El glaciar Hubbard

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Hazel

Me sentía poderosa mientras montaba a Arión, imparable, capaz de controlar totalmente la situación: una combinación perfecta de caballo y humano. Me preguntaba si ser centauro era así.

Los capitanes de barcos de Seward me habían advertido de que habían trescientas millas náuticas hasta el glaciar de Hubbard, un viaje duro y peligroso, pero Arión no tuvo problemas. Corría sobre el agua a velocidad del sonido, calentando tanto el aire a su alrededor que no notaba el frío. A pie, jamás me habría sentido tan valiente. A caballo, me moría de ganas de entrar en combate. 

Frank y Diana no se veían tan contentos. Cuando miré atrás, estaban apretando los dientes, y tenían los ojos cerrados con fuerza. Diana se aferraba a mi cintura como si su vida dependiera de ello, mientras que Frank estaba sentado detrás del todo, agarrándose fuerte, intentando desesperadamente no resbalar de la grupa del que se movía Arión, puede que si lo perdiéramos no nos diéramos cuenta hasta que lleguemos a nuestro destino. 

Atravesamos corriendo estrechos y dejamos atrás fiordos azules y acantilados con cascadas que se derramaban en el mar. Arión saltó por encima de un rorcual que había salido a la superficie y siguió galopando, y espantó a una manada de focas de un iceberg. 

Parecía que solo hubieran pasado unos minutos cuando entramos zumbando en una estrecha bahía. El agua adquirió la consistencia del hielo picado con pegajoso sirope azul. Arión se detuvo sobre una losa de turquesa congelada. 

A unos ochocientos metros de distancia estaba el glaciar de Hubbard. Ni siquiera Hazel, que había visto glaciares antes, pudo asimilar del todo lo que estaba viendo. Montañas moradas cubiertas de nieve se extendían en ambas direcciones, con nubes flotando alrededor de su parte central como cinturones mullidos. En un enorme valle entre dos de los picos más grandes, un muro de hielo irregular salía del agua y ocupada todo el cañón. El glaciar era azul y blanco con vetas negras, como el cerco de nieve sucia que queda en una acera después de que ha pasado una máquina quitanieves, solo que cuatro millones de veces más grande. 

En cuanto Arión se detuvo, noté que la temperatura bajaba. Todo aquel hielo desprendía ondas de frío que convertían a la bahía en el frigorífico más grande del mundo. Lo más inquietante era el ruido de trueno que sonaba a través del agua. 

—¿Qué es eso? —Frank contempló las nubes que había sobre el glaciar—. ¿Una tormenta? 

—No —respondí—. Es el hielo cuando se resquebraja y se mueve. Millones de toneladas de hielo. 

—¿Quieres decir que esa cosa se está deshaciendo?

Justo entonces, una capa de hielo se desprendió silenciosamente del lado del glaciar y chocó contra el mar, salpicando agua y esquirlas congeladas a varios pisos de altura. Un milisegundo más tarde, escuchamos el sonido: un BUM casi tan estruendoso como el de Arión al superar la barrera del sonido. 

—¡No podemos acercarnos a esa cosa! —dijo Frank. 

—Pero el gigante está en la cumbre —dijo Diana.

Arión se rió socarronamente. 

—Hazel, dile a tu mascota que cuide su lenguaje —dijo Diana. 

Procure no reírme

—¿Qué dijo?

—Omitiendo sus palabrotas, que nos puede llevar a la cumbre. 

Frank puso cara de incredulidad. 

—¡Creía que el caballo no podía volar!

Esta vez Arión relinchó tan furiosamente que hasta yo supe que estaba soltando un juramento. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora