Una cena fantasmal

186 24 0
                                    

Hazel

Lo bueno del campamento es que la comida que servían era buena. Espíritus invisibles, aurai, servían a los campistas y era como si supieran exactamente lo que querían todos. Hacían volar platos y tazas tan rápido que el comedor parecía un delicioso huracán. Si te levantabas demasiado rápido, lo más probable es que te mancharas de judías o de pollo asado a la cazuela.

Yo pedí sopa de camarones, mi comida casera favorita. Me recordaba mi infancia en Nueva Orleans, antes de que me cayera mi maldición y de que mi madre se volviera resentida. Diana pidió un pastel y malteada de fresas. No entendí porque pero en cuanto lo provo sonrió.

—¡Delicioso! —gritó asustando a todos los de la mesa—. Hace mucho que no he comido algo tan rico.

El comedor parecía especialmente bullicioso esa noche. Las risas resonaban en las paredes. Los estandartes de guerra susurraba desde las vigas de cedro del techo mientras los aurai iban y venían, manteniendo llenos los platos de todos. Los campistas cenaba al estilo romano, sentados en divanes alrededor de mesas bajas. Los chicos se levantaban continuamente y cambiaban de sitio, difundiendo rumores sobre quién le gustaba quién y otros chismes.

Cómo siempre, la Quinta Cohorte ocupaba el lugar menos honorable. Sus mesas estaban al fondo del comedor, al lado de la cocina. Mi mesa siempre era la menos concurrida. Esta noche solo la ocupábamos Frank, como de costumbre, Diana, Nico y nuestro centurión Dakota, supongo que lo hizo para darle la bienvenida a la nueva recluta.

Dakota se recostó en su diván con aire taciturno mientras echaba azúcar en su bebida para después terminársela en grandes tragos. Era un chico fornido con el pelo moreno rizaso y unos ojos que nunca estaban del todo alineados, de modo que cada vez que lo veía sentía como si el mundo estuviera inclinado. No era buena señal que empezara a beber tanto cuando ni siquiera era tan tarde.

—Bueno —eructó, agitando su copa—. Bienvenido a la Diana, fiesta —frunció el seño—. Fiesta, Diana. En fin.

—Muchas gracias a ustedes —le contestó Diana. Pero al instante centro su atención en Nico—. Oye, Nicolo. ¿Seguro que no nos hemos visto antes?

Nico se puso colorado, no sé si es por ira o vergüenza. Yo me reí por el mote tierno que le puso.

—Estoy segura que vi ese rostro de zombi en alguna parte...

—Estas mal —contestó Nico con demasiada rapidez—. Paso la mayor parte del tiempo en el inframundo, por lo que la única forma de que nos hayamos visto es que hubieras muerto.

Dakota eructó.

—Lo llaman el embajador de Plutón. Reyna nunca sabe qué hacer con este cuando viene de visita. Debiste haber visto la cara que puso cuando apareció con Hazel y le pidió que la acogiera. Sin ofender.

—Tranquilo —Nico pareció alegrarse de cambiar de tema—. Dakota fue muy amable al responder por Hazel.

Ahora era el turno de Dakota de ruborizarse.

—Sí, bueno... Parecía una buena chica. Y no me equivoqué. El mes pasado me salvo de... ya sabes.

—¿Qué cosa? Yo no estuve ahí —preguntó Diana, emocionada.

—¡Debiste haberla visto, Diana! —exclamó Frank— Fue por eso que Hazel recibió su raya. Ese día los unicornios decidieron salir en estampida y Dakota casi se hace puré.

—No fue nada —dije.

—¿Nada? —protestó  Frank—. ¡Te plantaste delante de ellos, los espantaste y le salvaste el pellejo. En mi vida había visto algo parecido. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora