ʚ 03 ɞ

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Nunca antes, en el recuerdo más remoto de Jimin, había experimentado un torrente emocional tan abrumador. Sus lágrimas, como ríos silenciosos, fluían mientras se alejaba de todos los que lo saludaban en el cielo, sus alas, agitándose ansiosas, lo guiaron velozmente hacia su santuario, la seguridad de su habitación.

En aquel lugar celestial, el semblante siempre debía estar colmado de felicidad y paz interior, mas el pobre angelito no conseguía encontrar esa plenitud en su corazón. Sentía un dolor palpitante en su pecho, como si su corazón sufriera una arritmia incontrolable. Jimin se encontraba sumido en una extrañeza desconocida, algo que jamás había enfrentado.

En su interior, se culpaba por haber compartido con su padre el baile humano que presenció. En el cielo, las danzas se dedicaban exclusivamente al Padre de los Cielos, es decir, a Dios. Pero los humanos, en la Tierra, bailaban y cantaban sin restricciones, incluso más allá de los días domingo, supuestamente consagrados al descanso divino.

Trato de concentrarse y regresar al punto, el rubio joven, como un alma en apuros, se encerró en su alcoba y se sentó en el borde de la cama. Sin embargo, explicar sus sentimientos resultaba inalcanzable, como si una bomba de emociones hubiera estallado en su mente, corazón y quizás también en su garganta.

Un nudo se enroscaba en su interior, liberando al ángel en un llanto desgarrador que escapaba sin restricciones. El dolor se reflejaba en sus gemidos, incapaz de contener la conmoción que se desataba desde lo más profundo de su ser.

Las lágrimas cristalinas, cálidas y cariñosas, parecían acariciar su rostro ruborizado. Tal vez sus mejillas exhibían una mezcla de rabia, tristeza o humillación, pero el pobre Jimin ya no podía discernir cómo realmente se sentía.

Acomodó sus piernas y las abrazó contra su pecho. Su pantalón blanco, suelto y delicado, pronto se humedeció por las lágrimas audaces que brotaban de sus divinos ojos. Con una mirada de ojos cansados y llenos de emociones encontradas, Jimin se reprochaba a sí mismo por su curiosidad, pidiendo perdón a su padre por anhelar una simple experiencia humana.

Incluso en medio de su tormento interno, sentía una parte de culpa por desear algo distinto. Pero, en verdad, no tenía motivos para sentirse culpable. Su curiosidad era natural, como la de cualquier ser que desea explorar lo desconocido. Anhelaba una velada con música, cánticos alegres y danzas que liberaran a todos los habitantes del reino de sus preocupaciones.

Pero su mente atormentada se imponía, recordándole que había cometido un error al siquiera pensarlo. De esta forma, Jimin acallaba esos deseos, aplacando cualquier rastro de entusiasmo que surgiera.

Y sin embargo, la realidad era innegable. Su corazón, tan delicado y frágil, encarnaba la esencia misma de la bondad que representaba.

El dolor que atormentaba el corazón de Jimin no conocía fronteras, extendiéndose como un vendaval a través de cada fibra de su ser. A pesar de su naturaleza celestial y su papel como representante de la bondad, se sintió incompleto y desamparado, incapaz de comprender por qué esa curiosidad le había causado tal aflicción.

Mientras las lágrimas seguían fluyendo, Jimin se permitió viajar por los recuerdos de aquel inusual encuentro que desencadenó su agitación emocional. Una noche, mientras leía su libro desde el cielo, se topó con un rincón remoto de la Tierra donde los humanos celebraban con júbilo y desenfreno. Era una velada que desbordaba pasión, libertad y una sensación de conexión con algo más grande que ellos mismos.

Aquella experiencia, que a primera vista parecía un simple desliz de su atención celestial, se convirtió en una revelación para Jimin. Cada fragmento de la celebración humana quedó grabado en su memoria, cada nota musical, cada risa contagiosa y cada movimiento grácil. Todo lo que alguna vez había dado por sentado en el cielo, ahora palidecía en comparación con la vivacidad de aquel encuentro humano.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora