ʚ 04 ɞ

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Ante los atónitos ojos de Jimin, las alas del demonio se desplegaron majestuosas, como si fueran las siniestras velas de un barco infernal. La escena se desenvolvía en una atmósfera impregnada de tensión y misterio, como si el destino mismo hubiera tramado un encuentro predestinado entre el ángel rubio y el ser de la oscuridad.

El joven ángel, de una belleza etérea y una sensibilidad palpable en cada gesto, no pudo evitar sentirse abrumado por el poder magnético de aquellas alas sombrías. Un sentimiento contradictorio se apoderó de él, pues, a pesar del anhelo por mantenerse lejos del demonio, una atracción incomprensible le impulsaba a acercarse.

El demonio, en cambio, parecía relucir con un fulgor profano, irradiando una extraña y enigmática fascinación. Sus ojos, como dos brasas incandescentes, observaban con intensidad el rostro del ángel, y una sonrisa ladina curvaba sus labios. En aquel momento, el tiempo parecía detenerse, como si el universo entero se sumiera en un silencio expectante.

Sin previo aviso, las alas oscuras cobraron vida propia y envolvieron al ángel en un abrazo impío. Jimin se vio arrastrado hacia el pecho del demonio, sintiendo el latido acelerado de su propio corazón resonar en el contacto con la piel ajena. Era como si sus almas, opuestas y en conflicto, intentaran encontrar algún tipo de conexión en medio de la oscuridad y la luz.

La proximidad entre ambos seres antagónicos creó un torbellino de emociones encontradas en el interior del ángel, mientras el demonio parecía disfrutar de su malestar con maliciosa complacencia. Aquella danza entre el bien y el mal se convertía en una metáfora del eterno enfrentamiento entre el cielo y el infierno, entre lo puro y lo corrupto.

Un silencio denso se cernía sobre ellos, como si el mundo aguardara expectante el desenlace de aquel peculiar encuentro. Y en ese instante, Jimin se dio cuenta de que aquel enfrentamiento no era solo una lucha externa, sino una batalla interna entre sus propios deseos y sus convicciones más profundas.

En la distancia, la eternidad pareció hacerse presente, ya que el tiempo se desvaneció en el instante en que sus miradas se encontraron. Aquel choque entre ángel y demonio trascendía las fronteras del bien y el mal, pues era el reflejo de la dualidad inherente a la naturaleza humana.

En medio de aquel escenario embrujado por una melodía lejana, el ángel y el demonio se hallaban en un enfrentamiento de miradas que revelaba más que palabras podrían expresar. Con un susurro apenas perceptible, el ángel osó levantar la vista, solo para quedar prisionero en los ojos penetrantes del demonio, quien lo observaba con una mezcla de diversión y desafío.

-Esto está mal... -susurró el ángel, tratando de mantener su compostura.

-¿Mal? Ese es mi segundo nombre -soltó el demonio con una risa burlona, deleitándose con la vulnerabilidad momentánea de su contraparte celestial.

El ángel, de cabellos dorados, desvió la mirada una vez más, sintiendo cómo su confianza flaqueaba en aquel instante. Todo en ese día parecía desmoronarse, y aunque la música seguía resonando en el fondo, ninguno de los dos prestaba atención a su melodía, pues estaban completamente absortos en la danza silenciosa de sus miradas.

-Fue un error venir aquí -confesó el ángel con pesar.

El demonio, sin inmutarse, respondió con desdén: -Tranquilo, si mañana vienes, yo no vendré.

En aquel duelo de ojos verdes contra escarlatas, Jimin volvió a mirar al demonio y suspiró, como si la carga del mundo entero reposara sobre sus hombros al borde de un precipicio emocional.

-Ya no vendré más -puchereó con delicadeza, captando la atención del demonio aún más, como si sus palabras fueran un llamado irresistible.

El demonio, indiferente ante el dilema que aquejaba al ángel, se encogió de hombros con desdén. Le era indiferente si el ángel decidía regresar al cielo o permanecer en aquel ambiente profano.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora