Las oficinas de Amazon

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Hazel

 —Hazel —Diana estaba sacudiéndome el hombro—. Despierta dormilona. Hemos llegado a Seattle.

Me se incorpore atontada, entornando los ojos al sol de la mañana. 

—¿Frank?

Frank gimió mientras se frotaba los ojos.

—¿Acabamos de...? ¿Me he...?

—Ambos se desmayaron —dijo Diana—. Ella me dijo que no debía preocuparme, y que estaban compartiendo... el cielo sabrá qué. 

—Compartiendo —convino Ella.

La arpía estaba agachada en la popa, arreglándose las plumas del ala con los dientes, lo que no parecía una forma muy efectiva de higiene personal. Escupió una pelusa roja. 

—Compartir es bueno. Se acabaron los desmayos. Hazel a compartido. Se acabaron los desmayos.

Diana se puso a girar su anillo. 

—Ella no paró de hablar de esa forma toda la noche. Me cuesta entender lo que esta diciendo. 

Pegué la mano al bolsillo de mi abrigo. Palpe el trozo de leña envuelto en tela. 

Miré a Frank.

Él asintió con la cabeza. No dijo nada, pero su expresión era clara: lo que había dicho iba en serio. Quería que yo guardara el palo. No sabía si eso me hacía sentir honrada o asustada. Nadie me había confiado algo tan importante. 

—Esperen —dijo Dina—. ¿Significa que compartieron el desmayo? ¿Ahora los dos se desvanecerán juntos? 

—No —contesto Ella—. No, no, no. Se acabaron los desmayos. Más libros para Ella. Libros de Seattle. 

Contemplé el agua. Navegábamos por una gran bahía en dirección a un grupo de edificios del centro. Los barrios se extendían a través de una serie de colinas. En la más elevada se levantaba una extraña torre blanca con un platillo en lo alto, como una nave espacial de las antiguas películas de Flash Gordon que tanto le gustaban a Sammy. 

"¿Se acabaron los desmayos?", pensé. Después de soportarlos por tanto tiempo me parecía demasiado bueno para ser cierto. 

¿Cómo podía estar segura Ella de que se había terminado? Y sin embargo, me sentía realmente distinta... más asentada, como si ya no intentara vivir en dos periodos de tiempo. Cada músculo de mi cuerpo empezó a relajarse. Me sentía como si por fin me hubiera quitado una chaqueta que había llevado puesta durante meses. De algún modo, la compañía de Frank durante el desmayo me había ayudado. Había revivido todo mi pasado hasta el presente. A partir de entonces solo tenía que preocuparme por el futuro... suponiendo que tuviera uno. 

Diana le indicó a los hipocampos que nos llevarán a los muelles del centro. A medida que nos acercamos, Ella se puso a rascarse nerviosamente en su nido de libros. 

Yo también empecé a sentirme nerviosa. No estaba segura del motivo. Era un día radiante y soleado, y Seattle parecía una ciudad preciosa, con ensenadas y puentes, islas arboladas esparcidas por la bahía y montañas cubiertas de nieve elevándose a lo lejos. Aun así, me sentía como si la estuvieran observando. 

—Esto... ¿por qué paramos aquí? —pregunté. 

Diana nos mostró el anillo de plata que llevaba en el collar. 

—Reina tiene una hermana aquí. Me pidió que la buscara y le enseñara esto. 

—¿Reyna tiene una hermana aquí? —preguntó Frank, como si la idea le aterrara. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora