El regalo de mi padre

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Frank

Echaba de menos mi arco.

Quería quedarme en el porche y disparar a las serpientes desde lejos. Unas cuantas flechas explosivas bien colocadas, unos cuantos cráteres en la ladera, y problemas resuelto.

Por desgracia, un carcaj lleno de flechas no me servían de nada si podía dispararlas. Además, no tenía ni idea de dónde estaban los basiliscos. Habían dejado de escupir fuego en cuanto había salido. 

Bajé del porche y apunté con la lanza dorada. No me gustaba luchar de cerca. Era demasiado lento y robusto. Lo había hecho bien en los juegos de guerra, pero aquello era de verdad. No habían águilas gigantes listas para recogerme y llevarme al médico si cometía algún error. 

"Puedes ser cualquier cosa." La voz de mi madre resonaba en mi mente. "Genial", pensé. Quiero ser bueno con la lanza. E inmune al veneno... y al fuego.

Algo me dijo que mi deseo no había sido concedido. Me sentía igual de incómodo con la lanza entre las manos. 

Parcelas de llamas seguían ardiendo en la ladera. El humo acre me quemaba en la nariz. La hierba marchita crujía bajo mis pies. 

Recordé las historias que mi madre solía contarme: generaciones de héroes que habían luchado contra Hércules y contra dragones, y que habían navegado por mares plagados de monstruos. No entendía como es que podía venir de un linaje así, ni cómo mi familia había emigrado de Grecia a través del Imperio Romano hasta China, pero unas inquietantes ideas empezaron a cobrar forma en mi mente. Por primera vez, empecé a preguntarme por el príncipe de Pilos y la deshonra de mi bisabuelo Shen Lun en el Campamento Júpiter, y cuáles podían ser los poderes de mi familia. 

"El don nunca ha mantenido a salvo a nuestra familia" , me aviso mi abuela. 

Una idea muy tranquilizadora, considerando que estaba persiguiendo a unas serpientes venenosas que escupían fuego. 

No se oía nada en la noche, exceptuando el crepitar de los fuegos de los arbustos. Cada vez que una brisa hacía susurrar la hierba, pensaba en los espíritus de los cereales que habían capturado a Hazel. Con un poco de suerte, se habían ido al sur con el gigante Polibotes. En ese momento no necesitaba más problemas. 

Avancé sigilosamente colina abajo mientras los ojos me picaban por el humo. Entonces, a unos seis metros más adelante, vi un estallido de llamas. 

Consideré lanzar la lanza. Una idea ridícula. Entonces me quedaría sin ningún arma. En lugar de ellos, avancé hacia el fuego. 

Ojalá hubiera tenido los frascos de sangre de gorgona, pero se habían quedado en el bote. Me preguntaba sí esa sangre podría curarme del veneno de basilisco... Pero aunque hubiera tenido los frascos y hubiera conseguido elegir el adecuado, dudaba de que me hubiera dado tiempo para tomármelo antes de que esas serpientes me convirtieran en polvo del mismo modo que le paso a mi arco. 

En el claro de hierba quemada me encontré con un basilisco cara a cara. 

La serpiente levantó la cola. Siseó y extendió el collar de púas blancas que le rodeaba el pescuezo. "Pequeña corona", recordé. Era lo que significaba basilisco. Pensaba que los basiliscos eran enormes monstruos parecidos a los dragones que podían petrificarte con la mirada. Sin embargo, de algún modo, el basilisco real era todavía más terrible. A pesar de su pequeño tamaño, aquella diminuta combinación de fuego, veneno y maldad sería mucho más difícil de matar que un lagarto grande y voluminoso. Había visto la rapidez con la que podían moverse. 

El monstruo clavó sus ojos amarillos en mí. 

¿Por qué no me atacaba?

Mi lanza dorada tenía un tacto frío y pesado. La punta de diente de dragón se inclinó hacia el suelo por sí sola, como una varilla de zahori buscando agua. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora