Malas juntas.

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Como si el cielo hubiese escuchado sus súplicas la noche anterior había terminado con Max borracho en el sofá sin siquiera haberse cambiado de ropa. Estaba tan ebrio y tan dormido que Tora podría rasguñar su cara con ira y él no despertaría.

Para ella terminó de forma totalmente diferente a cómo esperaba, en mitad de la cena se imaginaba la parte de Max en el sofá, rogaba porque así fuera, durante toda la cena no dejó de rogar por ello, pero su parte la imaginaba en su cama, llorando silenciosamente como venía haciendo. Sin embargo mientras los ronquidos de Max hacían eco dentro de la casa, ella se encontraba fuera a punto de encender un tabaco de frambuesa, Francisca estaba sentada en la terraza con el suyo encendido entre sus labios. Podía pensar que su vecina la estaba llevando por mal camino al caer en el vicio de querer fumar nuevamente. Pero nadie la había obligado, era una mujer mayor y el tabaco estaba ahí, a disposición. Al parecer Francisca no era la única que calmaba sus nervios con eso.

-Perdón por no decir nada. Dijo expulsando el humo de la primera calada.

-Tranquila, no tienes que decir nada. Dijo una aparentemente tranquila Francisca, pero su voz sonó molesta.

-De verdad lo siento.

-Te dije que debes estar tranquila, dijo en un tono más suave y amigable. Ofreciendo una sonrisa sin mostrar los dientes. Se quedó pensando un momento hasta que al fin añadió:

-Siento rabia, ¿sabes?

Akiko abrió los ojos pensando que Francisca se iría de su casa para no volver más gracias a la mente retrógrada de quien parecía un oso Grizzly hibernado.

-No es con Max, no es contigo por no decir nada, eso lo entiendo. Es con el mundo en general. ¿Por qué se nos obliga a los gays prácticamente a salir del closet? ¿Decir que somos gay en público? Digo, no es algo que haya que anunciar, ¿o sí? A ustedes los heterosexuales nadie les pregunta con quién duermen, como si eso importara. Dijo suspirando con tristeza.

-He sufrido mucho, ¿sabes? Todo mi círculo de personas cercanas me adora, porque saben quién soy y ven eso, no lo que tengo ni a quien me llevo a la cama. Pero de vez en cuando aparecen personas que se creen con el legítimo derecho de cuestionar mi vida, y eso... eso es triste. A veces he contado esto y salen corriendo, ahora no me importa, y si alguien quiere hacerlo está en su plena libertad, ¡pero que no me jodan! Lo siento, a lo que voy es... Respiró hondo antes de decir: Si ustedes quieren alejarse y no volver a verme por pertenecer al grupo de "maricones" dijo sarcásticamente mientras imitaba las comillas de la frase con los dedos índices de ambas manos. Yo lo entenderé. No hay necesidad de que sigamos forzando encuentros que quizá en un futuro no resulten bien.

-No, no te sientas así, al menos de mi parte no hay problema alguno, y Max es algo testarudo, pero lo entenderá, le cuesta menos con las mujeres que los hombres... Se sintió estúpida al pronunciar esa frase.

-¡Qué consuelo! Dijo Francisca dándole una calada a su aún encendido tabaco, para finalizar con una risa burlona. Pero en sus ojos se veía aún la tristeza y Akiko lo sabía.

De pronto y sin previo aviso, se puso de pie anunciando un

-¡YA! Se hace tarde, debería irme.

-Entiendo, pero ¿puedo pedirte un favor? Francisca la miró con intriga.

-No le des más vuelta, al fin y al cabo fue una buena cena.

No había sido tan así para ella, pero no quería hacer sentir mal a una mujer que evidentemente llevaba días pasándola mal, el maquillaje no era suficiente para ocultarlo. Y ella no quería añadir más cosas malas a la pesada mochila que arrastraba Akiko.

Esos ojos JaponesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora