De vuelta al campamento

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Frank

Cuando llegamos al glaciar contemplamos la destrucción que Diana había sembrado: varias decenas de hectáreas de mar recién abierto con icebergs y restos del campamento destruido.

Los únicos vestigios del glaciar eran las puertas principales, que se hallaban inclinadas, y una bandera azul hecha jirones tirada sobre un montón de ladrillos de nieve, pero no habían rastros de nuestra amiga.

Buscamos a Diana por toda la bahía, me preocupaba que debido a que usó sus poderes para romper el glaciar se haya ahogado por estar igual de débil que cuando llegó al campamento o quizá mucho peor.

Nos tardamos pero finalmente dimos con ella en una placa de hielo que se desplazaba por el agua. Estaba acostada con un león marino a su lado, como si estuviera cuidando que nada le hiciera daño. Estaba sorprendido que tuviera el estandarte de la legión.

Me preocupaba que no se moviera, y rogaba a los dioses porque este viva. Cuando nos acercamos el león marino se puso a gruñirnos.  

—Tranquilo... —dije poniéndome delante de Hazel. 

En ese momento Diana se movió, y al levantar la vista sonrió al vernos. Yo suspiré de alivio.

—Ey. No te preocupes, son amigos —le dijo al animal, que al instante dejó de gruñir y fue saltando a su lado. Ella lo acaricio como si fuera una especie de perro guardián marino—. Gracias por la ayuda, ya puedes irte. 

El león marino le lamió el rostro para después meterse al agua helada y perderse en el basto mar. 

—¡Sigues viva! —exclamé mientras corría hacia ella para después darle un apretado abrazo. 

Diana se rió entre mis brazos como una niña.   

—¿Lo dices por la caída? Tranquilo, no fue nada comparado con caer del Monte Olimpo. 

—¿Qué hiciste qué? — preguntó Hazel. 

—No importa. Tenías razón Hazel, no me ahogué. 

La solté y la dejé en el hielo. Su piel estaba pálida, como si fuera un cadáver, y tenía heridas por todo el cuerpo, y su ojo seguía hinchado. Se veía cansada y agotada. Esperaba que si siguiera viva el agua la volviera a la normalidad, igual que paso en el pequeño Tiber, pero no fue así. ¿Por qué el agua no la curo está vez? 

—Entonces la profecía no estaba completa! —Hazel sonrió—. Probablemente decía algo en plan: "La hija de Neptuno ahogo encuentra para un montón de fantasmas". 

Diana solo le sonrió negando con la cabeza. Y luego centró su atención en mí. 

—Frank —me habló del mismo modo que lo hacía mi abuela cuando me metía en un buen lío—¿Por qué no nos dijiste que podías convertirte en un águila?¿Y en un oso? 

—Y en un elefante —dijo Hazel con orgullo. 

—Y en un elefante —dijo moviendo la cabeza con incredulidad—. ¿Ese es el dichoso don de tu familia? ¿Cambiar de forma? 

Arrastre los pies. 

—Esto... sí. Periclímeno, mi antepasado, el argonauta, podía hacerlo. Él transmitió la facultad a la familia. 

—Y recibió el don de Poseidón —dijo Diana, apoyándose en el estandarte, como si fuera un bastón—. ¡No es justo! Yo no puedo hacer eso. 

Me le quedé mirando. 

—¿Injusto? Tú puedes respirar bajo el agua y volar glaciares e invocar huracanes. ¿Y te parece injusto que yo pueda ser un elefante? 

Diana lo pensó un momento y luego respondió: 

—Sí, me parece injusto. Bueno, da igual. Lo importante es que eso fue totalmente bestial...

—Cállate —rogué—. Por favor. 

Diana se puso a reír. No podía creer como estado tan herida, y cansada, aún podía mostrar una sonrisa. 

—Si ya terminaron, tenemos que marcharnos —dijo Hazel—. El Campamento Júpiter está siendo atacado. No les vendría mal el águila de oro. 

Diana asintió con la cabeza. 

—Pero antes. Hazel, hay una tonelada de armas y armaduras de oro imperial en el fondo de la bahía, además de un carro que no nos vendría mal. Seguro que les serán útiles a la legión. 

Nos llevó mucho tiempo —demasiado—, pero sabíamos que esas armas podrían marcar la diferencia entre la victoria y la derrota si las llevábamos al campamento a tiempo. Además, Diana tenía razón con respecto al carro. En su estado se caería del caballo antes de que lleguemos a nuestro destino. 

Hazel empleó sus facultades para hacer levitar unos objetos del fondo del mar. Diana llamó a algunos animales marinos que nos ayudaron a sacar algunas armas. Incluso yo colaboré convirtiéndome en foca, lo que moló bastante, claro que Diana bromeó diciendo que tenía aliento a pescado.

Hazel y yo tuvimos que trabajar juntos para sacar el carro. Hubiera sido más fácil si Diana nos ayudara, pero Hazel y yo temíamos que se desmayara por el esfuerzo. Al final, logramos extraer todo y llevar a una playa de arena negra que había cerca de la base del glaciar. No pudimos meterlo todo en el carro, pero usamos mi cuerda para sujetar la mayor parte de las armas de oro y las mejores piezas de armadura.

—Parece el trineo de Papá Noel —dije—. ¿Podrá Arión tirar de tanto peso?

Arión resopló.

—Si no estuviera cansada le daría un golpe a este caballo —dijo Diana—. Dice que sí, que podrá tirar de todo, pero que necesita comida.

Hazel reconoció una vieja daga romana, un pugio. Estaba torcida y roma, de modo que no servía de gran cosa en el combate, pero parecía de oro imperial puro.

—Come, Arión —dijo—. Combustible de alto rendimiento.

El caballo tomó la daga con los dientes y la masticó como si fuera una manzana. Juré para mis adentros no acercar jamás la mano a la boca del caballo.

—No dudo de la fuerza de Arión —dije con cautela—, pero ¿aguantará el carro? El ultimo...

—Este tiene las ruedas y el eje de oro imperial —dijo Diana—. Debe aguantar.

—Si no aguanta, va a ser un viaje breve —dijo Hazel—. Pero se nos acaba el tiempo. ¡Vamos! 

Diana y yo nos subimos al carro. Hazel se montó en la grupa de Arión y gritó:

—¡Arre!

El estampido sónico del caballo resonó a través de la bahía. Nos dirigimos a toda velocidad hacia el sur, provocando avalanchas en las montañas a su paso.

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora