ʚ 02 ɞ

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El día amaneció con la gracia celestial de los ángeles desplegándose en un ballet celestial. Jimin, aguardando el cambio de turno, se hallaba sumido en una fatiga que empañaba sus sentidos. El sueño, aunque breve e incierto, lo dejó vulnerable, consciente de que su aspecto no debía estar en su mejor momento tras un despertar abrupto.

En ese instante, los aleteos cercanos revelaron la llegada de Leo, el guardián angelical que velaba por el aposento de su padre. Con una sonrisa fatigada, Jimin se preparó para retirarse y descansar, pero antes Leo inquirió con interés: -¿Ha ocurrido algo inusual durante tu guardia, Jiminshi?

A pesar de que el incidente no resultaba trascendental, Jimin sabía bien que en el reino celestial no había espacio para secretos guardados bajo llave. La transparencia era una ley inquebrantable.

-En realidad... -titubeó Jimin, frunciendo levemente el ceño mientras buscaba las palabras precisas para narrar lo acontecido. -Anoche, una mujer escapó del tribunal de almas y llegó hasta aquí. Suplicó que la ayudara a ver a su hija, la niña que Seokjin acogió recientemente.

Leo, atento, registraba cada palabra en un pergamino mientras escuchaba con renovado interés. La conducta de Jimin le parecía inusual, pero prefirió no interrumpir la narración.

-Lo cierto es que, a pesar del desgarrador pedido, no tuve otra opción más que negarme. Tuve que sumirla en un sueño profundo para entregársela luego al ejército de demonios que la estaba buscando...

Ante estas palabras, los ojos de Leonardo se abrieron de asombro, aunque no hizo comentarios al respecto. Tomando el pergamino, guardó el relato entre sus ropas blancas, agradeciendo la honestidad de Jimin.

-Puedes retirarte y descansar. Yo me encargaré de entregar este informe a nuestro padre -aseguró Leo, otorgando un respiro a su compañero.

Con esas palabras, Jimin al fin pudo emprender el vuelo hacia su modesta morada compartida con su hermano mayor, el ángel de la honradez. La jornada había dejado una huella en su corazón, pero también una serenidad proveniente del cumplimiento de su deber celestial.
Con majestuosidad, Jimin surcaba los cielos, regalando su radiante sonrisa a los niños que jugaban en el césped, a los ancianos compartiendo pan y vino, y a los diligentes adultos ocupados en sus quehaceres. Entre ellos había carpinteros, cocineros, modistas, pescadores y algunos cantantes. La escena lo conmovió profundamente.

Un pequeño en particular llamó su atención y le hizo detener el vuelo. El niño apenas tenía cabello en su cabeza, piel morena y ojos claros, un encanto de ternura. Jimin recordó que había sido el ángel que recibió su alma en el cielo, víctima de un cáncer en la sangre.

-¿Tienes algo para mí, Carlos? -preguntó con suavidad, cautivado por la timidez del pequeño.

El ángel se aproximó y apoyó sus manos en sus rodillas.

-¡Sí! Encontré esta flor en uno de los campos cerca de mi casa -el niño extendió su mano, mostrando la exquisita orquídea blanca. -¡Mira, es blanca!

Jimin asintió, tomó la flor con delicadeza y la acercó a su nariz para aspirar su dulce aroma con emoción.

-Huele maravillosamente.

-¡Sí! ¿Te gusta, Jiminshi? -preguntó el niño con entusiasmo desbordante.

El ángel sonrió ampliamente y acarició la cabeza del pequeño con ternura.

-Está hermosa, me encanta -el ángel respondió con una risa contagiosa y el niño lo abrazó. -Gracias por la orquídea, Carlos.

-¡Ha sido nada! ¡Mereces un regalo por ser un ángel tan bonito, Jiminshi!

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora