Una Nueva Recluta Para La Quinta Cohorte

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Hazel

Yendo de vuelta, tropecé  con un lingote de oro.

Debería evitar correr tan rápido, pero no podía arriesgarme a llegar tarde a la revista. Aunque la Quinta Cohorte contaba con los centuriones más agradables del campamento, me castigarían si llegara a retrasarme. Y los castigos romanos eran severos: fregar las calles con un cepillo de dientes, limpiar los toriles del coliseo, ser metido en un saco cosido lleno de comadrejas furiosas para que después te lancén al Pequeño Tiber... Las opciones no eran prometedoras.

El lingote había salido de la nada, justo a tiempo para que mi pie chocara contra él. Nico Trato de atraparme, pero me caí y me arañé las manos.

—¿Estás bien?

Él se arrodilló a mi lado y alargó la mano para tomar el lingote. 

—¡No! — le advertí. 

Nico se quedó paralizado. 

—Vale. Lo siento. Es solo que... ¡Caray! Esa cosa es enorme.

Sacó una petaca de néctar de su cazadora de aviador y me echó un poco en las manos. Los cortes se curaron de inmediato. 

—¿Te puedes levantar?

Me ayudo a ponerme de pie. Ambos nos quedamos viendo el oro. Era del tamaño de una barra de pan y tenía grabado un número de serie y las palabras TESORERÍA DE ESTADOS UNIDOS.

Nico sacudió la cabeza, incrédulo por lo que veía. 

—¿Cómo tártaros...?

—No lo sé — le contesté tristemente—. Pudieron haberlo enterrado unos ladrones, o se cayó de un vagón hace cientos de años. Tal vez emigró de la caja fuerte del banco más cercano. Cualquier cosa que este en el suelo cerca de donde estoy sale. Y cuanto más valor tiene...

—Se vuelve más peligrosa —Nico frunció el entrecejo—. ¿no deberíamos taparlo? Si los faunos lo encontraran...

Me lo imaginé como un hongo nuclear brotando del camino y unos faunos chamuscados saliendo despedidos por todos lados. Era una imagen muy horrible.

—Suelen volver a enterrarse cuando me marcho, pero por si acaso. 

Había estado practicando ese truco, pero nunca lo había hecho con algo tan pesado y compactado. Señalé el lingote y traté de concentrarme. El lingote empezó a levitar. Canalicé mi ira, para lo cual no tuve que esforzarme: odiaba ese oro, la maldición, odiaba pensar en mi pasado y en todos mis fracasos. Los dedos le hormigueaban. El lingote de oro brillaba por el calor. 

Nico tragó saliva. 

—Estooo, ¿estás segura, Hazel...?

Cerré el puño, y el oro se dobló como si fuera masilla. Lo retorcí hasta convertirlo en un enorme anillo desigual. Moví la mano con rapidez hacia el suelo. Mi dónut de un millón de dólares se estampó contra la tierra. Se hundió a tanta profundidad que solo quedó una marca de tierra reciente. 

Nico abrió los ojos como platos. 

—Fue... aterrador. 

No me parecía nada impresionante, no en comparación con la habilidad de resucitar esqueletos y traer a personas de entre los muertos. Pero era agradable sorprenderlo para variar. 

Dentro del campamento, los cuernos volvieron a sonar, Las cohortes estarían empezando a pasar lista, y yo no tenía el más mínimo deseo de que me metieran en un saco con comadrejas. 

—¡Deprisa! — le dije a Nico, y corrimos hacia las puertas. 

La primera vez que vi a la legión reunida me quede tan intimidada que había estado a punto de escabullirme a los barracones para esconderme. Después de nueve meses en el campamento, todavía me parecía un espectáculo impresionante.  

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora