Capítulo 77

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Rafa

Mi ceño se pronunció y Dani tensó el gesto.

—¿Qué haces aquí todavía? —cuestioné masticando las palabras.

—Quería saludarte, creo que antes no pudiste. Imagino que tenías mucho trabajo.

Arqueé las cejas.

—Ya te saludé antes, ¿recuerdas? —Imité el gesto que le había dedicado una hora atrás.

—Que yo sepa, un levantamiento de cejas no es saludo suficiente. Igual en Cejilandia sí, pero aquí esa moda no ha llegado todavía. —Me buscaba con su particular humor, pero yo no estaba para bromas.

—Pues te debería bastar. ¿Qué quieres, Dani? Yo ya me conozco todos los detalles de la boda, no necesito que me los cuentes como a los demás.

Dani se despegó de la carrocería con cautela y me agarró del brazo con suavidad.

—¿Podemos hablar? —inquirió susurrante.

—¿Ahora quieres hablar? Tal vez ahora sea a mí a quien no le apetezca.

—Sabes que tenemos una conversación pendiente y creí que hoy sería buen momento. He venido directa del aeropuerto.

—¿En serio? Menuda prisa te ha entrado de golpe —comenté con resquemor.

No protestó por mi actitud, se limitó a tratar de convencerme.

—Solo será una cerveza y, si después no me quieres volver a ver, me comprometo a salir de tu vida para siempre. Solo serán cinco minutos, por favor.

Por dentro estaba que me moría de ganas y, si no la dejaba hablar, sabía que no podría pegar ojo en toda la noche elucubrando sobre qué me quería decir. Aunque tenía bastante claro lo que era. Si su intención hubiera sido estar conmigo, habría hecho el amago de intentar comunicarse antes.

Lo único que podía decir a su favor era que por lo menos no huía y venía a soltármelo a la cara, por dolorosa que fuera la noticia.

—Está bien, pero que sea rápido.

—¿Tienes planes? —interrogó titubeante.

—Creo que eso no te incumbe.

Admitió mi respuesta con un gesto de derrota.

—Perdona, simplemente, no quería que llegaras tarde si tenías que ir a algún sitio. Sé que no tengo derecho a meterme en tu vida después de lo que hice.

—No, no lo tienes.

Ella asintió mordiéndose el labio y yo tuve la necesidad de calmarla. ¿Por qué no me podía limitar a ser un cabrón? ¿Qué más me daba, si la decisión ya estaba tomada? Pues no podía, me dolía incluso eso.

—No he quedado con nadie, tan solo hay boxeo esta noche y no quiero perdérmelo.

Al escuchar mi aclaración, se relajó y buscó mi mirada.

—No llegarás tarde, te lo prometo. Serán unos minutos.

Asentí y caminamos juntos hasta el bar de siempre.

Una vez sentados cerveza en mano, traté de dejar la mente en blanco para no mosquearme más de lo que estaba. Ella jugueteaba nerviosa con la botella y, tras dos o tres tragos, se dispuso a hablar.

No fue directa al grano, mareó la perdiz contándome lo que había hecho en Gijón sin mí, soltó alguna anécdota que me hizo reír y reconozco que fue capaz de relajar algo el ambiente. Cuando se sintió cómoda, fue directa al grano.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora