Epílogo

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Rose

Remuevo mi cortado, corto de café, y los miro. No puedo evitarlo, Dani y Rafa son una pareja que desprenden ese tipo de energía que te hace creer que los sueños imposibles en realidad son posibles.

Los veo contemplarse, sonrientes, siete años después de haberse casado y no puedo evitar pensar que, cuando crees que tu vida no puede cambiar, llega alguien y lo desbarata todo de un modo maravillosamente inimaginable.

Mi neurona espejo se activa y, sin poder evitarlo, los imito, sentada en la terraza de un bar cualquiera cerca de mi casa. Los observo como a uno de esos cuadros que te atraen y te despiertan miles de sensaciones, aunque no sepas muy bien el porqué o tan siquiera entiendas la complejidad que esconden.

Dani voltea la cabeza con suavidad y me mira con fijeza, rompiendo el hechizo que han fraguado en un momento.

—¿Recuerdas cómo comenzó todo esto? —le pregunto a Dani reclinándome hacia delante para dar un sorbo a mi taza caliente.

—¿Cómo no voy a hacerlo? —Se pone detrás de la oreja un mechón de pelo brillante. Está guapa y no porque lo sea, que eso es obvio, sino porque desprende el brillo que solo te da la felicidad.

—Hará cosa de un año me senté a comer con un par de amigas y creo recordar que la de delante de mí eras tú, Rosa. Porque para mí no eres Rose, siempre serás Rosa.

Le sonrío.

—Claro que sí, a ti te lo permito todo, que cosas peores me llaman. Eso de que el pseudónimo sea en inglés tiene sus consecuencias. A veces me siento como un cava cuando me llaman «Rosé» en vez de «Rous», que es como se pronuncia.

Los tres reímos y ella prosigue:

—Pues bien, estábamos comiendo y cotorreando sin parar, como es habitual cuando nos juntamos, y se me ocurrió darte una pincelada de mi historia. Bueno, más bien, solté algo así como que había hecho el viaje de novios sola. Tus ojos se abrieron como platos y me escuchaste hasta que dejé de hablar y, de golpe, con el rostro iluminado, soltaste: «Quiero tu historia». Y yo te respondí: «¡Claro, cuando quieras!». Pensaba que se te había ido la pinza, que era broma, pero no, hablabas completamente en serio. Y aquí nos tienes, tomándonos un café contigo, para formar parte del epílogo de nuestra propia historia, ¿quién nos lo iba a decir?

Se miran el uno al otro asintiendo.

—Dicho así, suena un poco fuerte —admito.

—Lo es, ha sido una experiencia brutal, ¿verdad, Rafa?

Él la mira con esa adoración que te pone los vellos de punta y después dirige su atención hacia mi persona. Viéndolo, es fácil sentir todo el amor que Rafa transmite en el libro. Es algo que se palpa, que se huele, como el sutil aroma a tierra mojada o al mar de Cantabria que tanto le gusta a Dani. Y sé que ella, mi amiga, a la que quiero como a una hermana, se siente feliz con solo percibirlo a su lado.

Ahora es él quien toma la palabra y fija sus ojos caramelo a los míos. Rafa es de mirar a los ojos, como las buenas personas, las que te lo cuentan todo sin reservas, y eso es de agradecer.

—Cuando Dani me dijo que querías escribir nuestra historia, me pareció que podía ser divertido narrar todo lo que habíamos vivido hasta el momento de estar juntos. Aunque, si ahora tuviera que darle un calificativo, sería emocionante. —Los ojos le brillan y me pierdo un poco en esa mirada profunda y conmovida—. He vuelto a vivir momentos preciosos que nunca jamás podré borrar de mi memoria.

»También he revivido otros muy dolorosos que me han enseñado a ser la persona que soy hoy. —Hay un ligero toque amargo en el tono de su voz, como un sorbo de café al que has olvidado ponerle el azúcar. Aunque rápidamente se pierde el amargor cuando sus ojos se encuentran con los de Dani y sus manos se acarician con sutilidad bajo la mesa—. Creo firmemente que Dani y yo estábamos predestinados a estar juntos, aunque el mundo entero se opusiera.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora