Una Misión

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Diana

En la noche dormí como un tronco. No recordaba cuando fue la última vez que dormí en una cama tan cómoda. A pesar del día de locos que había tenido y de los millones de pensamientos que me cruzaban por la cabeza, mi cuerpo asumió el control y dijo: "ahora vas a dormir".

Tuve sueños, por supuesto. Siempre tenía sueños, pero eran como imágenes borrosas en la ventanilla de un tren. Vi a un chico de cabello negro vestido con la misma camiseta naranja que yo usé cuando llegué al campamento.

—¡Diana! —me gritó sonriendo—. Que alivio que estés bien, te hemos...

—¿Quién eres? —le pregunté—. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Soy yo, soy Percy.

Me quedé helada al escucharlo. Este chico de unos 16 años era mi hermano, pero no se veía bien: su cabello estaba revuelto y bajo sus ojos se podían ver unas prominentes ojeras. Como si hace mucho tiempo no hubiera dormido correctamente.

—¡No te muevas! Iremos por ti. Tyson está cerca; al menos creemos que es el que está más cerca. Estamos intentando localizar tu posición.

—¿Qué? —grité, pero mi hermano desapareció en la niebla.

Luego el chico de mis recuerdos apareció corriendo a mi lado, tendiéndome la mano.

—¡Diana, hagas lo que hagas no vayas a Alaska! —gritó— ¡Espera a que te encuentren!

—¿Eres real? —pregunté.

Deseaba tanto creerlo que sentía como si Aníbal el elefante estuviera encima de mi pecho. Pero su rostro empezó a disolverse.

Traté de alcanzarlo pero mi mano lo traspaso como si fuera un holograma.

—Por primera vez en tu vida hazme caso...

Fue lo último que me dijo, antes de desaparecer. Las imágenes se aceleraron. Vi un barco enorme en un dique seco, trabajadores apresurándose para terminar el casco, un tipo con un soplete soldando un mascarón de un dragón de bronce en la proa. Vi a unas chicas con cazadoras y arcos enseñándome a disparar en un bosque cubierto de nieve.

La escena cambió. Ahora estaba en el Campo de Marte, contemplando las colinas de Berkeley. La hierba dorada se ondulaba, y una cara apareció en el paisaje: una mujer durmiente, cuyos rasgos estaban formados a partir de sombras y pliegues del terreno. Sus ojos permanecieron cerrados, pero su voz habló en mi mente:

"Así que esta es la semidiosa que Juno eligió, la hermana de Percy Jackson. No pareces la gran cosa, pero serás una pieza valiosa para mí. Ven al norte. Reúnete con Alcioneo. Juno podrá jugar a sus juegos con griegos y romanos, pero al final te volverás mi peón. Serás la clave de la derrota de los dioses".

Se me oscureció la vista. Estaba en una versión del cuartel general del campamento del tamaño de un teatro: un principia con paredes de hielo y niebla helada flotando en el aire. El suelo estaba lleno de esqueletos con armaduras romanas y armas de oro imperial incrustadas de escarcha. Al fondo de la sala había una enorme figura oscura. Su piel emitía destellos dorados y plateados como si fuera un autómata, igual que los perros de Reyna. Detrás de mí había una colección de emblemas maltrechos, estandartes hecho jirones y una gran águila dorada sobre una barra de hierro.

La voz del gigante resonó en la inmensa estancia.

—Esto va a ser divertido, hija de Neptuno. Paso una eternidad desde la última vez que destruí a un semidiós de tu calibre. Te espero sobre el hielo. 

Desperté temblando. Por un momento no supe en dónde estaba. Entonces recordé: el Campamento Júpiter, los barracones de la Quinta Cohorte. Estaba tumbada en mi litera, mirando al techo tratando de controlar mi palpitante corazón. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora