Cena.

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Después del extraño encuentro con sus nuevos vecinos, el día lo ocupó mayormente en ordenar. Mientras escuchaba y bailaba al son de la música, de vez en cuando encendía un cigarrillo de marihuana. Aunque para mucha gente el tema aún era tabú, cuando ella lo hacía le gustaba, la relajaba y también la había ayudado de cierta manera en su proceso de sanación, había aprendido a estar sola bajo la suavidad del estado en que quedaba después de fumar, podía ahora estar sin pensar cosas malas, sin atraparse en pensamientos oscuros, y lo disfrutaba, para ella no era drogarse, no lo veía así, prefería fumar un poco de aquello antes de volver a empastillarse de por vida. Aparte estaba en su casa y podía hacer lo que quisiera, aquí nadie iba a reprocharla por hacer algo que a ojos de algunos era fuera de lugar, innecesario e incluso dañino. En exceso sí, pensaba ella, no por eso no iba a darse el gusto de disfrutar lo que era su hogar tal como quería, la felicidad de estar con su manada y no menos importante, haber ayudado a desconocidos a encontrarse con su mascota perdida.

Cuando la oscuridad reinaba y todo era un total silencio, se relajó leyendo un libro en su cama, era interesante, pero el sueño la venció, cuando horas más tarde despertó vio que sus lentes para lectura estaban totalmente dañados, al quedarse dormida los aplastó de tal manera que ya no podía usarlos así. Decidió que mañana sería un buen día para ir a arreglarlos al centro del pueblo y así conocer un poco más del lugar que poco a poco iba adquiriendo importancia para ella. Había postergado aquello porque la ansiedad la embargaba y la tolerancia hacia el ser humano con los años se había ido extinguiendo hasta casi desaparecer por completo de su diccionario de cómo socializar. Pero debía hacerlo, tenía la esperanza de que aquél lugar sería distinto y conocería otro tipo de personas y que, por su parte, sería otra versión de ella, una mejorada. Volvió a dormirse sin previo aviso, despertó cuando a la mañana siguiente sonó la primera alarma del día.

Se encontraba en medio del cálido escenario que dejaba sobre sus pasos el rústico pueblo. Aquí se podía respirar aire puro y se notaba en la felicidad de sus pulmones al sentirse llenos de vida, toda esa tranquilidad iba acompañada al ritmo de la música que salía de sus audífonos. La mañana fue provechosa; arregló sus lentes de lectura, compró cosas que faltaban para su casa, entre comida y adornos varios que la hacían sonreír porque sabía que al llegar a casa le esperaba cada rincón con ganas de ser decorado como le viniera en gana, y eso era más que suficiente para hacerla feliz, al menos esa mañana.

Había dejado todo en su auto, estaba a punto de retornar a casa cuando recordó algunas cosas que no había tachado en su lista de compras, como por ejemplo un regalo para Vanessa, quería enviarle una sorpresa a su amiga y la distancia kilométrica no se lo impediría. Se dirigió en búsqueda del regalo.

Antes de entrar en la tienda que tendría lo que buscaba, divisó a un par de metros a la que parecía ser "la mujer de ayer", "su nueva vecina", "la dueña de Akari", no recordaba su nombre y tampoco estaba segura de si efectivamente era ella o no, pero aunque lo hubiera estado no hubiera cambiado el hecho de que no se acercaría, siempre le costó empezar conversaciones, la ponían nerviosa esas situaciones y tampoco es que estuviera buscando con desespero ampliar su círculo amistoso, aunque a veces sentía que lo necesitaba, esta no sería la ocasión en que eso ocurriera. Tan pronto terminó con su cometido, volvió camino al estacionamiento donde se encontraba su auto para al fin retornar a casa. Una extraña felicidad la invadía, se sentía bien y haber encontrado un regalo ideal para Vanessa aumentaba esa sensación, la cual al parecer bloqueaba sus otros sentidos porque se percató que en ese preciso instante estaba chocando de frente a la "la mujer de ayer". El choque no fue brusco ni hubo daño, solo un choque entre personas despistadas. Ni siquiera la reconoció por las gafas de sol, sino porque Akari estaba con ella, lo que hizo sonreír a Francisca al encontrarse con su nuevo amigo perruno. La mujer tenía cara de frustración frente a un local en construcción que sería la próxima veterinaria del pueblo, parecía más relajada que el día anterior, pero aun así solo esbozó un tímido hola, alejándose rápidamente del lugar. Francisca respondió al saludo queriendo ver a Akari, pero la mujer ya se había esfumado casi dejando una nube de polvo como su auto.

Esos ojos JaponesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora