Capítulo 20

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RAFA

Miré el reloj, faltaban quince para abrir. Dani se mordió el labio, parecía que se le habían acabado las palabras. Era sencillo tenía las llaves en el bolsillo, bastaría con abrir la puerta y que ella se fuera a su puesto y yo al mío. Pero, de repente, aquel lugar tan grande se me antojó muy pequeño, y tanta intimidad, un lastre sobre mis espaldas. Necesitaba un sitio donde sentirme seguro; en esos momentos me sentía muy vulnerable y demasiado atraído por ella. Le señalé un bar que había cerca, donde solía tomar la cerveza con los chicos.

—¿Te apetece un café? Es pronto, y yo necesito una buena dosis de cafeína. Además, así puedo invitarte y disculparme por lo de antes. No quiero que pienses que soy un capullo.

—Acepto el café —admitió colocándose un mechón tras la oreja—. Pero no hace falta que te disculpes más. No te considero un capullo, poco ingenioso tal vez. —Aquello hizo que arqueara las cejas y que a ella le brillaran los ojos—. Reconozco que fue divertido, nunca me habían dicho esas cosas yendo en tren.

—¿Y en otros sitios sí? —«Menuda pregunta, Rafa. ¿Es que no tienes ojos en la cara?».

—Bueno, ya sabes cómo sois los tíos, a veces habláis sin pensar.

—Yo pensaba que me ibas a soltar una hostia.

—Y yo dudé en hacerlo. Aunque, cuando vi que eras tú, pensé que se trataba de una novatada. No me imaginé que fueras en serio. —¿Cómo no había pensado en eso?—. Así que no te disculpes más, por mi parte, está olvidado.

—Me alegro, no querría que pensaras que te estaba tirando los trastos, aunque lo estuviera haciendo. Te juro que no sabía que eras tú.

—Eso ya me ha quedado claro. ¿Vamos a por ese café?

Me gustaba que fuera tan abierta y desenvuelta, no me había hecho sentir incómodo ni un solo momento y reconozco que era para enviarme a la mierda como mínimo. Decididamente, Dani era un gran descubrimiento.

El tiempo del café se nos pasó volando, tanto que casi llegamos tarde para fichar.

Le pregunté cómo había llegado hasta Motauto y ella me hizo un resumen de su vida, muy por encima, en el que se limitó a contarme qué había hecho en los últimos años para acabar aquí, tan alejada de Asturias.

Ahora sabía que era de Gijón, que vivía en Badalona, arrastrada por su prometido. Al parecer, por una oferta de trabajo que le habían hecho a este cuando la empresa para la que ambos trabajaban quebró. Y que tenía planes de boda de aquí a dos años y medio que la convertían en una mujer que no podía conquistar.

Se la veía tan a gusto y tan relajada que me lo contagió, hacía tiempo que no mantenía una charla con una mujer que no fuera mi madre o mi hermana. Con las tías con las que follaba, me limitaba a gruñir y a decirles guarradas, no manteníamos conversaciones como esa. Y con Olivia, buf, con ella nunca me relajaba.

Cuando nos vieron aparecer juntos, me gané un levantamiento de cejas por parte de Jose y una sonrisa que no daba lugar a equívoco.

—Buenos días, compañeros —nos saludó—. Dani, Rafa.

—Buenos días —contesté algo tirante. Conocía esa mirada y no me gustaba nada.

—¿Y tu coche? No lo he visto aparcado fuera —preguntó con las manos en los bolsillos.

—Ayer me quedé sin gasolina y me olvidé de repostar. Esta mañana mi coche estaba seco, así que tuve que venir en tren como el resto de los mortales.

—Sí, nos encontramos allí —interrumpió Dani, sonriente—. Nos hemos ido a tomar un café porque hemos llegado demasiado pronto y esto estaba cerrado.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora