ʚ 15 ɞ

20 3 0
                                    

Los días se sucedían con la monotonía que caracterizaba la vida de Jungkook en aquel hospital. Namjoon acudía puntualmente, entre las siete y las siete y media de la tarde, para adentrarse en profundas sesiones psicológicas con él.

Una semana había pasado, quizás tres días más, y Jungkook seguía retenido en aquel recinto, atrapado por sus dificultades psicológicas y nutricionales que se reflejaban notoriamente en su cuerpo.

Las interacciones con Jimin se limitaban a meras formalidades: un breve intercambio de palabras, la revisión de signos vitales, la administración de medicamentos y fin. Nada más.

Jungkook se aferraba a mantener una distancia fría, evitando que se reavivara cualquier tipo de relación entre ellos. A pesar de los consejos de Yoongi, quien lo visitaba todas las noches, instándole a dejar atrás esa actitud y permitir que todo fluyera naturalmente.

Sin embargo, Jungkook sabía que era la maldición que los perseguía. El círculo vicioso que se repetía incesantemente: se conocían, Jimin se enamoraba, Jungkook correspondía a esos sentimientos, se convertían en pareja y, eventualmente, el destino cruel les arrebataba a Jimin.

Era un ciclo doloroso que Jungkook temía repetir, y por ello se aferraba a la distancia, buscando escapar de aquel fatídico patrón.

En contraste, para Jimin, cada rincón parecía teñido de extrañeza. Cada entrada a la habitación de su paciente principal, a quien apenas dirigía palabra, engendraba una peculiar sensación en el núcleo mismo de su existencia. Sus palabras, aunque torpes, fluían en conversaciones inevitables, excusadas por su supuesta simpatía, aunque en realidad era su propia timidez la que se imponía.

Namjoon había aconsejado que no se dejara atrapar en esa telaraña emocional, argumentando que entre médico y paciente no debería medrar vínculo alguno. Aun así, el fin de semana pasearon, Namjoon y él, pero la charla giró invariablemente en torno a un solo tema: Jungkook.

Jungkook.

Jungkook.

Jungkook.

Jungkook.

Jungkook.

Jungkook.

Jungkook.

Una obsesión insidiosa se había arraigado en su mente. Las avellanas que conformaban sus ojos lo buscaban, sus labios parecían una obsesión inextinguible. Los párpados de Jimin se alzaron, revelando una mirada verdosa, y sus manos acometieron sus mejillas incendiadas por un rubor ardiente. En la oficina, yacía reclinado, buscando reposo.

-No puedo ceder a tales pensamientos...

Un gesto de descontento onduló en su rostro, y sus ojos, pesados, se cerraron con determinación, dispuestos a acallar la tumultuosa mente.

Desde la llegada de Jungkook al hospital, el eco de cambios reverberaba en la vida de Jimin. Un hueco, antes casi imperceptible, se tornó un abismo indispensable, un vacío que necesitaba llenar, sin comprender del todo por qué. El hospital se convirtió en un faro de anhelo, una morada donde ejercía su arte, su profesión, y donde la estancia en la habitación de Jungkook se tornaba en una quimera seductora. Tal vez, ansiaba prolongar esos momentos, compartiendo diálogos más prolongados, ansiando la cercanía de su piel o cualquier atisbo de conexión.

Un impulso, inexplicablemente extraño, había conquistado a Jimin en su totalidad.

Hablando de lo inquietante, eso era lo que Jimin experimentaba cada vez que su turno nocturno lo llevaba a presenciar a Jungkook conversando solo en su recámara acorazada. Conocía a cada alma que entraba o salía de aquel recinto, pero el instante en que se encontraba solo, moviendo los labios en un parloteo inaudible, le provocaba un escalofrío que erizaba su piel.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora