Una llama de vida

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Frank

Desenvolví el palo y me arrodillé a los pies de Tánatos.  

Era consciente de que Diana estaba de pie detrás de mí, blandiendo su espada y chillando en actitud desafiante mientras los fantasmas se acercaban. Escuché como el gigante rugía y Arión relinchaba airadamente, pero no me atreví a mirar. 

Con las manos temblorosas, acerqué el trozo de leña a las cadenas de la pierna derecha de la Muerte. Pensé en unas llamas, y la madera ardió en el acto. 

Un calor terrible se extendió por todo mi cuerpo. El metal helado empezó a fundirse; la llama era tan brillante  que resultaba más deslumbrante que el hielo.

—Bien —dijo Tánatos—. Muy bien, Frank Zhang. 

Había oído que algunas personas les pasaba la vida ante sus ojos, pero entonces lo experimente en sentido literal. Vi a mi madre el día que partió a Afganistán. Ella sonrió y me abrazó. Intenté aspirar su fragancia de jazmín para no olvidarla nunca. 

"Siempre estaré orgullosa de tí, Frank —dijo mi madre—. Algún día viajarás todavía más lejos que yo. Tú cerrarás el círculo de nuestra familia. Dentro de unos años, nuestros descendientes contarán historias sobre el héroe Frank Zhang, su tataratataratatara..."

Me hizo cosquillas en la barriga por los viejos tiempos. Fue la última vez que sonreí durante meses. 

Me vi a mi mismo en el banco de picnic de Moose Pass, contemplando las estrellas y la aurora boreal mientras Hazel roncaba suavemente a mi lado, y a Diana diciendo: "Eres un líder, Frank. Te necesitamos". 

Vi a Diana desaparecer en el terreno pantanoso y a Hazel lanzarse detrás de ella. Recordé lo solo e imponente que me había sentido agarrando el arco. Había rogado a los dioses del Olimpo —incluso a Marte— que ayudaran a mis amigas, pero sabía que en este lugar no les llegaría mis plegarias. 

La primera cadena se rompió produciendo un sonido metálico. Rápidamente acerqué el palo a la cadena de la otra pierna de la Muerte. 

Me arriesgue a lanzar una mirada por encima del hombro. 

Diana luchaba como un torbellino, se abría paso entre el enemigo desviando flechas y lanzas con su escudo y acuchillando fantasmas con su espada. Por momentos guardaba su escudo para tener mayor libertad de moviendo, saltaba por encima de los legionarios y los acuchillaba por la espalda.  

Atravesó las líneas enemigas, y aunque parecía que me estaba dejando indefenso, el enemigo estaba totalmente centrado en ella. No sabía por qué; entonces vi el objetivo de Diana. Uno de los fantasmas negros llevaba la capa de piel de león de un portaestandarte y sujetaba un palo con un águila  dorada, con carámbanos congelados en sus alas. 

El estandarte de la legión.

Ella desarmó a uno de los fantasmas, los espíritus crearon un muro con sus escudos que protegía al portaestandarte. Ella movió sus manos y formó un pequeño ciclón que disperso a los legionarios. Derribó al portaestandarte y tomó el águila. 

—¡¿Lo quieren?! —gritó furiosa a los fantasmas —. ¡Pues vengan por él! 

Se los llevó aparte, y no pude por menos quedar asombrado de su audaz estrategia. A pesar de lo mucho que esos fantasmas deseaban mantener encadenado a Tánatos, eran espíritus romanos. Sus mentes estaban confusas, en el mejor de los casos, como los fantasmas que había visto en los Campos de Asfódelos, pero recordaban claramente una cosa: debían proteger su águila. 

Sin embargo, Diana no podía repelerlos por siempre. Llegó al punto de crear un pequeño torbellino de agua y vapor para dispersar a los legionarios, pero le estaba costando mantener esa tormenta. A pesar del frío su cara salpicaba gotas de sudor, sus movimientos se hacían más lentos, y por momentos se sobaba el pecho, como si le doliera. 

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora