EPÍLOGO.

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La mañana de enero era fría. El viento soplaba fuerte y la nieve caía en una buena cantidad. A pesar de ello, el ambiente melancólico se prestaba para una visita al cementerio.

Un apuesto y honorable joven yacía sentado en el césped, comiendo un emparedado de nieve mientras su mirada estaba puesta en la fotografía de la lápida. Llevaba un par de horas desde su regreso y aún no se sentía totalmente preparado para dar a conocer su llegada. Bajó la vista a su reloj dándose cuenta que en unos minutos llegaría el atardecer. Dió el último bocado al emparedado y tomó sus cosas sin olvidar el otro ramo de flores.

—Vendré luego, gracias por escucharme, Lili.

Dejó una reverencia y comenzó a andar. Se dirigió con calma por los caminos de cemento, hasta llegar a una elegante lápida de mármol negro, estudió un momento las palabras grabadas en el vidrio y luego dejó otro par de rosas blancas sobre la misma.

—Hola, prometo que otro día te visitaré por más tiempo —sonrió—. Por ahora sólo quiero decirte que creo que lo estoy logrando, ja, no presenté una explosión de ira durante un par de meses porque pude controlarme, así que, supongo sue es un buen avance —continuó, lamiéndose los labios—. No tuve la oportunidad de hacerlo antes, pero, lamento haber intentado matarme cuando te prometí que siempre sería fuerte, ahora que estoy vivo, te aseguro que no volveré a caer, abuelo.

Bajó sus cosas con delicadeza al suelo y ofreció una reverencia completa. Se reincorporó de nuevo y se cargó con sus pertenencias, murmurando una despedida. Se acurrucó dentro de su abrigo, cubriendo lo rojo de su nariz con recelo. Y se aguantó las ganas de hacer una parada en la cafetería para saborear con más gusto el café de su padre.

Caminó entre las calles, viéndose un tanto confundido al no recordar con exactitud el camino, pues muchas de las cosas que recordaba ya no estaban más. Sin embargo, respiró tranquilo y formó una sonrisa cuando vio el letrero bien conocido del restaurante de los Lee. Atravesó la calle con intenciones de mirar de lejos la convivencia en el local. Se detuvo recargándose en el poste de luz y llevó su mirada a los ventanales del sitio.

El lugar estaba tranquilo como suele estar desde que tiene memoria. Vio la silueta de su madre andando por las mesas con la sonrisa brillante de siempre. Lucía hermosa y despampanante, presumiendo de un peinado que hacía resaltar sus delicadas facciones. A un costado logró ver a su padre, se veía menos tenso y su sonrisa era mucho más genuina. Sus ojos detectaron el alboroto al fondo del restaurante, haciéndose presentes sus revoltosos amigos. Estos reían a carcajadas, señalando a un Han y a un Changbin que se encontraban limpiando el desastre en el suelo. Escuchó el quejido de alguien que cargaba algo pesado. Llevó los ojos hasta el origen de aquel sonido y tomó sus cosas para auxiliar a la bella joven de cortos cabellos negros y enormes ojos café.

—Permítame —avisó.

Entregó el ramo a la chica y bajó su equipaje para tomar la bolsa de basura y llevarla al contenedor. Se giró de nuevo, notando la mirada gacha de la joven. Se acercó a ella y pudo ver los ligeros espasmos, producto de un lloriqueo.

—¿Todo bien?

—¡Imbécil! —exclamó—. Se supone que debías volver el año pasado —reclamó.

Mi-suk le golpeó en el estómago y luego lo abrazó, ignorando el quejido del otro. Minho por su parte, afianzó el abrazo en la cintura notando por mucho la mejora en el cuerpo ajeno. Y se alegró mucho más cuando sintió la fuerza de la otra que se aferraba a él. Poco a poco el agarre se volvió menguante y ambos pares de ojos colisionaron en un hermoso choque que sincronizó el latido de sus corazones.

El azabache repasó con cuidado el rostro de la contraria, sus ojeras ya no estaban presentes, su cara estaba más rellenita, dejando relucir un par de cachetitos esponjosos, el color de su piel tenía más color y en general, su aspecto gritaba vida.

SAVE ME || LEE KNOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora