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Cada día el tiempo de espera disminuía para la gran boda del siglo, el acuerdo de paz entre Marley y Paradis avanzaba en luz verde pues nunca se vio a reyes de ambas naciones convivir tan armoniosamente como los periódicos lo demostraban.

El hogar de la Princesa Alizel seguía siendo la mejor nación, la nueva Emperatriz regia con honor y fuerza, incluso había conseguido un pretendiente de sangre poderosa para continuar su linaje. Los guerreros del Imperio estaban orgullosos de su emperatriz y felices por la decisión de la segunda hija.

Incluso Paradis se llenaba de esperanza, pues la Princesa se paseaba por los distritos que todas las monarcas anteriores habían ignorando, pero sobre todo se acercaba a aquellos que nunca les habían prestado atención. Los niños se alegraban de ser visitados por ella, los ancianos y veteranos de guerra se sorprendían al verla atenderlos y no permitir que la tratarán de forma real.

Se había ganado el corazón del pueblo y este se lo dejó saber mediante cartas, flores y regalos que le hacían llegar al Castillo de Mitras.

Y aún a pesar de tener toda una nación ante sus pies, la Princesa era la única que no podía compartir esa felicidad con ninguno, se sentía sola, desahuciada, triste.

Veintiséis días llevaba sin hablar con el Rey desde su última llamada donde únicamente discutieron. Casi un mes sin escuchar palabra alguna de la persona por la que abandonó su nación, posición e ideales. Aquella por la cual arrastró a gente que no quería salir de su tierra pero lo hicieron por su devoción hacia ella.

Su incomunicación con el Rey, la hacia sentir que su decisión de casarse era una carga para sus compatriotas. Y vaya que la Princesa lo buscó en cada momento que podía utilizar un teléfono, sin embargo las respuestas eran las mismas.

—Su majestad el Rey de Paradis no tiene tiempo para atender llamadas de poca relevancia para la situación del reino, llegará solo para casarse con usted alteza. Ya no interrumpa más su itinerario. —eran las crueles palabras que Roeg le decía.

Incluso llegó al punto en el que simplemente ya no respondían sus llamadas, la Princesa no pudo soportarlo más y finalmente sus problemas alimenticios llegaron hasta oídos de miembros del Parlamento por palabras de su servidumbre de la cocina.

La corte real de la Princesa no se involucraba mucho, Rosie pensaba que sería imprudente hablar sobre su cuerpo o restricciones al comer, el resto de mujeres creía que finalmente la Princesa se tomaba en serio su cuerpo. Sin embargo las creencias de ellas habían llevado, a quién servían, a uno de los peores momentos de su vida.

—Comandante Hange ya le he dicho que las guerreras de la Princesa se rehusan a pasarle mi comunicado. —contestó Connie nervioso, pues la investigación de Hange sobre la combinación del gen Kabáh y el gen Ackerman no avanzaba ni un poco.

GOD SAVE THE QUEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora