Capítulo 71

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Rafa

Selmo, el abuelo de Dani, se había empeñado en que no nos faltara de nada, y en el momento de los cafés y las copas se había dedicado a perseguir al camarero que paseaba con el carro de los licores para robárselo cada dos por tres y plantarlo en nuestra mesa. Hasta tres veces se lo sustrajo al pobre camarero, que se volvía loco cada vez que desaparecía. Finalmente, el hombre, desesperado, lo escondió para que Selmo no se lo quitara más.

El abuelo de Dani vino hecho un basilisco diciendo:

—¡¿Y el carro?! ¡¿Dónde está el carro?! —Miraba de un lado a otro sin dejar de preguntarlo insistentemente.

Nosotros lo mirábamos divertidos y, tras tanta obstinación, solo se me ocurrió responder:

—¡Pues estará con Manolo Escobar!

A Jose, que ya estaba al borde de las lágrimas solo le hizo falta eso para ponerse a dar palmas y entonar eso de:

—Mi carro me lo robaaaaron, anoche cuando dormía...

Y todos coreamos, jaleando:

—¿Dónde estará mi caaaarro?, ¿dónde estará mi caaaarro?

Incluso el abuelo se unió a la matraca.

Pero el buen humor se detuvo de golpe cuando la gente quedó en silencio, una suave música se filtró en el ambiente y Dani salió a abrir el baile con su recién estrenado marido.

Mi corazón dejó de latir por segunda vez en el día. La realidad me golpeó directamente en el rostro, sacándome de aquel paréntesis en el que me había sumido.

Ella bailaba con elegancia, con la cabeza un poco inclinada hacia atrás mientras cantaba la canción mirando a Víctor, que parecía un pato mareado. ¡Madre mía, menudo desastre! A duras penas movía los pies de izquierda a derecha como un jodido muñeco, que es lo que era.

No aguanté más la visión, me levanté y fui directo a la barra, donde me enganché gran parte de la noche.

Un par de horas después, vi a Dani agarrarse el vestido y salir corriendo como una loca. Supongo que por instinto me levanté y la seguí.

Su abuelo estaba sentado fuera, con la cabeza entre las manos y ella se había puesto en cuclillas para mirarle el rostro. Juan también estaba allí, había salido justo después de su hija.

Me acerqué para escuchar cómo le decía:

—Pero, abuelo, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal? Me han dicho que estabas aquí fuera y me he preocupado —preguntó acongojada.

—Tranquila, hija, estaba mareado y salí a tomar el aire. Debió ser una reacción alérgica a toda esa laca que me echaron en la peluquería.

Vi la cara de escepticismo de Juan, que no daba crédito.

—Papá, ¿la laca? ¿En serio? Pues yo diría que, más bien, las culpables son las tres botellas que he encontrado bajo la mesa y que tú solo te has pimplado. ¡Padre, que ya tenemos una edad como para ir empinando el codo de esa manera!

Selmo irguió la cabeza de golpe, se le notaba que estaba verdaderamente perjudicado y eso me hizo gracia. Menudo hombre.

—Ha sido el camarero, ¡oh! Me ha cogido manía por lo del carro. ¡Díselo, Rafa! ¡Me la tiene jurada! —exclamó fijando la vista en mí, al igual que Dani, que hasta el momento no se había percatado de que estaba allí.

Tuve la necesidad moral de apoyarlo.

—Pues claro, seguro que ha sido ese camarero, que finalmente dio con Manolo.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora