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En las sombras de una habitación bañada por la tenue luz de la luna, un alma atribulada se perdía en un mar de lágrimas, sin consuelo ni redención. No tenía noción del tiempo que había transcurrido en su doloroso trance, solo la luna se erguía como silente testigo de su desdicha desde el firmamento. Podrían tildarlo de insensato, mas él creía percibir en el reflejo de la ventana una melancólica mirada del gran astro, como si compartiera su sufrimiento, su cómplice a lo largo de los años.

Pero el enigma de su pesar no se limitaba a una mera soledad. Jungkook sabía que no había escondite seguro donde refugiarse, pues tarde o temprano el amor de su vida lo hallaría. Encarnaciones tras encarnaciones, había contemplado a Jimin en múltiples facetas, incluso en roles opuestos, y, sin embargo, su corazón solo latía por él.

Le habían coqueteado, intentado seducirlo, buscando una noche de pasión, mas Jungkook permanecía inalcanzable. Una maldición ancestral lo condenaba a amar a Jimin por toda la eternidad, un vínculo etéreo que trascendía el tiempo mismo.

Investigó en antiguos tomos, buscando respuestas a su enigmática maldición, pero las páginas guardaban silencio sobre su caso. Hasta su propio hermano, confidente en tantas ocasiones, no podía brindarle ni un ápice de esperanza.

Inmerso en una encrucijada desgarradora, solo le quedaba una opción desesperada: tratar de adaptarse, olvidar el pasado y, en el peor de los casos, desvanecer ese amor profundo que sentía por su ángel. Pero era una alternativa que rechazaba con vehemencia, pues sabía que renunciar a ese sentimiento sería despojarse del sentido mismo de su existencia.

Se conocía a la perfección, y era consciente de que nunca podría llevar a cabo semejante traición a su propio corazón.

Con manos temblorosas, Jungkook apartó las lágrimas que empañaban sus ojos, sintiendo el dolor punzante en su mano. La libertad de movimientos que tanto anhelaba se veía restringida, canalizada por la aguda sensación de malestar. Decidió incorporarse de la camilla, pero el dolor le recordó su fragilidad, impidiéndole moverse con la soltura que deseaba.

No obstante, en lugar de levantarse por completo, optó por permanecer sentado en el borde de la cama, observando cómo la luz se filtraba a través de la ventana, derramando su resplandor en la habitación.

Y entonces, la puerta se abrió.

Una enfermera de cabellos castaños entró en la habitación, portando una amplia sonrisa y un carro con lo que supuso sería su comida.

-Hola~, veo que estás despierto. He traído tu comida -anunció ella con jovialidad, adentrándose en la estancia mientras Jungkook optaba por ignorarla.

La joven notó su falta de palabras, pero no se dejó amedrentar por ello, dejando el plato con comida sobre la mesita de noche junto a la cama.

-Veo que no hablas mucho -comentó con humor, tratando de romper el hielo y conseguir que el paciente interactuara con ella, aunque sus intentos fueran en vano. -Bien... -una incómoda sensación la invadió tras el pronunciado momento de silencio. Limpió sus manos húmedas en su vestimenta y dirigió la mirada hacia la ventana, donde Jungkook parecía estar perdido en pensamientos. -El doctor Jimin dice...

-Quiero estar solo. -Las palabras de Jungkook brotaron con firmeza, sellando el diálogo abruptamente.

La enfermera posó sus ojos en él y, desconcertada, parpadeó repetidas veces.

-No, él no dijo es-

-No. Quiero estar solo, vete. -interrumpió Jungkook con firmeza, cortando de raíz cualquier intento de explicación.

La joven apretó los labios, asintió y se retiró con su carro de comidas, dejando al joven en soledad.

Jungkook dirigió una mirada descontenta al plato de comida que había sido dejado a un lado. Era bien conocido que la comida de los hospitales rara vez era apetecible, y aquel plato no sería una excepción, ciertamente no sería su favorita.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora