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La brisa gélida, desafiante en su incursión sin permiso, penetró la estancia a través de la ventana entreabierta del castaño centenario. Como un intruso sigiloso, inundó la habitación con un frío que carecía de descripción, presagiando tal vez una lluvia inminente.

Del santuario del baño, Jungkook emergió como un protagonista reticente, un misterio en movimiento. Había desafiado la vigilancia atenta de las enfermeras al concederse la indulgencia de una ducha clandestina, un acto de rebeldía contra el sentirse contaminado. Era una costumbre arraigada en él, la necesidad de desterrar la suciedad antes del descanso nocturno. Con un gesto delicado, su cabello oscuro como el terciopelo de la noche fue sometido a los cariñosos cuidados de una pequeña toalla, un suave contrapunto al asalto feroz de la brisa que atacaba su cuerpo húmedo con una intensidad que le robaba el aliento. En respuesta, su piel cedió al temblor involuntario que la invadía.

—La noche parece haberse unido a la conjura del frío —murmuró Jungkook con un suspiro que parecía tejerse en la propia tela del viento.

Desplazándose con pasos cronometrados, se dirigió hacia la ventana, una frontera que él mismo selló con decisión. Allí, la luna asomaba en el escenario celeste con un semblante inusual, como si estuviera teñida de un matiz melancólico, evocando el eco de las primeras noches compartidas en las estrechas fronteras de la hospitalidad.

No obstante, el hechizo de la luna se rompió ante un espectáculo aún más sorprendente: desde las profundidades del baño emergió su hermano mayor, Yoongi, una figura de la que Jungkook había estado despojado por demasiado tiempo. Los ojos púrpuras, signo distintivo de Yoongi, se posaron sobre él con una familiaridad reposada, como si el tiempo entre ellos hubiera sido solo un intervalo en su conexión perpetua.

—Hacía ya tiempo desde la última vez que nos cruzamos —confesó Jungkook con la resonancia de los recuerdos compartidos tintineando en su voz.

Con la cadencia solemne de un poema triste, Yoongi avanzó hacia el refugio del sofá, cada paso pareciendo pesar tanto como una eternidad. La aura que solía irradiar del demonio, inmutable y arrolladora como las llamas infernales, se había convertido en una sombra de melancolía, una partitura musical quebrada en busca de su resolución final. Las manos que alguna vez dirigieron el destino con destreza, ahora temblaban con una fragilidad que resonaba en el corazón de los observadores.

Un llanto silencioso, un río de lágrimas que fluía sin ruido, rasgó el silencio como un cuchillo afilado, penetrando el espacio con su carga de sufrimiento contenido. La imagen de Yoongi, un ser cuya fortaleza se había erigido como un muro impenetrable, desmoronándose en la vulnerabilidad del llanto, dejó a Jungkook suspendido en una sorpresa que desafiaba los límites de la lógica y la expectativa. La yuxtaposición de "Yoongi" y "llorar" en la misma oración era un enigma desconcertante, un quiebre en las reglas que gobernaban su mundo compartido.

El castaño avanzó con pasos deliberados hacia su hermano mayor, una determinación palpable en cada movimiento. Se acomodó a su lado, extendiendo una mano reconfortante sobre la espalda pálida de su hermano, infundiendo un poco de calidez en ese gesto.

—¿Qué ha ocurrido, hyung?

Los ojos púrpuras del joven se alzaron, cargados de tristeza mientras encontraban la mirada de su benjamín. Su rostro, enrojecido por las lágrimas, era un testimonio silencioso de su tormento interior. En ese momento, Jungkook no podía más que especular sobre la causa.

—Se dio cuenta, Jungkook.

—¿Se dio cuenta? ¿Quién?

Hoseok.

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Durante un tiempo, Yoongi había estado observando a Hoseok desde lejos, a veces desde la sombra de la sala de prácticas donde este daba clases de baile. La sonrisa en el rostro de Hoseok era algo que Yoongi apreciaba, era evidente que disfrutaba enseñando y practicando el baile, como si fuera una parte intrínseca de él.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora