La imponente flota romana

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Diana

En vez del almuerzo más parecía la celebración de un funeral, y todos parecieron ponerse de acuerdo con que yo era el cádaver que debían velar. No había uno que no me mirara y susurrara a mis espaldas, lo que hizo que perdiera completamente el apetito.

Reyna pronunció un breve discurso deseándonos suerte. Octavio rasgó un muñeco de peluche y lo abrió por la mitad (aún lo odio por asesinar a mi panda), anunció graves presagios y tiempos difíciles, pero predijo que un héroe inesperado (cuyas iniciales probablemente eran OCTAVIO) salvaría el campamento. Luego los demás campistas se fueron para asistir a sus clases vespertinas: lucha de gladiadores, lecciones de latín, emboscada de fantasmas con bolas de pintura, adiestramiento de águilas y un montón de actividades más tentadores que una misión suicida. Yo en cambio seguí a Hazel y a Frank a los barracones para hacer el equipaje.

Yo no tenía muchas cosas. Habían limpiado mi mochila del viaje al sur, allí guarde la mayoría de las provisiones que había conseguido en el super mercado de las arpías. Me regalaron unos pantalones cortos limpios y una camiseta morada de repuesto, además de néctar, ambrosía, aperitivos y un poco de dinero de los mortales, también material de camping. Durante la comida Reyna me había dado un pergamino de presentación de parte de la pretora y el senado. Supuestamente, cuando enseñáramos la carta, los legionarios retirados con los que coincidieramos en el viaje nos ayudarían. También tenía mi collar de cuentas, el anillo de plata y la placa de probatio, y naturalmente mi daga en su cinto y mi anillo en el dedo. Doblé mi camiseta naranja manchada y la dejé en mi litera.

—Lo siento por no hacer caso, pero creo que ya están acostumbrados a eso—le dije a la camiseta. Me debería sentir ridícula, pero no era a ese objeto a quien le hablaba, era a mi hermano y a ese otro chico que aún no sabía el nombre—. No me iré por siempre, tengo que ayudar a mis amigos. Son buenos chicos y siento que es algo que harían ustedes.

Fue bueno que la camiseta no me llegara a contestar. 

Antes de irnos, salí en busca de Nico para despedirme de él, pero cuando lo encontré estaba hablando con Hazel. Yo no quería interrumpirlos por lo que me quedé lejos. Por su puesto que me arrepentí, porque el hijo de Plutón desapareció en las sombras luego de abrazar a su hermana.

Un compañero de nuestra cohorte, Bobby, nos llevó al límite del valle montados en el lomo de Aníbal el elefante. Desde las cumbres pude ver cuanto se extendía abajo. El pequeño Tíber serpenteaba a través de prados dorados donde los unicornios pasaban. En verdad deseaba correr y tomarme una foto con esas bellas criaturas. Los templos y foros de la Nueva Roma brillaban a la luz del sol. En el Campo de Marte, los ingenieros trabajaban arduamente, derribando los restos del fuerte de la noche anterior y levantando barricadas para jugar a matar con un balón. Un día normal en el Campamento Júpiter, pero al norte, en el horizonte, se estaban acumulando nubes de tormenta. A través de las colinas se deslizaban sombras, fue inevitable imaginarme el rostro de Gaia acercándose más y más. 

"Lo único que te pido es que trabajes conmigo por el futuro —me dijo Reyna—. Pienso salvar este campamento"

Al contemplar el valle, entendí por qué a ella le importaba tanto. A pesar de ser nueva en el campamento, tenía un extraño sentimiento de nostalgia que me hacía desear intensamente proteger este lugar. Quería proteger ese refugio para chicos como yo, en el que pudiéramos crecer como personas normales, en el que pudiéramos estar seguros. 

Nos bajamos del elefante. Bobby nos deseó suerte. Aníbal nos rodeó a los tres con su trompa, yo le di un pequeño beso de despedida a mi nuevo amigo. Después, el taxi elefante regresó al valle. 

Solté un suspiro. Me volví hacia Hazel para decir un comentario optimista, cuando una voz familiar me interrumpió. 

—Identificación, por favor. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora