¡Qué comienzo de año!

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Eran tantas las ganas que ardían en sus almas, sus pieles se llamaban y atraían mágicamente, no querían romper el momento y tampoco querían parar de sentir, se alejaron para mirarse, pero sus miradas transmitían fuego vivo, ambas sentían que su corazón se detendría, estaban unidas en un eterno abrazo, mientras sus hermosos y expresivos ojos se veían con deseo, observaban sus labios, y sin decir una sola palabra, con solo verse sabían lo que querían, comenzaron saboreando lentamente el dulzor de sus labios, la mano de Akiko tomó la cabeza de Francisca con suavidad, mientras sus dedos se enredaban en su cabello, tomando el control aproximó más su cuerpo al de ella mientras pensaba que esa mujer besaba tan bien. Sus manos apretaban su cabello y lo despeinaban, deseando internamente que ese beso no terminara nunca, era un beso como jamás probó antes de conocerla, uno con fuerza y pasión y al mismo tiempo delicado y sutil, sus brazos apretaban su cuerpo, demostrando la lujuria en la que se envolvían, hasta que el aire se hizo escaso entre ellas, se separaron para mirarse con más ganas que antes, ambas tenían la respiración agitada, las mejillas rojas y los ojos dilatados, completamente oscuros de deseo. Volvieron a juntarse en un beso necesitado, uno que elevó la temperatura de ambas en cuestión de segundos.

No podían evitar verse, sus cuerpos hermosos y perfectos ante los ojos de la otra, ni siquiera notaron cuando avanzaron caminado mientras se besaban con pasión hasta chocar con la mesa de pool de la sala, Akiko se tambaleó hacia atrás, pero Francisca la tomó de la cintura, perdiéndose completamente en su mirada, tenía unos lindos ojos, los más hermosos que haya visto, su cuerpo cálido estaba sujeto al de ella, sus dulces y deseables labios la invitaban a no dejar de besarla.

Akiko se sentó en la orilla de la mesa y Francisca se encargó de repartir besos en su cuerpo, partiendo por su mejilla, sus labios, los cuales besó hasta el cansancio, siguió el viaje deteniéndose sutilmente en su cuello, donde llenó de más besos y mordidas con doble intención que llegaban en forma de ondas eléctricas al corazón y la entrepierna de quien recibía aquellos besos que pronto la mandarían al mismo cielo con el calor del infierno.

Los besos aumentaban la intensidad y siguieron su camino deteniéndose en puntos específicos donde ponía atención por un tiempo considerable para encender más al cuerpo sostenido entre sus brazos, y luego seguía bajando lentamente. El vestido de Akiko facilitó las cosas y fue levantado suavemente hasta su cintura, mientras Francisca bajaba por su abdomen con besos suaves y al mismo tiempo salvajes, y sus manos que recorrían el resto del cuerpo de quien ahora no podía contener las ganas que sentía por lo que sabía que pasaría a continuación, porque simplemente le encantaba cuando sucedía. Y honestamente la espera de esa eterna semana la tenía sin cordura alguna.

Francisca bajó y empezó un recorrido de suaves besos desde sus tobillos, rozando la piel de sus labios entreabiertos, siguiendo por toda la extensión de sus piernas, pasando por sus muslos, mordiéndolos suavemente a su paso, luego siguió hasta llegar a su vientre, para finalmente posicionarse delicadamente sobre ella, levantando su vista mientras la observaba tiernamente. Sentía su piel erizada por completo, no podía más y esa mirada de ella la ponía peor. Subió hasta llegar a sus labios, la besó y mientras lo hacía, una de sus manos recorría la piel de su abdomen, luego la de su vientre hasta llegar a esa zona que Akiko tanto deseaba que tocara o besara.

Francisca acarició suavemente por encima de la ropa interior, observando su reacción y al ver su cara de entrega total continuó haciéndolo por debajo de la prenda. Akiko tenía su boca entreabierta y los ojos cerrados, ofreciendo a su pareja una vista que a sus ojos era una de las más provocativas, eróticas y preciosas que jamás había visto. Comenzó a hacer movimientos repetitivos, suaves y lentos mientras Akiko jadeaba con las piernas alrededor de sus caderas y las manos en su espalda arañándola con cada caricia. No podía contenerse, los jadeos poco a poco se convertían en intensos gemidos que llenaban la habitación y el resto de la casa por completo. Se mantuvieron así unos minutos, mientras se fundían entre el deseo y el amor que emanaba por cada uno de sus poros. Francisca sabía lo que hacía con sus manos, y parecía perderse muy a gusto en ello, tocando y acariciando, tan lentamente que su pareja se retorcía de agonía. Se separaron para besarse con intensidad.

La lluvia cayendo sin preocupación alguna por el techo, hacía el momento mucho más romántico, Akiko se sentía completamente en otra dimensión, cada encuentro íntimo era distinto y hermoso, pero este la estaba conduciendo a un estado casi irreconocible en el que se sentía una fiera. Francisca besaba su cuello, cuidadosa y tiernamente. Akiko con su ayuda quitó su ropa, haciendo que ella sintiera la fría brisa, erizando su piel, la abrazó para darle calidez mientras sus manos acariciaban y se perdían en su espalda, acercándola con fuerza, indicándole que la deseaba como nunca.

-Amo tu olor. Dijo Francisca aspirando los restos de perfume en su cuello, mientras se deshacían de las últimas prendas.

-Me haces sentir tan bien, que no quiero que esto acabe nunca, parece que estoy en las nubes. Respondió Akiko con la respiración a medias.

Un jadeo salió de sus labios cuando sintió la humedad de sus besos sobre sus pechos. Ella hacia todo con delicadeza, mientras su boca se movía de un pecho a otro. Las manos de Akiko se dirigieron nuevamente a la cabeza de Francisca, mientras que las suyas se movían por todo el cuerpo contrario, una de ellas se posó delicadamente en su cuello, sujetándolo con cuidado. Sentía que se quemaba, que se estaba derritiendo, su solo toque causaba el ardor de su piel. Sus caderas se movían lentamente en busca de más contacto. El tiempo pasaba lento, las caricias eran dedicadas con intensidad y llenas de fuego, la desesperación aumentaba cada segundo. Francisca se arrodilló y se detuvo para mirar a su amada tendida en la mesa, ella ya no podía esperar más.

Los besos continuaron su camino, llegando hasta donde la urgencia de ser atendida llamaba, solo deseaba que la tocara, tomara y besara como una fruta mojada, porque así se sentía ella a la espera de sentir el contacto. Francisca la tomó con delicadeza y se perdió entre sus piernas como si su vida dependiera de ello. Comenzó a besar suavemente, sabiendo que así mataba lentamente de placer a su pareja que parecía disfrutar de la tortura, para luego aumentar la intensidad, mientras una de sus manos se perdía lenta y tortuosamente en el cuerpo de Akiko y la otra en su boca atrapando los intensos gemidos que salían sin piedad alguna. Akiko a su vez, solo sostenía una de sus manos en la mesa, y la otra en la cabeza de su pareja, invitándola a seguir perdiéndose en su cuerpo, mientras su espalda se arqueaba debido a la potente sensación de placer que parecía emanar de una fuente inagotable. Seguía besando llevándose todo a su paso, haciendo temblar y jadear a la mujer que la miraba impresionada y con la respiración entrecortada producto del inminente primer orgasmo de la noche. Francisca se levantó para unirse en un beso que las llevó a ambas a estremecerse, sintiendo que las invadía el deseo y el amor en los mismos latidos.

Nuevamente se posicionó sobre ella y la besó con desespero, como si el deseo en ambas no se hubiera extinguido ni si quiera un poco, y continuaron una danza de caderas que comenzó sutilmente y terminó en el desenfreno máximo mientras seguían besándose y mirándose directamente a los ojos. En cada posición y en cada caricia jamás dejaron de verse a los ojos, ni de decirse con la mirada cuánto se amaban. Cuando los espasmos se hicieron presentes en ambos cuerpos y el sudor las recorría por igual, supieron que las horas habían avanzado y la cantidad de placer que habían sentido era casi imposible de cuantificar y explicar con palabras.

-¿Estas bien? Preguntó Francisca dejando un tierno besito en su frente.

-Más que bien. Respondió Akiko notando en el rostro de su amada, una pícara sonrisa.

Ambas seguían unidas en un beso, su respiración era escasa. Luego de besarse lentamente como si no hubiera mañana, pasaron unos momentos así hasta que supieron que era hora de dormir, veían las prendas repartidas por toda la sala y se reían cómplices. Al llegar a la habitación ambas se arreglaron y luego se acostaron perdiéndose esta vez en un nuevo y cálido abrazo, el cual mantuvieron hasta la mañana siguiente.

Al despertar, ambas sonrieron como locas enamoradas mientras se abrazaban y acariciaban sus rostros con ternura, al mismo tiempo que en sus mentes solo habitaba un pensamiento: ¡Qué comienzo de año!

Esos ojos JaponesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora