Emergencias.

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Apenas abrió los ojos sintió un alivio, había esperado tanto este momento desde que supo que ocurriría. Pero duró poco. Max estaba sentado, más bien echado sobre el sofá mirando la televisión con el control en la mano. Todas las esperanzas de Akiko se esfumaron en un suspiro, hasta que recobró el aliento cuando vio una maleta al lado de la puerta, esperando ser tomada para un viaje de tres semanas que volvía a entusiasmarla, solo debía aguantar. Max le dijo que se iría, y era por trabajo, debía ser así, debía marcharse en algún momento. Recordaba que nunca le dijo la hora del viaje, y no quería preguntar por razones evidentes.

Sobando su golpeada mejilla lo observaba desde el marco de la puerta de la habitación que compartían, él estaba en otro mundo, con la mirada perdida, incluso parecía nublada, ciega de algo que no podía interpretar, jamás lo había visto así, y no quería averiguar de qué se trataba, en el fondo sabía que nada bueno saldría de ahí.

Caminó lentamente hasta la cocina deslizando sus pies sin hacer mucho ruido, sabía que sí o sí cruzarían alguna palabra esa mañana, seguían bajo el mismo techo, y muy a su pesar, él seguía siendo su pareja. Pero quería moverse con cautela, temiendo que lo que sea que hiciera, pudiera desatar nuevamente la ira de Max.

Una mancha de sangre en el piso la hizo abrir los ojos de par en par, ella no había sangrado, pensó que podría ser de aquél hombre echado en el sillón.

-¿Sabes qué le pasó a Akari? se escuchó desde la cocina con tono de preocupación. Fue lo primero que se le ocurrió preguntar. Akari siempre estaba con ella y ya estaba empezando a intuir que algo andaba mal.

-Esta mañana volvió extraño, y se quedó bajo la mesa, parecía tener miedo. Dijo el hombre sin despegar la vista del abismo en el que se encontraba.

Ella empezaba a desesperar, pero de pronto, su mejilla pasó al olvido, esto dolía más que cualquier cosa, porque él era su adoración, su vida. Akari tiritaba bajo la mesa del comedor y parecía sin fuerzas, se distinguía el camino de sangre hasta allá marcado por sus propias huellas, no era demasiada, pero era sangre, y hasta el momento no sabía de dónde venía, más bien de qué parte de Akari venía. Él era un perro pequeño, una especie mestiza de Yorkshire, nunca fue agresivo, por lo tanto, esa sangre tenía que ser de él. Mientras pensaba en todo eso, se acercaba al tembloroso perro, quien reaccionó igual que ella cuando las manos de su vecina se acercaron para remover el helado en su nariz, con miedo.

Lo tomó y vio una profunda herida que aún sangraba, no se veía como algo extremadamente grave, pero era sangre y eso la desesperaba. Cuando Max escuchó el llanto de Akiko se acercó, ella sostenía a Akari en los brazos y mientras trataba de calmarlo le cantaba a sollozos que todo estaría bien. La imagen lo hizo despertar del letargo que parecía cargar de la noche anterior. Se acercó a ellos y los contuvo a ambos ahora en sus brazos, como si nada de lo que hubiera pasado el último tiempo existiese, hasta parecían una pareja con su recién nacido en brazos y estuvieran posando para la foto familiar, salvo que en este cuadro el bebé estaba sangrando y tiritando, no era para nada una imagen feliz.

-Debemos hacer algo. Dijo ella reincorporándose a la realidad.

Marcando con su nuevo teléfono al número de algún veterinario, incluso marcó a aquel nuevo lugar en el centro. Sabía que aún no empezaban a atender de forma presencial, que aún estaban arreglando aquel lugar donde meses más tarde, brillaría la nueva clínica veterinaria del pueblo. Sabía que aún no estaba abierto pero pensaba que quizá alguien podría ayudarle, pero no hubo respuesta, nada, parecía que nadie contestaba.

Llamó a varios lugares distintos con la esperanza de poder llevarlo, ella lo haría, lo llevaría a donde fuese necesario con tal de que él volviera a mover su colita y dejara de tiritar.

Esos ojos JaponesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora