Una arpía que come libros

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Diana

—Necesitaremos un poco de su comida.  

Me abrí paso a empujones alrededor del anciano y tomé unos platos de la mesa de picnic: un cuenco tapado de fideos al estilo tailandés con salsa de macarrones y queso, y una pasta en forma de tubo que parecía una mezcla de burrito y bollo de canela. 

No esperé a los otros. Me fui del aparcamiento antes de perder mi auto control y vuelva para matar a Fineas con mis propias manos. 

Me detuve al otro lado de la calle, en donde Hazel y Frank me alcanzaron. Respiré hondo, tratando de calmarme. El agua seguía cayendo del cielo, pero ahora solo era una débil llovizna. 

La lluvia siempre me trae problemas. Y ahora no solo tenía el problema de mi memoria, también cargaba con una maldición. Quería llorar.

—Ese hombre... —Hazel golpeó el lateral del banco de una parada de autobús—. Merece morir. Otra vez. 

Era difícil de apreciar bajo la lluvia, pero parecía que estuviera parpadeando para contener las lágrimas. Su largo cabello rizado estaba pegado a los lados de su cara. A la luz grisácea, sus ojos dorados parecían de hojalata. 

Recordé la seguridad con la que Hazel había actuado cuando nos conocimos, controlando la situación con las gorgonas y poniéndome a salvo. Ella me consoló en el templo de Neptuno y me hizo sentir bien recibida en el campamento. 

Ahora me tocaba devolverle el favor. Me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos. 

Se veía perdida, abandonada y verdaderamente deprimida. 

No me sorprendió que hubiera vuelto del inframundo. Lo sospeche por la forma en que ella evitaba hablar de su pasado y por lo reservada que ella y Nico se mostraron cuando hablaban de ello frente a todos. 

Ella no era un demonio como Fineas. 

—Lo resolveremos —prometí—. Él no es como tú. No me importa lo que diga. 

Ella negó con la cabeza y después se separó de mí. 

—No conoces toda la historia. Deberían haberme mandado a los Campos de Castigo. Yo... yo soy igual de mala... 

Estaba por hablar cuando Frank exclamó. 

—¡No, lo eres! 

El tenía los puños cerrados. Miro a su alrededor como si estuviera buscando a alguien que no estuviera de acuerdo con él: un enemigo al que pudiera pegar en defensa de Hazel. 

—¡Ella es buena persona! —gritó a través de la calle. 

Unas cuantas arpías chillaron en los árboles, pero nadie más le prestó atención. 

Hazel miró fijamente a Frank. Alargó la mano tímidamente, como si quisiera tomarle la mano pero temiera que se evaporara. 

—Frank... —dijo tartamudeando—. Yo... yo no... 

Lamentablemente Frank estaba absorto en sus pensamientos. 

Tomo su lanza de la mochila y la agarró de manera insegura. 

—Podría intimidar a ese viejo —propuso—, asustarle...

—No funcionará —dije—. Ni si quiera tembló cuando lo amenacé con mi daga. Por ahora solo nos queda buscar a esa arpía. Guarda esa cosa para una verdadera emergencia, Marte dijo que solo la podías usar tres veces. 

Frank miró ceñudo la punta de diente de dragón, que había crecido por completo de la noche a la mañana. 

—Si. Supongo...

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora