Capítulo 54

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DANI

—¿Piensas evitarme todo el día?

Cerré los ojos. Eso era lo que me había propuesto, sí, por lo menos hasta la hora de la salida. Había aguantado las ganas de ir al baño hasta que mi vejiga estuvo próxima a estallar, así que aproveché el momento en que él estaba atendiendo una llamada para levantarme como un cohete y aliviarla. Pero, al parecer, no había sido lo bastante rápida porque allí estaba Rafa, mirando cómo me lavaba las manos con las suyas en los bolsillos y esa pose de sobrado que me irritaba y excitaba a partes iguales.

Vino hasta mí y apoyó su erección contra mi trasero a la vez que me agarraba las caderas con contundencia.

—No estoy de humor, Rafa.

Su nariz paseó aspirando las notas florales de mi perfume, que seguían impresas en el arco del cuello.

—Mmmm, pues deberías. Si follaste tanto como dices, lo lógico es que estuvieras suave como un guante y no erizada como un puercoespín. —Las manos subieron a mis pechos para tirarme de los pezones con firmeza. Ahogué un gritito y los muy traidores se alzaron en respuesta—. Parece que les gusta, anoche no debieron tener suficiente.

—Les gusta porque no tienen cerebro, son un cúmulo de terminaciones nerviosas incapaces de comprender lo que les conviene y lo que no —alegué dándole un manotazo para sacármelo de encima y poner las manos bajo el aire caliente.

—Ya... —Su boca se pegó a la piel que había olisqueado y la mano derecha buscó colarse por la goma del pantalón, que no tardó en ceder para dejarle alcanzar la traidora humedad que se dispersaba en mis braguitas.

—No hagas eso —le rogué sin voluntad, porque cuando se trataba de Rafa parecía abandonarme. Era como estar a dieta y tener un pedazo de chocolate balanceándose en tus narices.

—¿El qué? —inquirió buscando la penetración, que arrancó un profundo lamento en mi garganta—. ¿Esto?

Los dedos entraban y salían sin que nadie se lo impidiera, reconociendo su lugar de inmediato. Yo me retorcía bajo ellos, pegando el trasero en su entrepierna, sin dejar de secarme las manos como si eso me pudiera distraer en modo alguno.

—Rafa, para, tenemos que hablar —jadeé recibiendo un nuevo y certero envite.

—Ajá —respondió lamiendo mi cuello. Cómo me ponía cuando hacía eso—. Luego, preciosa. Ahora regálame uno, sabes cuánto me gusta.

Siempre me pedía eso cuando quería que me corriera en sus dedos, decía que le excitaba saber que todo el día iría empapada y que él había sido el causante de ello.

—Por favor —le rogué con el clítoris estallando en un festival de anhelo.

—Y sin favor, cariño, agárrame la nuca y deja que te haga volar entre mis dedos. —Me mordí el labio cuando la parte baja de la mano se puso a frotar el tenso nudo y los dedos ahondaron en mí con mayor intensidad. «Cariño», me derretía cuando decía eso. Ya tenía las manos secas y las levanté para anclarme a su cuello, taladrando con mis dedos la cálida piel que lo envolvía—. Eso es, pequeña, así. Siente cómo crece, cómo te empapas por lo que te hago. Joder, no hay nada comparable a esto, a notar cómo se alimenta tu placer. —Mis quejidos lastimeros y el aroma a excitación fluían libremente—. Estás tan cerca, desde aquí veo lo duros que tienes los pezones, tu sexo engulle mis dedos con gula, los exprime en busca de más. Dime que quieres más, dímelo y te lo daré.

—Quiero, quiero... —Apenas podía hablar.

—¿Qué quieres? —persistió con un tono oscuro que me catapultó al infinito.

—Máááás —estallé fragmentándome en él, que sonrió en el arco de mi cuello sin dejar de masajear entre mis muslos, encadenando un orgasmo con otro hasta que me rompí por segunda vez.

—Precioso —murmuró con mi vagina completamente laxa. Sacó la mano del pantalón para saborear mi esencia, darme la vuelta y besarme con todas las ganas que había estado conteniendo. Él seguía excitado, su sexo se clavaba rígido contra mi pelvis, que lo acogía conciliadora. Habría podido desnudarme y hacerme suya sin que me hubiera opuesto. ¿Es que estaba perdiendo la cabeza? ¡Estábamos en el baño y no había echado el cerrojo!—. Espero que esto mejore tu humor de perros —anunció provocando la reacción opuesta.

—Esto solo lo ha empeorado —protesté empujándolo para mirarlo directamente a los ojos. Parecía confundido—. No te lo he dicho en broma, Rafa, tenemos que hablar. Pero este no es el momento ni el lugar y tú te empeñas en arreglarlo todo con sexo y a veces eso no basta. —La alerta que vi en sus ojos me hizo detenerme. Por mis palabras, podía parecer algo que no era—. ¿Podemos ir a tomar algo lejos de aquí a la salida? Quiero que estemos solos y en el bar de aquí al lado es difícil.

—No me gusta el tono que has empleado, ¿he de temer algo? —preguntó.

Yo le lancé una sonrisa triste.

—Y a mí no me gustan otras cosas y me aguanto. No es temor lo que pretendo infundirte. Vuelvo a repetirte que ahora no es el momento, pero te agradecería que me dedicaras algo de tiempo. Si es posible, claro. —Bajé un poco la voz desviando la mirada. No creía poder contener por mucho más tiempo las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Estaba muy sensible y el modo en el que me miraba no ayudaba.

—¿Qué ocurre? Dani... —suspiró acariciándome la cara con suavidad.

—Ahora no. Luego, por favor. Concédeme por lo menos eso.

—Está bien, sea lo que sea, lo solucionaremos. No me gusta verte así.

Lástima que yo no tuviera tan claro que lo nuestro se pudiera arreglar. Busqué sus labios y le di un pequeño beso de consuelo rogando que no se tratara del último.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora