XLVIII.

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Abby

-¿Abigail Cooper? -preguntó el hombre del reparto en el mismo instante en el que abrí la puerta. Asentí con la cabeza repetidas veces. Todavía estaba en pijama, pues acabábamos de levantarnos. -Traigo un paquete para usted. ¿Podría firmar aquí? -dijo tendiéndome un papel y un bolígrafo.

-Claro.

-Muchas gracias. Que tenga un buen día -me dijo con una sonrisa antes de dar la vuelta para volver al furgón en el que había venido.

Con el paquete en brazos, busqué el remitente. Intenté recordar si había pedido algo, pero no creía haberlo hecho. Al menos no yo, aunque no sería nada extraño que Max hubiese hecho el pedido. Últimamente siempre estaba comprando cosas por internet, la mayoría juguetes y ropa para la niña.

-¿Has pedido algo? -le pregunté a Max cuando entré en la cocina y este me saludó con un beso en los labios y una caricia en la barriga.

-Yo no. ¿No has sido tú? -negué con la cabeza varias veces, dejando el paquete sobre la mesa. -Habrá sido Christian. Sabes que no para de comprarle cosas -sonreí, porque era verdad. Estaba tan emocionado que, dentro de poco tiempo, Maddie tendría ya el armario lleno de ropa y juguetes.

-Es que no pone la dirección del remitente -me quejé mientras le daba vueltas a la caja para encontrar alguna pista que me hiciese saber de quién venía.

Dándome por vencida, agarré un cuchillo para cortar la cinta que la mantenía cerrada. Y, al hacerlo, sonreí. Era una lámpara en forma de nube, de esas que se ponen para que los niños duerman sin miedo a la oscuridad. El dibujo era el de unos párpados cerrados y una pequeña sonrisa.

-Es bonita -dijo Max dándole el primer bocado a su tostada.

-Es preciosa...

En el mismo momento en el que la saqué de la caja, vi un pequeño papel que había dentro del paquete. Me dispuse a leerlo, asumiendo que era algo de Christian o de Geri. Probablemente de parte de ella, que tenía un excelente gusto para la decoración.

Esa sonrisa, esa maldita sonrisa que me había arrancado el objeto, se borró en una milésima de segundo. Se me escapó un sollozo al leer la nota y, de pronto, quise tirar el regalo, pues se trataba de uno envenenado.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien? -preguntó Max, que se preocupó rápidamente al ver mi reacción.

Volví a leer la nota, una vez más, incapaz de creer lo que tenía entre mis manos.

Por el bien de esa niña, para que duerma tranquilamente, retira la denuncia.

-Max... vámonos -pedí sin levantar la mirada, leyendo una y otra vez la nota que, en cuestión de segundos, había logrado aterrorizarme.

Incontrolable | Max Verstappen +18 (Imparable Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora