Hasta viejitas.

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P.OV AKIKO

Cuando escribí esa canción habíamos cumplido veinte años juntas, y quería componerla lo más rápido posible, para hacerle un detalle significativo como regalo, finalmente veinte años al lado del amor de tu vida no se cumplen todos los días. El tiempo avanzaba y no encontraba las palabras para describir tanto sentimiento en solo unas letras, y porque sentía que nos faltaban cosas por vivir aún, cosas que vendrían con más tiempo, tiempo que seguimos alcanzando de manera natural, sin prisas, pero con entusiasmo de vernos a los ojos con el mismo amor de siempre y sumar un año más a todos los que ya llevábamos, cada día del calendario de todos esos años tuvo algo en común y eso era el inmenso amor que nos profesábamos de una manera única e irrepetible en esta tierra. Finalmente estuve lista para cantársela cuando cumplimos cincuenta años de la mano, una cifra que jamás pensé alcanzar con alguien, pero nosotras más que sumar años, sumábamos el amor que sentíamos, siempre fuimos dos locas enamoradas que se demostraban en cada gesto lo que significaba la compañía de la otra, siempre fue algo mágico, algo magnético, algo sin igual que repetiría en cada vida, volvería a pasar cada tormenta bajo la lluvia y atravesar infiernos con tal de encontrarme con su abrazo al final del camino.

Toda mi vida creí que envejecería sola y llena de gatos. Cuando ella apareció solo quise que estuviera a mi lado hasta el final y tomar sus manitos arrugadas junto a las mías cada día y acompañarnos en cualquier actividad cotidiana. Inconscientemente creé imágenes de aquello en mi cabeza, era imposible no visualizarla a mi lado, porque era lo que anhelaba, había encontrado el amor, a la persona de mis sueños, quien había salido de ellos para hacer más hermosa mi realidad y siempre fantaseaba con momentos que imaginaba en soledad, incluso cuando me alejé de ella o cuando tuvimos que estar separadas para hacer las cosas bien, ella jamás abandonó mi cabeza ni mi corazón ni por un segundo, fue la dueña total y absoluta de mi tiempo y de mi amor, de mis anhelos y esperanzas, de la vida que ella misma me dio al aparecer en mi camino. Sabía que ella me amaba y que podía convertir todas esas imágenes en algo real, y así fue, pero lo que nunca supe fue cómo se puede estar tan enamorada de una persona y que con el paso del tiempo eso no muera ni siquiera un poco, realmente es algo que agradezco a la vida y al universo poder sentir y vivir a su lado, de su mano, la que con el paso de los años envejeció junto a la mía y la seguía encontrando para caminar más lento ahora, pero juntas por esta hermosa vida de color y fantasía que nos regaló el amor más hermoso que alguna vez pude imaginar.

Si bien es cierto, nunca imaginé vivir un amor así, pensé que existiría solo en mi cabeza hasta el último de los días, pero con ella todo siempre fue natural, se convirtió en mi lugar seguro en el instante en que miré sus ojos y supe que quería verlos cada despertar de mi vida, después de adentrarme en el abismo de sus ojos, del brillo y de la profundidad de su alma a través de ellos, sus largas y negras pestañas que los acompañaban de forma sublime y me regalaban parpadeos que parecían ráfagas de rayos que atravesaban mi alma sin aviso alguno. Con el tiempo confirmé que no importaba si cambiaba el escenario, si estaba con ella podía enfrentarme a cualquier cosa, cualquier obstáculo que nos pusiera la vida lo enfrentaría si ella estaba conmigo, y así lo hicimos tantas veces en las que momentos difíciles de la vida misma nos visitaban, hubo momentos muy duros, cosas que nos dolieron y nos partieron el alma, como dejar ir a seres queridos, como enfermedades, como malos momentos económicos, como dificultades pequeñas que se suman y te agobian, pero nunca tuvimos problemas entre nosotras, si algunas discusiones tontas que resolvíamos de manera civilizada, para luego seguir siendo compañeras de un camino que recorrer.

La vida que para mí no tuvo sentido en un momento, me regaló lo más preciado que pude vivir, después de sentirme humillada y vencida, llegó a mí de la forma más inesperada el amor más puro y maravilloso que pude conocer, ella era un pequeño y tierno cachorro abandonado que quise cuidar desde el momento en que la vi y siempre estaré agradecida por ello, por haberla encontrado. No hay palabras que describan todo el sentimiento que hay dentro de mí, siempre quise cuidarla y amarla como merecía, no sé cómo denominar la sensación que provoca en mi hablar de ella, de su luz y de todo lo que me entregó a diario, ella siempre me hizo sentir en carne propia lo enamorada que estaba de mí, siempre fue mi chica romántica de otro siglo, o de otro planeta, me dedicó cada palabra, suspiro, canción, amaneceres, atardeceres, noches estrelladas, lunas llenas, detalles y un sinfín de cosas que guardó solo para mí, y que mantuvo con el tiempo hasta el último suspiro.

Ella tomó mis manos hasta el último momento, las sostuvo entre las suyas con su característico calor, también su mirada, la sostuvo hasta que no hubo respiro, su boca me dedicó las palabras más bellas que pude oír y una sonrisa que jamás olvidaré, su alma atravesó la mía antes de atravesar el arcoíris.

Fin P.O.V Akiko.

P.O.V FRANCISCA.

Desde que miré sus ojos supe que algo había cambiado, algo dentro de mí me dijo que aquella mujer de ojos asiáticos sería importante para mí, pero nunca dimensioné cuanto podría llegar a serlo, gracias al universo la vida me regaló la oportunidad de comprobarlo y de la manera más hermosa, esa primera vez en el bosque, cuando bailamos yo supe que debía cuidarla y protegerla para toda la vida, era como un pequeño gatito bajo la lluvia, que había sufrido demasiado y sentí la necesidad de refugiarla en mis brazos, de llenarla de ese amor que le fue negado, no quería ser invasiva con ella, pero no podía evitar querer abrazarla todo el tiempo, y parece que nuestros cuerpos lo sabían porque siempre nuestro contacto se prolongaba mientras nos perdíamos en el universo que nos entregábamos con la mirada, siempre fue algo casi irreal.

Cuando supe que la amaba ya no había vuelta atrás, se había convertido en mi desvelo y la razón para soñar despierta, se había grabado tan profundo en mis huesos que me hacía flotar de solo sentir que me estaba enamorando, no podía evitar sonreír todo el tiempo, suspirar e imaginarla a mi lado para siempre, aun cuando sabía que era prohibida, aun cuando sabía que debíamos alejarnos, no importaba nada mientras ella estuviera bien. Akiko robó mi corazón y lo llenó con su amor, con su ternura, con su voz de ángel, con sus ojos, esos ojos que me hacían olvidar cualquier cosa con solo mirarlos, con sus caricias, con su cariño, ella curó mis heridas y me sanó con su infinito amor, me entregó el amor más puro e inocente, el más fuerte e infinito que pude imaginar, no había nada como su abrazo y su calidez, era el refugio más acogedor y agradable en el que estar y yo siempre sentí y supe que quería cuidarla también, amarla en cada uno de sus días, fueran buenos o malos, amar sus ángeles y convivir con sus demonios, acompañarla, respetarla y darle siempre el espacio de ser ella misma, entregarle no solo la llave de mi casa, sino también la de mi corazón y darle el amor que ella merecía vivir, porque su sonrisa iluminaba el mundo con solo existir, y cuando sonreía se encendían los planetas de mi alma impulsándome a quererla bonito, a mostrarle que en mi corazón siempre iba a estar a salvo, yo quería que mi corazón fuese el hogar del suyo, para protegerlo hasta el último latido.

Siempre intenté ser mi mejor versión primeramente para mí misma y también para ella, no por obligación sino porque me nacía simplemente mover el mundo con tal de verla y hacerla feliz. Montañas de amor crecían en mi interior cuando me miraba con esos ojitos hermosos y rasgados que se achicaban más cuando me sonreía, hubiera dado hasta el último átomo de mi ser, por verla en su rostro. Mi pequeña Akiko, la mujer más hermosa en todo sentido, la más valiente y leal, la más aguerrida y tenaz, la más maravillosa existencia que tuve la dicha de conocer y vivir cada día. Siempre le prometí que estaría ahí y que la cuidaría como si mi vida dependiera de ello, nunca pensé que llegaría el día en que esa promesa se rompiera, nunca creí que ya no pudiera acompañarla ni protegerla.

Después de cincuenta y dos años a su lado ya no podría cuidarla nunca más y tuve miedo, pero no quise que lo viera, quería que sintiera que pese a todo lo logramos, que las mil batallas que luchamos valieron la pena porque independiente a lo que pasara desde ese día en adelante, le habíamos ganado a todo pronóstico, habíamos vencido cada barrera que nos puso la vida, pese a que todo cambiaría drásticamente, pude mirarla una vez más y aguantando las lágrimas y el dolor de tener que dejarla, tomé sus manos por última vez entre las mías que de a poco iban perdiendo su calor, pude mirarla una vez más a sus ojos y decirle las palabras que brotaron de mi corazón, pude recordarle cuanto la amé en vida y cuánto lo seguiría haciendo siempre, pude amarla hasta mi último latido y susurrarle bajito que lo logramos, que llegamos juntas hasta viejitas.

Esos ojos JaponesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora