Mariposas.

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Akiko despertó con vagos recuerdos de lo que fue la noche anterior, lo último que recordaba fueron las caras de preocupación de sus vecinas, nunca supo en qué minuto se fue la gente de su casa, no se despidió de nadie, el lado positivo es que nadie notó su borrachera, y se fueron con la idea de que tuvo una descompensación. Sabía que Francisca se había quedado con ella, pero no recordaba exactamente qué cosas se habían dicho, rezaba porque no fuera nada vergonzoso pero cuando se miró al espejo y vio el diseño del pijama que llevaba puesto supo que lo más probable es que hubiera hecho y dicho un montón de cosas vergonzosas, pero no podía hacer nada a estas alturas, ya estaba hecho, y dicho.

Se lavó la cara y los dientes y se dirigió a tomar un café a la cocina, veía su casa vacía y limpia, creyó por un momento que todos se habían ido, hasta que divisó el auto de Francisca aún estacionado afuera, debía estar ahí, pero ¿dónde? Su instinto la llevó donde la noche anterior Francisca cantaba con tanto sentimiento, y recién en ese momento recordó qué canción era y donde la había escuchado antes, en la casita del árbol mientras se perdía entre los destellos y fuegos artificiales que salían de ambos pares de ojos que estuvieron tantos minutos perdidos los unos en los otros. Recordar eso más el desayuno ya preparado que veía frente a sus ojos, solo una persona podría haberlo hecho. Ambas cosas le hicieron revolver el estómago, al parecer las mariposas también comenzaban a crecer allí. Comió algo, no sabía a qué se enfrentaría, por una parte pensaba que si Francisca aún seguía ahí significaba que no estaba enojada y que no habría nada de qué preocuparse, sin embargo lo había, sabía que debían hablar en algún momento.

Fue a buscarla, subió hasta la terraza en donde ella tomaba su taza de café con ambas manos y soplaba para después beber pequeños sorbos, miraba hacia el volcán, era una fría mañana. Verla ahí, cuando todos se habían ido, cuando nadie le había escrito aún, cuando nadie parecía preocuparse, ahí estaba ella que ya tenía todo ordenado y hasta le había preparado desayuno, su corazón dolía porque muy en el fondo esos detalles la derretían, cosas que hace tanto no veía ni vivía y lo peor es que tenía una pareja y aun así esos detalles no eran parte de su vida, pero ahora sí, desde hace un tiempo no había un solo día en que no existiera un detalle de parte de Francisca hacia ella, ya fuera una palabra, una mirada, un roce, una sonrisa, un mensaje, un consejo, un abrazo... Cuánto le gustaba estar ahí, entre sus brazos, era una sensación cálida, era como llegar a dormir a una cama calientita después de pasar todo el día al frío, esa sensación le daba. Y ahora tenía frío.

-Buenos días, Dijo Snorlax. Francisca sin voltear dijo lo mismo.

Nuevamente un impulso la hizo actuar antes de pensar y sin dudarlo un momento abrazó a Francisca quien estaba de espaldas a ella, la abrazó por la cintura y posó su cabeza en su hombro, a lo que Francisca respondió ladeando su cabeza para hacer contacto con la de Akiko, pero sin soltar su café. Se quedaron así un momento mientras la brisa las acariciaba, esa brisa tibia que parecía hacerles compañía cuando estaban lejos, esa que las hacía unirse con solo sentirla, esa que las hacía flotar mientras se envolvían en su mundo, en esa bola de cristal que pronto alguien sacudiría con fuerza.

Francisca terminó su café y dejó la taza sobre la cerca de la terraza. Tomó aire para decir lo que quería decir, pero no pudo. Su intención era soltarse de ese abrazo y ser más firme que nunca en su vida, tuvo tiempo de pensar y definitivamente no quería cruzar esa línea que había entre ellas que parecía ser cada vez más delgada. Quería decirle a Akiko alguna palabra que dejara en claro que lo que estaba pasando no podía seguir, pero no quería sonar a que estaba imaginando cosas que no son, hasta pensó incluso en mentirle y darle alguna excusa para verse menos, pero tenían una promesa que tampoco quería romper, sabía que si lo hacía sería alguien más en la vida de Akiko que le haría daño y era lo que menos quería, pero si se alejaba también la dañaría, no sabía qué hacer, tenía claro que debía alejarse, pero en toda la noche no encontró las palabras ni la forma para decirlo, así que se volteó esperando a que saliera lo primero que se le ocurriera, pero no pudo porque lo primero que ocurrió fue que su corazón se detuvo un momento para luego latir con más fuerza que nunca en su vida, y las primeras palabras que cruzaron por su mente en ese minuto fueron: "Eres lo más adorable y hermoso que haya visto" No podía decirle eso, no podía hacer nada más que caer profundamente ante los ojos negros que la miraban como si ella fuera la maravilla más grande que hayan visto, y ella a su vez no podía contener en su piel la ternura que le causaba ver a ese pequeño y delgado Snorlax que seguía perdido en su mirada.

Esos ojos JaponesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora