Diana
Al salir del campamento, Hazel me invitó un té y una magdalena de fresa en el establecimiento de Bombilo, el cafetero bicéfalo. Creo que lo hizo porque al pasar por ahí mi estómago gruñó del mismo modo que los galgos de Reyna.
La magdalena estaba deliciosa, y el té dulce. Si tan solo pudiera ducharme, cambiarme de ropa y dormir un poco me sentiría como nueva.
Observé a un puñado de chicos con bañadores y toallas entrar en un edificio del que salía vapor por una hilera de chimeneas. Risas y sonidos acuáticos resobaban en el interior, como si se tratara de una piscina cubierta: el tipo de sitio que me gustaba.
Les tenía envidia.
—Son los baños —anunció Hazel—. Con suerte, los visitarás antes de cenar. El que no se ha dado un baño romano no sabe lo que es vivir.
Suspiré llena de impaciencia.
A medida que nos acercábamos a la puerta principal, los barrotes se volvían más grandes y más bonitos. Hasta los fantasmas tenían mejor aspecto: llevaban armaduras más elegantes y lucían auras más brillantes. Delante de los edificios colgaban estandartes y otros símbolos que trataba de descifrar.
— ¿Están repartidos por cabañas? —pregunté.
—Más o menos —Hazel se agacho cuando un chico montado en una gigantesca águila se lanzó en picado, como si eso fuera cosa de todos los días —. Tenemos cinco cohortes de aproximadamente cuarenta chicos cada una. Cada cohorte está dividida en barracones de diez, como compañeros de habitación.
No se me daban tan mal los números, por lo que empecé a calcular mentalmente las cifras.
—¿Dices que hay más de doscientos chicos aquí?
—Aproximadamente.
—Vaya... No hay duda de que los dioses anduvieron ocupados para llegar a esa cifra.
Hazel se río.
—No todos son hijos de los dioses principales. Hay cientos de dioses romanos menores. Además, muchos campistas son legados: miembros de la segunda o tercera generación. Tal vez sus padres fueran semidioses. O sus abuelos.
Parpadeé.
—¿Hijos de semidioses?
—¿Qué pasa?¿Te sorprende?
La verdad es que sí. Durante las últimas semanas todo lo que me preocupaba era sobrevivir día tras día. La idea de vivir lo suficiente para convertirse adulto y tener hijos parecía un sueño imposible.
—Esos legos...
—Legados —me corrigió.
—¿Tienen poderes como los semidioses?
—A veces sí y a veces no. Pero se les puede adiestrar. Los mejores generales y emperadores romanos aseguraban ser descendientes de dioses. La mayoría de las veces era verdad. El augur que vamos a visitar, Octavio, es un legado, un descendiente de Apolo. Supuestamente tiene el don de la profecía.
—¿Qué paso? ¿Falló al atinarle a la lotería?
Hazel adoptó una expresión avinagrada.
—Ya lo verás.
Eso no me hizo sentir mejor. Si el tal Octavio tenía mi destino en sus manos, y falla al predecir algo sobre mí y me mandan a matar...
Mejor no sobre pienso las cosas. Eso solo hará que meta la pata.
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La Hija De Neptuno
Fanfiction¿Qué harías si despertaras en una mansión en ruinas en medio del bosque sin ningún recuerdo de tu vida? ¿Qué harías si una loba mística te dice que eres una semidiosa? Pues eso es justamente lo que me pasó a mí. Pero esperen, ese es apenas el inici...