Más preguntas que respuestas

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Diana

Cuando abrí los ojos me encontré con el cielo nocturno. No sabía dónde estaba y tampoco recordaba lo que había pasado.

Al levantarme me di cuenta de que estaba acostada en un bote que se mecía lentamente de un lado a otro, recorriendo un río. A mi alrededor solo había un prado con la hierba crecida que se movía con el viento.

Me rasqué la cabeza tratando de recordar cómo es que llegué aquí. Entonces me acordé la batalla en el Campamento Júpiter, y mi combate contra Polibotes, en el que abuse de mis poderes con tal de derrotarlo debido a la furia repentina que sentí. 

—¡Oh, por el cielo! ¡No me digan que morí! —exclamé asustada. 

Pero había un problema, y es que este no se parecía al río estigio, oh al menos según como me contaron mi hermano y Nico: con el agua negra y aceitosa como si por él corriera petróleo. También, allí flotaban todo tipo de cosas, como huesos de peces muertos, muñecas de plástico, ropa usada, claveles, pelotas, y más.

Nico me dijo que el río se volvió así porque las personas que mueren desechan allí sus esperanzas y sueños que nunca pudieron cumplir. En cambio, este río era tan puro y cristalino que las estrellas se reflejaban en él como si fuera un espejo. 

Una risa ronca hizo que se me erice la piel. Al otro lado del bote había un hombre sentado que me miraba fijamente. 

Primero pensé que se trataba de Caronte, el barquero encargado de llevar a las almas al otro lado del río. Pero su complexión no concordaba con lo que me contaron de él, además que ahora que lo veía tenía ganas de golpearlo y hacer trizas el bote con mis propias manos.

—Para tu mala suerte, niña, no estás muerta. No, aún. 

Era Marte. Tenía el mismo uniforme militar que lo vi usar cuando se presentó delante del campamento después de los juegos de guerra. Solo que esta vez no traía encima ningún arma, solo la daga dorada que le arrebaté a Reyna. 

—¿Qué hace aquí?¿A dónde me trajo? —le pregunté apretando con fuerza mis puños. 

—Esa no es la forma de hablarle a tu patrón, niña. 

—¿Qué? 

—Vaya. Sin dudas el golpe te afecto —dijo aguantando una carcajada—. Tu ofreciste tu vida a cambio de que algún dios te ayude a vencer a Polibotes, pues bien, yo fui quien acepto tu oferta. 

Maldije internamente al recordar lo que hice. 

La verdad es que no creí que algún dios me escuchara, pero ahora que lo menciona  en medio de mi combate con Polibotes sentí como mi cuerpo se llenó de energía, y mi ira y ganas de luchar incrementaron. Debí imaginar que eso fue obra del dios de la guerra.

—Gracias por ayudarnos —dije un poco avergonzada. 

Nunca creí que fuera a darle las gracias a un dios. Pero... bueno, siempre hay una primera vez para todo. 

—No fue gratis, niña. Tu ofreciste tu vida, y ahora me sirves a mí.

Odio esa actitud, y más odio que lo que diga sea verdad. Me arrepiento haberle agradecido, ahora solo quiero darle un golpe en su divino rostro. 

—Ya me lo dejó claro, pero eso no responde mi pregunta. ¿Qué hacemos aquí, y qué quiere? 

—Este es un sueño, el tuyo para ser más precisos. Aquí nadie puede vernos. 

—¿Acaso piensa matarme?

Pregunté en broma. 

—Si quisiera eso, hubiera dejado que el gigante acabe contigo. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora