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En sus profundas cavilaciones, no pasa desapercibido para él el sutil danzar de las sombras. No, no es presa de la ingenuidad. Sus sentidos, afilados como dagas, captan la cambiante atmósfera que rodea a Jimin y su enigmático paciente, Jungkook.

Como un antiguo observador de los misterios humanos, su aguda percepción no puede ignorar las conexiones tejidas entre ellos. Con ojos vívidos y mente atenta, detecta cada delicado matiz, cada intercambio furtivo de miradas y sonrisas cómplices.

Los latidos de su estómago, inquietos como las olas en tormenta, agitan su ser cuando los encuentra en estrecha proximidad. Una inquietud, como el zumbido previo a una tormenta eléctrica, lo envuelve. No puede permitir que Jungkook, el enigma en carne y hueso, se acerque más a Jimin. A su Jimin.

La posesión, una noción que se desliza por su mente como una serpiente sigilosa, toma raíz. Sus pensamientos son como lianas retorcidas, enredándose en torno a la creencia de que Jimin le pertenece por derecho propio. Él fue quien primero divisó la luminosidad en esos ojos, quien exploró el misterio de su sonrisa.

Jungkook, por contraste, yace en un mar de fragilidades y desafíos, una maraña de tormentos que no puede escapar. En su mente meticulosa, el contraste es claro: él es la figura esculpida por la salud y el vigor, mientras que Jungkook, atrapado en los laberintos de su propia existencia, se desvanece en sombras de debilidad.

Los celos, afilados como cuchillos de obsidiana, perforan su conciencia. Cada mirada prolongada, cada contacto que Jimin otorga a su paciente, resuena como una campana siniestra en su interior. El ansía de ser el epicentro de la atención de Jimin se torna abrumador, como una tormenta que amenaza con desbordar los confines de su control.

En lo profundo de su ser, germina una decisión inquebrantable. La necesidad de apartar a Jungkook de la ecuación, de establecer su posición como el faro principal en la vida de Jimin, se convierte en una determinación férrea.

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Con la alborada pintando el lienzo del día, una voz entusiasta como una brisa fresca resonó en la tranquila habitación: -Buenos días~. -Jungkook, sin embargo, respondió con un suspiro, envuelto en las sábanas del letargo matutino. Aquella enfermera perpetuamente alegre irrumpía en su sueño, llevando consigo la promesa de un caldo matutino que no anhelaba.

El aura que envolvía a la mujer estaba impregnada de una benevolencia contagiosa, y sus palabras, aunque alentadoras, resonaban como campanas que marcaban el inicio de un nuevo día. Aún en los brazos del sueño, Jungkook no deseaba abrir los ojos y romper la delgada membrana que separaba la ensoñación de la realidad.

El eco de su voz continuó, llevando consigo la inquisición de su bienestar. -¿Cómo estás, Jungkook? Espero que bien -Como una melodía que persiste en el aire, esas palabras reposaron sobre su ser. La enfermera depositó el plato con cuidado sobre la mesa, un modesto banquete matutino que aguardaba su atención.

En un ballet coreografiado con destreza, la mujer trazó su camino hacia la silla, como una danza que narraba la rutina diaria. Con manos que emanaban suavidad, acarició la cama del paciente, un gesto tan delicado como un pincelazo sobre un lienzo. -Vamos, debes desayunar ya -alentó, la dulzura de su voz incitando a Jungkook a abandonar los límites del sueño y enfrentar el día que aguardaba fuera de su refugio.

Desde su posición acurrucada bajo las sábanas, Jungkook soltó un suspiro que llevaba consigo la carga de la resignación. Con movimientos lúgubres, como quien arranca una máscara que había ocultado su descontento, apartó las telas de su rostro y fijó una mirada de severidad en la figura de la enfermera.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora