Aclarando algunas dudas

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Frank

Mientras marchábamos a los juegos de guerra, repasé mentalmente todo lo que  me pasó hoy. No podía creer lo cerca que había estado de morir. 

Mientras estaba de guardia, antes de que Diana apareciera, estuve a punto de contarle a Hazel mi secreto. Habíamos pasado horas en medio de la fría niebla, observando el tráfico de la gente que iba en coche al trabajo en la autopista 24. Hazel no paraba de quejarse del frío. 

—Daría cualquier cosa por estar caliente —dijo, mientras le castañeteaban los dientes—. Ojalá tuviéramos lumbre.

Incluso con la armadura puesta, estaba guapísima. Me gustaba la forma en que su cabello de color tostado se rizaba alrededor de los bordes de su yelmo y el hoyuelo que se formaba en su barbilla cuando arrugaba la frente. Era menuda en comparación conmigo, lo que hacía que me sintiera como un buey grande y torpe. Deseaba rodearla con mis brazos para darle calor, pero nunca lo haría. Probablemente ella me pegaría, y perdería a la única amiga que tenía en el campamento.

Pensé "Yo podría encender un fuego impresionante". Claro que solo duraría unos minutos y luego me moriría... 

El simple hecho de que lo considerará era espeluznante. Hazel ejercía ese efecto en mí. Cada vez que ella quería algo, sentía el impulso irracional de proporcionárselo. Quería ser el caballero chapado a la antigua que acudiera galopando en su rescate, una idea ridícula, pues ella era mucho que mejor que yo en todo. 

Ya podía imaginarme lo que diría mi abuela: "¿Frank Zhang galopando para rescatar a alguien? ¡Ja! Se caería del caballo y se partiría el pescuezo". Me costaba creer que apenas hubieran pasado seis semanas desde el funeral de mi madre. 

Desde entonces había pasado de todo: los lobos que llegaron a la puerta de su abuela, el viaje al campamento Júpiter, las semanas que había pasado en la Quinta Cohorte procurando no meter la pata hasta el fondo. Y en todo momento había conservado el trozo el leña medio quemado envuelto en tela en el bolsillo de mi chaqueta.

"No te separes de él —me advirtió mi abuela—. Mientras esté a salvo, tú estarás a salvo." 

El problema era que ardía muy fácilmente. Recordaba el viaje hacia el sur desde Vancouver. Cuando la temperatura descendió por debajo de cero grados cerca del monte Hood, saqué el trozo de leña y lo sostuve en mis manos, imaginándome lo agradable que sería tener una hoguera. Inmediatamente, una abrasadora llama amarilla empezó a arder en el extremo carbonizado. La llama iluminó la noche y me llenó de calor, pero noté como la vida se me escapaba, como si fuera yo el que se estuviera consumiendo en lugar de la leña. Lancé la llama a un montón de nieve. Por instante, siguió ardiendo. Cuando por fin se apagó,  dominé el pánico. Envolví el palo y lo guarde en el bolsillo de mi chaqueta, decidido a no volver a sacarlo. Pero no podía olvidarme de él. 

Era como si alguien me hubiera dicho: "Hagas lo que hagas, no pienses en que ese palo se encienda". 

De modo que no hacía otra cosa que pensar en ello. 

Mientras estaba de guardia con Hazel, trataba de apartar la idea de mi mente. Me encantaba pasar tiempo con ella. Le había preguntado por su infancia en Nueva Orleans, pero a ella parecía ponerle nerviosa mis preguntas, de modo que charlábamos de cosas intrascendentes. Intentábamos hablar en francés por diversión. Hazel tenía sangre criolla por parte de madre. Había aprendido francés en el colegio. Ninguno de los dos dominábamos bien el idioma, además que el francés de Luisiana era muy diferente al de Canadá, tanto que nos resultaba imposible conversar. Cuando le pregunté a Hazel qué tal se encontraba su carne de vaca ese día y ella contestó que su zapato era verde, decidimos dejarlo. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora