Capítulo 59

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DANI

Mi compañera y yo recogimos con rapidez, mirando de soslayo el despacho de Díaz. El jefe parecía muy cabreado, no dejaba de hacer aspavientos con las manos frente a un Rafa que agachaba la cabeza. Esperaba que no fuera excesivamente duro con él. A esas alturas de la película, Rafa era imprescindible en mi vida y tenía la misma importancia que cualquier integrante de mi familia.

En la recuperación de Olivia traté de apoyarle al máximo, incluso iba a verla para hacerle compañía y ejercer como soporte moral. Sabía el peso que Rafa soportaba a diario, así que trataba de hacérselo más llevadero. Le llevaba algún libro, charlábamos un rato y poco más. Así él podía desconectar y yo, contemplarlo con cariño.

La tarde de compras fue productiva. Andrea salió de la tienda con un precioso vestido verde esmeralda que la favorecía muchísimo y yo, con un par de zapatos nuevos de los que me enamoré irremediablemente.

Recibí un mensaje de Rafa por la noche diciéndome que la situación con Díaz había sido tensa, pero que no iban a rodar cabezas ni habría sanciones. Que si había regresado antes de lo previsto de las vacaciones era por un problema familiar, así que lo habíamos pillado bastante cruzado.

El médico le dijo a Olivia que había alcanzado el máximo de flujo que podía tener con el stent y que la recuperación había ido increíblemente bien. Eso sí, debería seguir acudiendo a las revisiones que él le marcara, pero de forma más esporádica.

El sábado por la mañana recibí un mensaje de Rafa con un «necesito verte» que no pude resistir.

Quedamos a solas, a mediodía, para en teoría tomarnos el vermut, pero la realidad es que estuvimos juntos hasta bien entrada la tarde. Joder, me sentía tan bien cuando estaba con él que las horas se evaporaban. Estuvimos riendo, tonteando, me contó más calmadamente la conversación con el jefe y se puso serio para decirme que estaba llegando al límite de su paciencia con Olivia.

Rafa tenía puesta la esperanza en que la operación cambiara el agriado carácter de la que consideraba su mujer, pero no había sido así. Ella seguía siendo la misma, con aquel rictus de superioridad y de reproche que usaba a la menor ocasión, logrando que Rafa se sintiera mal hiciera lo que hiciera.

Le dije que se calmara, que era un mal hábito adquirido, que en algún momento aflojaría y se daría cuenta de la maravilla de hombre que era. Había que estar muy ciega para no darse cuenta de lo increíble que era Rafa en todos los ámbitos.

A mí también me dolía ver cómo lo trataba, pero pensaba que en algún momento su cerebro haría clic y se daría cuenta de todo lo que se estaba perdiendo.

Terminamos bebiendo un pelín más de la cuenta y regresando algo achispados a casa. Total, ambos íbamos a estar de verbena, ¿qué más daba una copita de más? Era lo que se hacía esos días: comer, beber y divertirse.

En cuanto llegué a casa me di un baño largo para arreglarme y tratar de sacar la mejor versión de mí misma. Me puse un bonito vestido negro de gasa con cuentas, unas sandalias altas y un coqueto bolso a juego. Víctor se puso un pantalón de lino y una camisa azul que le había regalado para su cumpleaños. Debía reconocer que en el espejo hacíamos una bonita pareja y en las fotos quedábamos muy bien.

Le había pedido que se encargase de comprar cava y una coca de frutas y chicharrones para llevarles algo a Jose y a Andrea. Cuando me invitaban a cenar, no me gustaba ir de vacío; por lo menos, así me habían enseñado en mi casa.

Al llegar no pude contenerme y solté un «¡Oh, qué bonito!» que entusiasmó a Andrea.

Me encantó cómo habían decorado la casa con guirnaldas de colores, farolillos con velas y serpentinas brillantes. En la terraza había dispuesto una larga mesa con un montón de platitos para picotear.

—He pensado hacer algo informal, espero que os guste. —Andrea me mostraba la mesa, llena a rebosar, decorada en tonos multicolor.

—¿Estás de broma? Será informal, pero todo tiene una pinta que te mueres. ¡Ay, si mi madre y mi abuela estuvieran aquí, cuánto disfrutarían!

Andrea me ofreció una sonrisa complacida y yo la estreché en un abrazo. Era lo más parecido a una hermana que tenía allí.

Fue una velada agradable. Jose y Víctor tiraron algunos petardos y encendieron fuentes de colores que nos arrancaron más de una sonrisa. Nosotras no dejamos de marujear sobre los preparativos del enlace, lo que había ocurrido con Díaz y la relación de Rafa y Olivia.

Andrea tenía ojos y orejas, igual que yo, y a ella también le sabía mal cómo trataba a nuestro amigo, aunque nunca se lo había dicho a él directamente. Decía que no quería inmiscuirse, que las relaciones de pareja eran cosa de dos y que, si te metías, terminabas escaldada.

Tal vez tuviera razón, pero yo estaba involucrada hasta las trancas. Aunque, como Andrea, trataba de mantenerme al margen en ese aspecto y solo intentaba defender a Rafa cuando lo veía apurado o escucharlo cuando lo necesitaba.

Llevábamos un buen rato cenando cuando mi móvil empezó a sonar con insistencia. Abrí el bolso, extrañada, y me asombré al ver el nombre de Rafa en la pantalla. ¿Le habría pasado algo a Olivia? Le pedí a Andrea que aflojara un poco la música, le había dado por poner un CD recopilatorio de fiestas y verbenas que era un despropósito.

—¿Rafa? —contesté inquieta—. ¿Está todo bien?

—Se acabó, Dani.

Su tono hosco me detuvo el corazón.

—¿C-cómo? —No entendía nada. ¿Se acabó? ¿A qué se refería? ¿Estaba rompiendo conmigo? ¿Habría discutido con Olivia y decidido poner fin a nuestra relación?

—No aguanto más y no hay marcha atrás.

¿Qué le ocurría? Si por la tarde se había ido contento a casa, parecía que estábamos bien. El pulso me temblaba y no quería dar muestras de lo que me estaba pasando por la cabeza, pues los ojos de Andrea me miraban con extrañeza. Su actitud parecía haber captado la atención de Jose y Víctor, así que no sabía qué responder.

—¿Qué ocurre? —murmuró Jose.

Yo me encogí de hombros. Me aclaré la garganta mordiéndome el labio, tratando de que no se me notara la preocupación que pujaba por aflorar.

—¿Sigues ahí? —Era su voz la que lanzaba la pregunta.

—Sí —afirmé temerosa.

—¿Estás con Jose y Andrea?

—Sí —Otro monosílabo. Tenía que calmarme, necesitaba calmarme o se iban a percatar de que algo me pasaba.

—No te preocupes por mí, estaré bien.

¿Que estaría bien? ¿Me estaba dejando y solo se le ocurría decirme que estaría bien? ¿Y qué pasaba conmigo? Sentía ganas de gritar y aporrear el teléfono. Las cosas no se hacían así, durante una cena donde no podía decir o hacer nada. El corazón se me iba a salir por la garganta, el pecho me dolía, necesitaba una explicación que no se limitara a un «Se acabó, Dani». Y lo peor de todo era que no sabía si estaba preparada para asumirla.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora