Llegamos a Alaska

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Diana

El piloto dijo que el avión no podía quedarse a esperarnos, lo cual me pareció bien. Si sobrevivíamos mañana, esperaba que encontremos otra forma de volver... cualquiera menos en avión.

Tenía sentimientos encontrados con la misión. Estaba atrapada en Alaska, el territorio del gigante, sin manera de poder comunicarme con mi familia a medida que recuperaba mi memoria. Vi como el ejército de Polibotes se preparaba para invadir el Campamento Júpiter. Me enteré de que los gigantes planeaban usarme de cebo y para una especie de sacrificio para despertar a la madre tierra. Además,  la siguiente noche se celebra la fiesta de Fortuna. A mí y mis amigos nos esperaba una tarea imposible de completar. En el mejor de los casos liberamos a la Muerte, y está se llevaría a mis amigos, y si abusaba de mis poderes puede que a mí también. 

Volver a ver a Tyson en sueños fue la cereza del pastel. Me acordaba de él, mi hermanito. Luchamos juntos, celebramos victorias junto con mi hermano Percy y compartimos buenos momentos en el Campamento Mestizo. Recordé mi hogar, y eso solo me hacía sentir más deprimida, porque dos campamentos dependían de nosotros, luchaba por dos familias. Y la última vez que luché perdí a más de los que pude salvar. 

Juno robo mi memoria y me mandó al Campamento Júpiter por una razón. Aún no entiendo cuál, y más cuando mi hermano era un mejor candidato para esta misión que yo. Eso incrementan mis ganas de darle un puñetazo en su divino rostro. Pero separando eso, entiendo su punto, si ambos campamentos no trabajan juntos estarán perdidos. 

Mientras tomábamos un taxi al centro de Anchorage, les expliqué sobre mis sueños. Ellos se veían inquietos pero no se sorprendieron cuando les conté sobre que el ejército del gigante estaba rodeando el campamento. 

Frank se atraganto cuando me escuchó hablar de Tyson. 

—¿Tienes un medio hermano cíclope? 

—Hermano —rectifiqué—. Eso le convierte en tu tataratatara...

—Por favor —Frank se tapó los oídos—. Basta. 

—Mientras él pueda llevar a Ella al campamento... —dijo Hazel—. Estoy preocupada por ella. 

—Lo hará, es super confiable —le dije para calmarla. 

Todavía pensaba en los versos que Ella había recitado: los que hablaban del ahogamiento de la hija de Neptuno y también de la marca de Atenea que arde en roma. No entendía muy bien a que se refería los primeros versos: "Hasta que la diosa vuelva a casa la marca de Atenea arderá en Roma..."  y menos aún el último: "su legado maldito no descansará..." 

Traté de dejar de lado esas cuestiones. Primero debíamos terminar esta misión. 

El taxi giró en la autopista. Uno, que me pareció más una callejuela, y nos llevó hacia el norte en dirección al centro. Era media tarde, pero el sol seguía en lo alto del cielo. 

—No puedo creer cómo ha crecido este sitio... —murmuró Hazel. 

El taxista sonrió por el espejo retrovisor. 

—¿Ha pasado mucho tiempo desde su última visita, señorita?

—Unos setenta años —contestó Hazel. 

El taxista cerró el tabique corredero de cristal y siguió conduciendo en silencio. 

Según Hazel, casi todos los edificios habían cambiado, pero señaló los elementos del paisaje: los inmensos bosques que rodeaban la ciudad, las aguas frías y grises de la ensenada de Cook que recorrían el margen norte de la ciudad, y las montañas Chugach que se alzaban a lo lejos con un color azul grisáceo, cubiertas de nieve incluso en Junio. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora