¿De qué me perdí?

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Diana

Cuando desperté estaba en una camilla. Miré a mi alrededor para asegurarme de que no había ningún dios de la guerra a la redonda, pero no, estaba sola en un cuarto blanco que olía a desinfectante y medicamentos. Lo más seguro era que estaba en un hospital. 

En el cuarto no había gran cosa: una tele que estaba proyectando un programa de cocina, a mi lado izquierdo había una mesa con unas flores y no muy lejos una ventana que me mostraba una bonita vista de la ciudad y los templos que resplandecían con la luz del sol. Por último, a mi lado derecho estaba Frank, durmiendo en una silla con la cabeza colgando hacía atrás y roncando como un tractor.

Me reí de lo gracioso que se veía, pero entonces sentí mi garganta seca, y empecé a buscar un poco de agua. Vi un baso en una mesita que estaba al lado izquierdo de mi cama por lo que traté de alcanzarlo, pero era difícil porque mi brazo izquierdo estaba enyesado y cuando me estiré para alcanzarlo con mi brazo derecho sentí como si me clavaran cientos de agujas en el cuerpo. Ni siquiera en los días que entrenaba con Ethan terminé tan adolorida, pero no me iba a rendir, porque en verdad sentía que si no tomaba agua mi garganta se abriría quedando igual que el gran cañón. 

Finalmente, después de minutos que sentí como una eternidad pude alcanzar el dichoso vaso pero no duró ni un segundo en mis manos cuando lo solté haciendo que el cristal rompiéndose resonará por el lugar, ocasionando que Frank se despierte de un salto exclamando:  

—¡¿Qué?! ¿Qué pasó? 

Seguía medio dormido. Su ropa no era la misma que usaba cuando llegamos al campamento, en su lugar traía una nueva polera extra grande morada con las siglas S.P.Q.R. Sus pantalones ya no tenían rajaduras y sus zapatos estaban limpios. Lo que hizo que me pregunté ¿cuánto tiempo estuve dormida? 

—¿Diana? 

—Agua... —dije con la voz ronca. 

Frank estuvo estupefacto durante diez segundos, y después salió corriendo, tan rápido como una bala. 

Cuando me quedé sola, empecé a recordar mi sueño con Marte. Sentí escalofríos cuando la voz del dios de la guerra amenazándome resonó en mi cabeza como un molesto eco. Empecé a mirar fijamente mi brazo enyesado deseando tener visión de rayos x para ver si en verdad el dios fue capaz de marcarme como miembro de la Legión. Pero no sería posible, no hasta que me lo quiten. 

Luego de unos minutos llegó Frank, acompañado de Hazel, Tyson, Dakota y Reyna. 

—¡Hermanita! —gritó Tyson, seguramente asustando inclusive a las personas de China. 

Mi hermano llegó corriendo hasta mí, y se lanzó a darme un apretado abrazo, que hizo que una o dos costillas se rompieran, mientras no dejaba de llorar. Yo le empecé a sobar la espalda diciéndole que todo estaba bien. 

—¡Diana! Estabas rodeada de sangre. Pensé que habías muerto, no me gustas muerta —lloriqueó en medio del abrazo.

—Estoy bien grandote —dije como pude—. Solo fue un golpe. 

Él se separo finalmente de mí. Trataba de enjugarse las lágrimas de su ojo, pero simplemente no podía dejar de llorar. Finalmente Frank pudo acercarme un vaso de... lo que parecía un jugo de moras con un popote para que pudiera tomar, y cuando el líquido frío pasó por mi garganta sentí como si estuviera en el cielo. Sabía a un pastel de fresas que mi mamá preparó para mi cumpleaños número doce, y el dolor fue desapareciendo al ritmo que bebía. Esto era como la ambrosía.

—¿Un golpe? —dijo Dakota sacándome de mis pensamientos—. Te aventaron contra unos escombros y te tuvieron que hacer 7  puntos en la cabeza. Tú brazo quedó fracturado y casi le pasó lo mismo a tus costillas. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora