Alcioneo

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Frank

"No hay justicia en la muerte." Esas palabras no paraban de resonar en mi cabeza.

El gigante dorado no me daba miedo. El ejército de fantasmas no me daba miedo. Pero la idea de liberar a Tánatos hacía que me entraran ganas de acurrucarme en posición fetal. Ese dios se había llevado a mi madre. 

Sabía lo que tenía que hacer para romper las cadenas. Marte me advirtió. Me explico porque amaba tanto a mi madre "Ella siempre anteponía su deber a todo lo demás. Incluso su vida". 

Ahora era mi turno.

La medalla al sacrificio de mi madre estaba caliente al tacto en mi bolsillo. Por fin comprendía la decisión de mi madre, salvar a sus compañeros a costa de su propia vida. Entendía lo que Marte intento decirme: "Deber. Sacrificio. Son valores importantes". 

En mi pecho, un nudo de ira y rencor —un nódulo de dolor con el que había estado cargando desde el funeral— empezó a deshacerse por fin. Comprendí porque mi madre nunca volvió a casa. Había cosas por las que valía la pena morir. 

—Hazel —traté mantener mi voz firme—. Necesito el paquete que me has estado guardado. 

Hazel me miró consternada. Montada en Arión, parecía una reina, poderosa y bella, con el cabello castaño sobre los hombros y una corona de niebla gélida alrededor de la cabeza. 

—No, Frank tiene que haber otra forma. 

—Por favor. Sé... sé lo que hago. 

Tánatos sonrió y levantó sus muñecas esposadas.

—Tienes razón, Frank Zhang. Hay que hacer sacrificios. 

Genial. Aunque la Muerte aprobara mi plan, estaba seguro de que no me gustaría el resultado. 

El gigante Alcioneo avanzó, haciendo temblar el suelo con sus patas de reptil. 

—¿De qué paquete hablas, Frank Zhang? ¿Me trajiste un regalo? 

—A ti, nada, Chico de Oro —dije—. Solo dolor en cantidades industriales. 

El gigante se rió a carcajadas. 

—¡Has hablado como un hijo de Marte! Lástima que tenga que matarte. Y esa de ahí... Vaya, vaya, si es la hermana de Percy Jackson. Hubiera preferido que viniera tu hermano, pero me conformó contigo. 

El gigante sonrió. Sus dientes de plata hacían que su boca pareciera la rejilla de un coche. 

—Seguimos los progresos de tu hermano, hija de Neptuno —dijo Alcioneo—. El semidiós que peleó contra Cronos. Gaia lo odia más que a nadie. Seguro que es por eso que Juno te envió a ti, para que mueras en su lugar. Lástima que mi hermano no quiera eso, desea usarte para atraerlo y tenerlo como mascota. Piensa que será divertido tener al hijo favorito de Neptuno capturado cuando destruya al dios. Pero mi madre, Gaia, tiene otros planes para ti. 

No había escuchado mucho del hermano de Diana, por lo que estaba muy impactado al escuchar las palabras del gigante. Ella en cambio tenía sujeta su espada con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos, sus ojos estaban cristalinos y sus labios temblaban. No sabía si estaba asustada o furiosa.  

—Puede que no sea mi hermano, pero no dejaré que destruyan el Campamento Júpiter y tampoco el Mestizo. 

Los fantasmas se movieron. Algunos desenvainaron espadas y levantaron escudos. Alcioneo alzó la mano para indicarles que esperaran. 

—Griegos, romanos, qué más da —dijo el gigante con soltura—. Aplastaremos los dos campamento con el pie. Verás, los titanes no son lo bastante ambiciosos. Tenían pensado destruir a los dioses en su nuevo hogar, Estados Unidos. ¡Los gigantes sabemos como hacer las cosas! Para matar una mala hierba, hay que arrancarla de raíz. ¡Ahora mismo, mientras mis fuerzas destruyen su pequeño campamento romano, mi hermano Porfirio se está preparando para la auténtica batalla en terreno antiguo! Destruiremos a los dioses en su hogar de origen.

Los fantasmas golpearon con las espadas contra los escudos. El sonido resonó a través de las montañas. 

—¿Su lugar de origen? —pregunté—. ¿Se refiere a Grecia? 

Alcioneo se rió entre dientes. 

—No hace falta que te preocupes, hijo de Marte. No vivirás lo bastante para ver nuestra victoria definitiva. Sustituiré a Plutón como señor del inframundo. Ya tengo a la Muerte bajo mi custodia. ¡Y con Hazel Levesque a mi servicio, también tendré todas las riquezas que se esconden bajo tierra! 

Hazel tomó su spatha. 

—Yo no sirvo a nadie.

—¡Oh, pero tú me diste vida! —dijo Alcioneo—. Es verdad, queríamos despertar a Gaia durante la Segunda Guerra Mundial. Habría sido glorioso. Pero lo cierto es que el mundo está ahora casi tan mal como entonces. Dentro de poco tu civilización será exterminada. Las Puertas de la Muerte quedarán abiertas. Los que nos sirvan jamás perecerán. Vivos o muertos, ustedes tres se uniréis a mi ejército.

—Preferiría pudrirme en los campos de castigo —dijo Diana apuntándole con su espada de oro. 

—Espera —Hazel espoleó el caballo hacia el gigante—. Yo desenterré a este monstruo. Soy la hija de Plutón. Me corresponde a mi matarlo. 

—Ah, pequeña Hazel —Alcioneo plantó su bastón sobre el hielo. En su cabello relucían piedras preciosas por valor de millones de dólares—. ¿Estás segura de que no quieres unirte a nosotros por voluntad propia? Podrías resultarnos muy... valiosa ¿Por qué volver a morir? 

Los ojos de Hazel brillaban de odio. Me miró y sacó de su abrigo el trozo de madera envuelto. 

—¿Estás seguro? 

—Sí —dije. 

Ella frunció sus labios. 

—Tú también eres mi mejor amigo, Frank. Debí habértelo dicho —me lanzó el palo—. Haz lo que tengas que haber. Diana... ¿puedes protegerlo? 

Diana nos miraba llena de tristeza. Se secó bruscamente sus lágrimas con su antebrazo y luego volteó a mirar las filas de romanos espectrales. 

—Si mueren... iré al inframundo a golpearlos —nos advirtió Diana. 

Sabía que no era lo que quería decirnos. Me dolía verla así, tan temerosa y triste, que me hacía extrañar como actuaba cuando llegó al campamento: infantil, agresiva y un poco tonta.

—Entonces me pido al Chico de Oro —dijo Hazel. 

Y cargó contra el gigante. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora