Capítulo 45

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RAFA

Decididamente, no estaba enferma. Acababa de descolocarme por completo. Me seguía el juego, entonces, ¿qué narices le había pasado? ¿Por qué había huido del trabajo?

No sabía si lo hacía adrede o no, pero sus caderas se movían como el pecado a cada peldaño, poniendo mi polla dura con el chasquido de sus tacones en el suelo de mármol. Un, dos, un, dos, no podía estar más empalmado.

Cuando llegamos al piso, en el que ya había estado con anterioridad en uno de nuestros muchos encuentros con el grupo, se limitó a encender la luz del recibidor e ir directa a la habitación principal, quitándose la chaqueta mientras tanto.

La seguí como había estado haciendo hasta el momento, perdido en sus movimientos, que me tenían hipnotizado.

Al entrar lanzó la prenda al cubo de la ropa sucia y fue directa al armario descalzándose los tacones sobre la alfombra.

Descorrió la puerta corredera de cristal donde se desplegaba la ropa de Víctor perfectamente ordenada por colores y, sin mirarme, me dijo:

—Desnúdate, voy a buscar algo que te sirva.

Parpadeé un par de veces tratando de entender bien la orden.

—¿Quieres que me desnude? —La voz me salió más ronca y entrecortada de lo habitual.

—Sí, eso he dicho, a menos que quieras coger una pulmonía. En el primer cajón de la cómoda hay toallas. —No añadió nada más, empezó a revolver el armario buscando alguna prenda de ropa.

Yo me limité a desprenderme de la chaqueta, la camisa, los pantalones, los calcetines y, finalmente, los calzoncillos. No moví un dedo por alcanzar la toalla, me limité a quedarme de pie y esperar a que se volteara. Si no captaba la señal, no sería porque mi cuerpo no hablara alto y claro. Le estaba sirviendo mi antena parabólica en bandeja.

Cuando se dio la vuelta, la sorpresa inicial fue descartada rápidamente por algo mucho más cálido que erizó mi piel. Sus ojos pasearon perezosos por cada parte de mi anatomía que permanecía mojada. Sus labios se curvaron en una sonrisa caliente al reparar en mi erección.

—Justo como te recordaba —admitió con admiración subiendo hasta mis ojos—. Supongo que te irá bien —añadió dejando un pantalón de chándal y una camiseta sobre la cama mientras ella cogía el bajo de su vestido y tiraba con ímpetu hacia arriba.

Juro que no podía estar más cachondo. Ver su cuerpo cubierto de encaje transparente color salmón y su piel húmeda era una locura. Tragué con fuerza ante la visión, Dani era lujuria en estado puro.

Sin apartar los ojos de los míos, se desabrochó el sujetador y lo dejó caer al suelo. Mi boca ya salivaba antes de que colara los dedos bajo la tira de la braguita y la hiciera descender resbalando por sus muslos hasta correr la misma suerte que la prenda anterior.

—Igualdad de condiciones —musitó—. No me gustaría que después me reprocharas nada. —¿Después? ¿Es que había un después? Mi capacidad de habla estaba siendo mermada, pero a ver quién era el guapo a quien se le ocurría algo ingenioso con una mujer como esa desnuda—. ¿Piensas quedarte toda la noche contemplándome? —Seguía sin responder, porque contemplarla no era precisamente lo que me apetecía en ese momento—. Tal vez se te haya comido la lengua el gato —observó caminando hacia mí.

—No me hables de comer... porque lo que estoy pensando que me coma la gata no es precisamente la lengua.

—Miau —ronroneó abriendo el segundo cajón de la cómoda para coger una camiseta ancha que dejó caer sobre su cuerpo. Ella tampoco se había secado, los pezones se marcaban encrespados y me pareció la prenda más erótica que había visto nunca sobre un cuerpo de mujer.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora