Recuerdos que duelen

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Diana

Éramos sin duda alguna, los refuerzos más extraños de la historia militar de roma. Hazel iba montada en Arión, que apenas tenía fuerzas para llevar a una persona a la velocidad de un caballo normal, aunque maldijo sobre sus doloridos cascos durante todo el trayecto cuesta abajo.

Frank se transformó en un águila de cabeza blanca -algo que aunque me parecía genial también me parecía muy injusto- y se elevó por encima de nosotros. Tyson corría colina abajo, blandiendo su maza y gritando: "¡Hombres poni malos! ¡UH!", mientras Ella revoloteaba alrededor de él, recitando datos del Almanaque del viejo granjero.

En cambio yo, me dirigí a la batalla montada en la Señorita O'Leary con un carro lleno de pertrechos de oro imperial que hacían ruido y tintineaban detrás, y el estandarte del águila dorada de la Duodécima Legión elevada por encima de mí.

Si no estuviera montada en el lomo de la señorita O'Leary creo que no sería capaz de llegar al campo de batalla. Podía sentir el sudor frío por los nervios caer de mi rostro. El miedo recorría mi cuerpo recordando las otras Batallas de las cuales fui parte, me hacía desear salir huyendo lejos. Pero ya no podía dar marcha atrás. 

Rodeamos el perímetro del campamento, cruzamos el Pequeño Tiber. Al sentir el agua dulce en mi piel, mis dolencias se fueron, o al menos la mayoría. Penetramos el Campo de Marte en el margen oeste de la batalla. Una horda de cíclopes estaba fustigando a los campistas de la Quinta Cohorte, quienes trataban de mantener sus escudos juntos para permanecer con vida.

Al verlos en apuros, me embargó la misma ira protectora que sentí cuando atacaron el campamento por medio del laberinto de Dedálo. Aquellos chicos que me acogieron, igual que los del Campamento Mestizo, eran mi familia. 

—¡Quinta Cohorte! —grité, y cargué contra el cíclope más cercano. Lo último que vio el pobre monstruo fueron las fauces de la Señorita O'Leary. 

Después de que el cíclope se desintegrara —y permaneciera así, gracias a la Muerte—, salté de la perra infernal y me abrí paso violentamente a cuchilladas entre los otros monstruos con una espada de oro imperial que saqué del carro. 

Tyson embistió contra la líder de los cíclopes, Ma Gasket, ataviada con su vestido de malla salpicado de barro y decorado con lanzas rotas. 

La cíclope miró boquiabierta a Tyson y dijo: 

—¿Quién...?

Tyson la golpeó tan fuerte en la cabeza qsue la cíclope dio una vuelta y cayó de culo. 

—¡Señora cíclope mala! —rugió—. ¡El general Tyson le ordena que se marche! 

Volvió a golpearla, y Ma Gasket se deshizo en polvo. 

Entre tanto, Hazel embestía de acá para allá montada en Arión, atravesando a un cíclope tras otro con su spatha, mientras Frank cegaba a los enemigos con sus garras. También varios de la Quinta, atacaron al ver que había llegado el apoyo.  

Una vez que todos los cíclopes a menos de cincuenta metros hubieron quedado reducidos a cenizas, Frank se posó delante de sus tropas y se transformó en humano. Su insignia de centurión y su mural relucían en su chaqueta de invierno. 

—¡Quinta Cohorte! —gritó—. ¡Vengan por sus armas de oro imperial! 

Los campistas se recuperaron de la impresión y se apiñaron en torno al carro. Yo hacía todo lo posible por repartir las armas rápidamente.

—¡Vamos, vamos! —los apremiaba Dakota como loco mientras bebía sorbos de refresco de su termo—. ¡Nuestros compañeros necesitan ayuda! 

Al poco rato la Quinta Cohorte estaba equipada con nuevas armas, escudos y cascos. No lucían un aspecto precisamente uniforme. De hecho, parecía que hubieran estado de compras en un saldo del Rey Midas, pero de repente nos convirtimos en la cohorte más poderosa de la legión. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora