Capítulo 29

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RAFA

¿Por qué era tan jodidamente perfecta?

Recuerdo que, cuando la vi aparecer, casi entro en parada de la impresión.

Dani llevaba un precioso vestido rojo que se amoldaba a cada curva, unas sandalias destapadas que mostraban aquellos deditos tan pequeños y cuidados como un ejército de recién nacidos. Con una manicura francesa recién hecha que los convertía en algo goloso para llevarse a la boca y degustarlo con delicadeza. Me hubiera encantado perderme en ellos y lamerlos con la adoración que merecían.

Woooow —suspiré, provocando que sonriera.

—¿Me he pasado?

Ocupó el asiento con la gracia que la caracterizaba. La falda, que ya de por sí era corta, se subió mostrando tal cantidad de carne que mi polla se activó al instante. Me removí intentando acomodar la erección que pugnaba por salir del interior de mis vaqueros. Dani buscó en mis ojos mi aceptación.

—No te has pasado, solo es que estás impresionante.

—Gracias —admitió coqueta—. No sabía qué ponerme. Como no has querido decirme nada, he vaciado el armario dos veces tratando de buscar algo que sirviera para cualquier ocasión.

—Y yo que creía que vendrías vestida de gaitera.

—Eso es lo que tu querrías, que te soplara la gaita, pero ya te dije que no. Además, los catalanes de eso no tenéis.

—Si quieres comprobarlo... —le ofrecí, ganándome un gesto de indiferencia. Era tan divertida, me gustaba que no se cortara.

Me miró de arriba abajo para comprobar mi atuendo.

—Yo tampoco te imaginaba así, pensaba que dormías con el traje puesto.

—Creo que te sorprenderías si vieras cómo duermo...

—No me lo digas, en un ataúd —anotó contemplando la camiseta negra de Drácula que llevaba puesta.

—Siempre me ha gustado Drácula.

—Y a mí.

—¿Me dejarías morderte el cuello para chupártela?

—¿La sangre? —inquirió pizpireta.

—Lo que me dejes.

—Mmmm, igual te encuentras con que te clavo una estaca.

—Creo que a la vista está que antes te la clavaría yo.

Desvió la mirada a mi bragueta, que estaba en pleno apogeo.

—Entonces, tendré que dejar de fingir y echar mi halitosis sobre ti. Dicen que mi aliento huele a ajo.

—Cariño, a ti no te huele nada a ajo. Me encantaría perderme en tu aliento.

—Tonto. —Me golpeó el hombro con complicidad—. Anda, vamos, que me muero de ganas de ver el sitio al que piensas llevarme.

Encendí la radio y dejé que las notas de A quién le importa, de Alaska, sonaran en la emisora. Como era de esperar, Dani no tardó ni un segundo en agarrar su micro imaginario, mover la melena y cantar sin ningún pudor la canción mientras conducía.

La gente me señala,
me apunta con el dedo,
susurra a mis espaldas
y a mí me importa un bledo.
Que más me da
si soy distinta a ellos.
No soy de nadie,
no tengo dueño...

Me limité a mirarla. No es que tuviera una gran voz, incluso podía afirmar que cantaba mal, pero no importaba; le ponía tanta pasión, tanta chispa y entusiasmo, que yo no podía dejar de mirarla.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora