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5 de enero. 3:30 a.m.

La madrugada se sentía helada. El silencio y la calma del hogar fue abruptamente interrumpido ante la tonada alta del teléfono de la casa, haciendo completo eco por los pasillos y salones de la misma.

Los pasos apresurados y torpes se escucharon tan pronto como el teléfono sonó por tercera vez, logrando que la pequeña familia Lee se reuniera en la sala de estar.

La señora de la casa –como ya se había acostumbrado–, fue la que respondió la llamada, expectante de lo que se le anunciaría y desprendiendo con ello, la tensión del momento. Su voz sonó temerosa al ser la primera en hablar.

Los hombres ahí presentes, fueron testigos presenciales del momento en que los ojos castaños de la mayor se humedecieron, mientras lamía sus labios para posteriormente, morder uno de ellos con fuerza. Al final se vieron alarmados cuando una lágrima terminó por hacer un recorrido en su mejilla.

El primer sentimiento fue el del vacío por parte de Minho. Su cabeza comenzó a negar, exigiendo a su cordura mantenerse quieta antes de dejarse llevar por una noticia de la que se rehusaba a escuchar.

—E-entiendo Suzy... Iremos ahora, gracias —respondió la mayor.

No supo de dónde sacó las fuerzas para evitar que su voz se quebrara, ni tampoco entendió en qué momento sintió que estaba ahogándose. Bajó el teléfono con delicadeza, respirando profundo. Miró a su hijo y sin palabras de por medio, extendió su brazos hacia él, pidiéndole que la abrazara.

Minho por otro lado, sintió el momento exacto en que su corazón se partió. Se acercó a su madre y respondió a su abrazo con buena fuerza. El momento volviéndose sentimental a tal punto que terminaron envueltos en un ambiente melancólico, dónde madre e hijo compartieron sollozos.

—¿Cuándo? —preguntó el hombre, metiéndose en el abrazo.

—Hace quince minutos, mamá lo dejó un momento y cuando volvió a la habitación, mi padre ya había fallecido —informó.

Las palabras fueron escuchadas por el azabache quién aún seguía escondido en el cuello de su progenitora. Sintió un escalofrío recorrer por toda su espalda hasta llegar a su cabeza, logrando marearlo.

Tuvo que resignarse y se separó de su madre cuando esta le dijo que debían partir a la casa del hombre. Se vistió sin ganas y salieron de su hogar hundidos en un clima deprimente. Para cuando llegaron a la casa de los abuelos, la cosa se puso aún más triste. Minho se mostró completamente reacio a aceptar la invitación de su abuela para ver por última vez a su abuelo.

Pasaron horas, y cuando comenzaba a asimilar lo ocurrido, sólo pudo divisar frente a él al mundo de caras completamente desconocidas. El suelo reluciente se veía comenzando a ser manchado gracias las lágrimas de cocodrilo que soltaban algunos presentes.

«Hipócritas», pensó él.

El día –desde que recibieron la noticia–, había sido agotador. Resultaba melanconioso que tanto su señora, como su hija menor lo presintieran, pues veinte minutos después de la noticia, el funeral ya estaba listo. Tampoco fue gran sorpresa cuando rápidamente la recepción se vio llena. Se trataba de la muerte de un hombre de trayectoria importante, ahora sus riquezas y proyectos se habían quedado sin su legítimo dueño. Aún así, fueron muy contadas aquellas personas que se quedaron a velar por la paz de esa alma.

En algún momento, los familiares y amigos debían descansar. Por decisión propia, los primos menores decidieron quedarse con su abuelo mientras el resto de los adultos regresaban a casa para recuperar fuerzas.

SAVE ME || LEE KNOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora