Capítulo 7

68 8 10
                                    


—¿Qué te casas y te mudas a Barcelona? ¿Y me lo sueltas así? ¿Sin más?

Me mordí la uña del dedo gordo. Mentalmente, había tenido esa conversación mil veces con mi madre, pero era diferente tenerla de verdad.

—Sí, mamá, ha sido todo muy precipitado. GijoTextil está en quiebra y a Víctor le ha salido una oportunidad que no podemos desaprovechar. Además, aún queda mucho para la boda, solo le puse una condición y es que nos casáramos en Gijón.

—Faltaría más —rezongó molesta.

—Y tenemos mucho tiempo. Iremos en verano, Navidad y cada puente que tengamos para prepararla, así que calcula como mínimo dos años o dos años y medio, que no quiero casarme con lluvia por mucho que digan que trae buena suerte.

La escuché resoplar.

—¿Y qué piensas hacer, pagarle una pasta a San Pedro para que cambie el clima? Eso no se puede garantizar, hija. Además, es mucho tiempo.

Ahora la que resopló fui yo.

—Ay, mamá, no hay quien te entienda. Primero, te echas las manos a la cabeza por la boda y, ahora, te parece demasiado tiempo.

—No es eso, es que pensaba que, al cerrar la empresa, os vendríais para acá y os vais todavía más lejos. Yo creía que regresaríais, formarías vuestra familia, vería crecer a mis nietos...

La palabra nietos por poco me provoca un sarpullido.

—Mamá, no empieces, ni siquiera sé si quiero tener hijos. —Yo también la extrañaba, pero tenía que ser consecuente con nuestro futuro. En Gijón era complejo encontrar puestos bien pagados y de dirección. Yo era la primera en mirar las fechas de las vacaciones para regresar a casa y estar con los míos, pero todavía no era el momento. Víctor tenía razón en eso—. Sabes lo difícil que está el mercado laboral allí.

—Lo sé, hija —suspiró resignada—. Eso de que China lo produzca todo y cada vez más barato nos está haciendo mucho daño a todos, no sé a dónde vamos a ir a parar.

—Entonces, entenderás que debamos ir a Barcelona. Además, en avión no se tarda nada y tiene mar. Seguro que encontramos un piso bonito, y podrás venir con papá y los abuelos a hacer turismo. Dicen que es una ciudad preciosa con mucho que ver.

—Sí. Eso he oído, pero los catalanes son muy tacaños y hablan raro.

Sonreí al escuchar cómo pronunciaba las «l», tratando de imitar el acento. Y ambas terminamos riendo.

—Si quieres, puedes ir mirando sitios para la celebración, así cuando vayamos nos hinchamos a probar menús degustación. —La tensión del primer momento se había roto, ahora estaba mucho más relajada. A mi madre le encantaba salir conmigo a comer y organizar reuniones; mis cumpleaños eran siempre los más envidiados de mi clase, hasta que le partí la crisma a Susana Díaz tratando de arrearle un buen porrazo a la piñata. Pero ¿qué hacía ella debajo? Eso le pasaba por glotona y por querer quedarse con todas las chuches—. ¿Recuerdas cuando casi le parto la cabeza a Susana? —pregunté en voz alta.

—Ay, hija mía, qué disgusto. Su madre dejó de hablarme, y recuerdo que le prohibió a su hija acercarse a ti por miedo a que la remataras.

—Esa mujer era insufrible, todavía no sé por qué me obligabas a invitar a Susana a mis fiestas.

—¡Pero si invitabas a toda la clase! No podíamos dejarla fuera por más insoportable, consentida y glotona que fuera.

—Ajá —respondí divertida—. Así que lo admites.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora