. Sabía que, si lo hacía en la cama, Olivia se despertaría y me echaría en cara el hedor a alcohol, pero es que prefería la compañía de la bebida a la de mi mujer.

¡Puta mierda de vida!

Cerré los ojos abandonándome a Morfeo, quien no tardó en acogerme en su mundo. Mañana ya sería otro día.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora