Diana
Sentía que flotaba.
Se me nubló la vista. Unas garras me tomaron de los brazos y me levantaron en el aire. Debajo, las ruedas del tren chirriaron y el metal hizo un ruido estruendoso. El cristal se hizo añicos. Los pasajeros gritaron.
Cuando mi vista se aclaro, vi a la bestia que me estaba llevando hacia el cielo. Tenía el cuerpo de una pantera —lustroso, negro y felino—, con las alas y la cabeza de un águila. Sus ojos emitían un brillo rojo sangre.
Me retorcí tratando de liberarme, pero las garras del monstruo rodeaban mis brazos como unos brazaletes de acero. No podía liberarme ni alcanzar mi daga. Y mientras más me elevaba más vértigo sentía. Odiaba volar. No sabía hacía donde me llevaba, pero lo iba a odiar en cuanto lo viera.
Grité aterrada, y frustrada por no poder hacer nada. Entonces algo pasó silbando cerca de mi oído. Una flecha atravesó el pescuezo del monstruo. La criatura chilló y me soltó.
Grité aún más fuerte cuando empecé a caer, hasta que choqué con estrépito contra las ramas de un árbol y luego contra un ventisquero. Lancé un gemido, contemplando el enorme pino que acabé haciendo trizas.
Conseguí ponerme de pie, aún con las piernas temblando. No parecía que tuviera nada roto. Frank apareció a mi izquierda, disparando a las criaturas lo más rápido que podía. Hazel estaba a su espalda, blandiendo su espada contra cualquier monstruo que se acercara, pero se estaban arremolinando demasiados a nuestro alrededor, al menos una docena.
Desenvainé mi daga. Corté el ala de un monstruo y lo mandé girando en espiral contra un árbol le clavé a otro mi daga en el pecho que se deshizo en polvo. Pero los vencidos se recomponían enseguida.
—¡¿Qué son esas cosas?! —grité.
—¡Grifos! —dijo Hazel—. ¡Tenemos que impedir que se acerquen al tren!
Vi a lo que se refería. Los vagones del tren se habían volcado, y sus techos se habían hecho añicos. Los turistas iban dando traspiés e acá para allá, conmocionados. No vi a nadie que haya resultado gravemente herido, pero los grifos se lanzaban en picado a cualquier cosa que se moviera. Lo único que los mantenía alejados de los mortales era un reluciente guerrero gris vestido de camuflaje: el spartus de Frank.
Eché un vistazo y me di cuenta de que la lanza de Frank había desaparecido.
—¿Usaste tú último ataque?
—Si —Frank abatió de un disparo a otro grifo—. Tenía que ayudar a los mortales. La lanza se ha deshecho.
Asentí. Me sentía decepcionada, me gustaba el guerrero esqueleto, además ahora teníamos un arma menos. Pero no se lo podía reprochar, había hecho lo correcto.
—¡Debemos alejarnos de la vía! —dije.
Atravesamos la nieve dando traspiés, golpeando y rebanando grifos que volvían a formarse a partir de polvo cada vez que los matábamos.
No tenía experiencia con los grifos. Siempre los imagine como enormes animales nobles, como leones con alas, pero aquellas cosas me recordaban más a unos depredadores, como hienas voladoras.
A unos cincuenta metros de la vía del tren, los árboles daban paso a un pantano descubierto. El terreno estaba tan esponjoso y cubierto de hielo que sentía que estaba corriendo en un plástico de burbujas. Mis movimientos se hacían cada vez más lentos, y me di cuenta de que los grifos solo estaban jugando con nosotros. Si no nos mataban era porque no querían hacerlo, querían llevarnos a otra parte.
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La Hija De Neptuno
Fanfiction¿Qué harías si despertaras en una mansión en ruinas en medio del bosque sin ningún recuerdo de tu vida? ¿Qué harías si una loba mística te dice que eres una semidiosa? Pues eso es justamente lo que me pasó a mí. Pero esperen, ese es apenas el inici...