Las oficinas de Amazon parte #2

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Hazel

Diana agachó el rostro en cuanto vio a la reina Hylla. Cuando llegó al campamento la había visto cansada y al borde de la muerte; la vi como se enfrentó a los chicos de las mejores cohortes del Campamento Júpiter sin mostrar un atisbo de miedo; la vi apostando su vida con tal de que cumplamos nuestra misión. Pero nunca la vi con miedo, como lo está demostrando en estos momentos.  

—Has sido increíblemente tonta al volver aquí —dijo Hylla, conteniendo su ira—. Te recibimos como una de nosotras, te dimos abrigo y comida para tu búsqueda ¿y a cambio que recibimos? Tú con ese chico casi destruyeron nuestro hogar.

Todas las otras mujeres empezaron a gritar y a exigir que la ejecuten de diferentes maneras, cada una peor que la anterior: una dijo algo sobre ponerla en una arena con un montón de monstruos; otra que la decapiten; que le desmembren los brazos y piernas, entre otras que no llegué a escuchar.

—Diana —dijo Frank con inquietud—. ¿De qué está hablando la mujer?

Yo también estaba ansiosa por saber. 

—Hace dos años, quizás más. Estaba buscando a alguien —dijo Diana—. Llegué aquí con... Ethan. Lo acabo de recordar. La sangre de gorgona... seguro está empezando a curar mi mente.

Otra vez, ese nombre. Ahora me doy cuenta que ella también guarda varios secretos.

Hylla enseñó sus perfectos dientes blancos.

—¿Me estás diciendo que tienes amnesia? Puede que te crea, ¿sabes? ¿Por qué si no serías tan tonta de venir aquí?

—Venimos en son de paz —intervine—. Sea lo que sea que haya pasado, no creo que Diana haya tenido algo que ver...

—¿Paz? —La reina arqueó las cejas mirándome—. ¿Qué no tuvo nada que ver? ¡Esta mestiza junto con su amigo vinieron a destruirnos!

—¡Él pensó que me habían secuestrado! —Diana gritó desesperada—. ¡No sabía que me ayudaban!

—¡No hay excusa que valga! —dijo Hylla—. Te perdoné por el hecho de que tu hermano había destruido mi hogar y el de mi hermana. De no ser porque éramos hijas de Belona y aprendimos a pelear rápido hubiéramos seguido encerradas —se estremeció—. Te creí, y confíe en ti. Lo cual fue el peor error que cometí como reina de las amazonas.

Cada una de sus palabras eran como puñales que atravesaban a Diana. Incluso le brillaban los ojos por contener sus lágrimas.

—Él no sabía que me estaban ayudando —dijo conteniendo un sollozo—. Yo no podía permitir que lo mataran. Lo... lo siento.

Se acercó a Diana hasta que estuvieron frente a frente. Le deslizó la daga por debajo de la barbilla.

—Tus disculpas no valen nada para mí. Ahora morirás —dijo Hylla mientras presionaba con la daga un poco más, haciendo un corte fino del que empezó a correr sangre.

— ¡Espere! —grité asustada—. ¡Reyna nos envía! ¡Su hermana! Mire el anillo que Diana lleva en el collar.

Hylla frunció el entrecejo. Bajó el cuchillo hacia el collar de Diana y hasta que la punta se posó sobre el anillo de plata. Su rostro palideció.

—Explícame esto —me lanzó una mirada asesina—. Rápido.

Lo intenté. Describí el Campamento Júpiter. Les dije a las amazonas que Reyna era nuestra pretora y les hablé del ejército de monstruos que marchaban hacia el sur. Y también les hablé de nuestra misión para liberar a Tánatos en Alaska.

Mientras hablaba, otro grupo de amazonas entró a la sala. Una de ellas era más mayor que el resto, con el cabello plateado recogido en unas trenzas y una elegante túnica de seda como una matrona romana. Las otras amazonas le dejaban paso, tratándola con tanto respeto que me pregunté si sería la madre de Hylla... hasta que me fijé en que Hylla y la mujer mayor se lanzaban cuchillos con los ojos.

—Así que necesitamos ayuda —dije, concluyendo la historia—. Reina necesita ayuda.

Hylla agarró el cordón de cuero de Diana y se lo arrancó del cuello, con las cuentas, el anillo y la placa de probatio incluidos.

—Reina... esa chica insensata...

—¡Vaya! —la interrumpió la mujer mayor—. ¿Así que los romanos necesitan nuestra ayuda?

Se echó a reír, y las amazonas que la rodeaban hicieron otro tanto.

—¿Cuántas veces luchamos contra los romanos en mi época? —preguntó la mujer—. ¿Cuántas veces han matado ellos a nuestras hermanas en la batalla? Cuando yo era reina...

—Otrera —la interrumpió Hylla—, estás aquí como invitada. Ya no eres reina.

La mujer mayor extendió las manos e hizo una reverencia burlona.

—Lo que tú digas... al menos, hasta esta noche. Pero digo la verdad, reina Hylla —pronunció cada palabra como un insulto—. ¡La mismísima Madre Tierra me ha traído de vuelta! Traigo noticias de una nueva guerra. ¿Por qué deben las amazonas obedecer a Júpiter, el estúpido rey del Olimpo, cuando pueden obedecer a una reina? Cuando yo asuma el mando...

—Si es que asumes el mando —dijo Hylla—. De momento soy yo la reina. Mi palabra es ley.

—Ya veo.

Otrera miró a las amazonas reunidas, quienes estaban muy quietas, como si hubieran acabado en un foso con dos tigres salvajes.

—¿Tan débiles nos hemos vuelto que escuchamos a semidioses que conspiraron en nuestra contra? —Dijo sin quitar la mirada de Diana que mantenía su rostro agachado—. ¿Vas a perdonar la vida de esta hija de Neptuno, que en el pasado intentó destruir nuestro hogar, tú hogar?

—Ya está sentenciada. Pero aún falta determinar la sentencia de sus compañeros —dijo Hylla en tono glacial—. Así es como gobierno, con la razón, no con el miedo, ni el odio. Primero hablaré con esta —me señaló con el dedo—. Es mi deber escuchar a una guerrera antes de sentenciarla. Esa es la costumbre de las amazonas. ¿O los años que has pasado en el inframundo te han confundido, Otrera?

La mujer mayor rió con desdén, pero no intentó discutir.

Hylla se volvió hacia Kinzie.

—Llévalos a ellos a los calabozos. El resto de ustedes, déjennos a solas.

Otrera levantó la mano hacia la multitud.

—Hagan lo que ordena su reina. ¡Pero si alguna de ustedes quiere saber más sobre Gaia y nuestro glorioso futuro con ella, que venga conmigo!

Aproximadamente la mitad de las amazonas la siguieron fuera de la sala. Kinzie resopló indignada, y acto seguido ella y sus guardias se llevaron a Diana y a Frank.

Pronto nos quedamos solas, acompañadas únicamente de las guardias personales de la reina. A la señal de Hylla, ellas también se marcharon fuera del alcance del oido.

La reina se volvió hacia mí. Su ira se desvaneció, y pude ver la desesperación en sus ojos. La reina parecía uno de sus animales enjaulados mientras era arrastrado en una cinta transportadora.

—Debemos hablar —dijo Hylla— No tenemos mucho tiempo. Lo más probable es que a media noche esté muerta. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora