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-¡Qué diablos es esto! -gritó Jimin, agobiado y con la nariz tapada, desde su lecho, con un tono que rozaba el llanto.

El cómo llegó a tal estado era un misterio para él. Siempre se había cuidado meticulosamente: tres comidas al día, ejercicio regular, frutas como parte de su dieta y una actitud generalmente optimista. ¿Por qué tenía que ser víctima de semejante situación?

¿No podría ser alguien más el que experimentara esto en lugar de él? La enfermedad lo dejaba sin fuerzas y sin voluntad para hacer nada, lo colmaba de frustración y el impulso de patalear como un niño caprichoso surgió, pero fue rápidamente sofocado por el punzante dolor de cabeza que lo aquejaba.

La madre de Jimin asomó su cabeza por la puerta, llevando consigo una sonrisa cálida que se posó como un rayo de sol en su hijo enfermo.

-Esto es lo que pasa cuando desprecias la bebida caliente que te ofrecí anoche -comentó con voz dulce, como quien advierte sin regañar.

-Creo que en este momento sí quiero esa bebida -musitó él entre quejas, haciendo un esfuerzo por incorporarse en la cama. Sin embargo, su cuerpo dolía en cada punto, y su nariz ardía con una persistencia que no daba tregua.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Jimin, devolviéndolo a la cama con una rendición resignada. Sus fuerzas parecían haberse evaporado por completo, dejándolo inmovilizado en su refugio de almohadas.

La madre, preocupada, intentó acercarse, pero él la detuvo con un gesto débil pero firme.

-No... Quédate allí. No quiero que esto también te afecte.

A pesar de sus súplicas, la mujer de cabellos castaños torció los labios, desafiando su resistencia y se sentó en el borde de la cama, cruzando las piernas con determinación. Sus ojos destilaban una preocupación profunda mientras se clavaban en Jimin.

-Soy tu madre, Park Jimin. Te amo y me preocupo. Por lo tanto, no voy a caer enferma solo por cuidarte -las palabras de la mujer fluyeron con una calidez reconfortante, como un bálsamo para el sufrimiento de Jimin.

La mano de su madre se posó en su frente, pero la apartó con rapidez, como si la temperatura de su piel fuera un fuego incandescente.

-Estás ardiendo... Necesitamos ir al hospital.

Jimin negó con la cabeza, sus ojos reflejando el tormento que sentía.

-No quiero.

La mujer mantuvo su mirada firme, sin ceder.

-Sí lo haremos.

-No, mamá...

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-Nunca me imaginé como paciente en mi propio lugar de trabajo... -susurró con un atisbo de ironía.

La observación de su compañero enfermo arrancó una risa suave de los labios de Hyunjin. La habitación que compartían, poblada por dos personas más, proporcionaba cierta privacidad gracias a las persianas, aunque esta no resultaba del todo completa.

-Habría sido útil que me hubieras dicho anoche que necesitabas transporte. Lo hago siempre por Jess, ¿por qué no lo haría por ti?

Los ojos esmeralda de Jimin se nublaron con una mirada blanquecina durante unos instantes, provocando risas en su compañero. Intentó reajustarse en la camilla, pero cada movimiento desató un torrente de dolor en su cuerpo.

-Hey, amigo, no te muevas tan bruscamente. Tu cuerpo está en un estado delicado, necesitas hidratación intravenosa. Jess no debería tardar en traer el suero. Mientras tanto... -Jimin dirigió una mirada entrecerrada hacia su interlocutor, sus ojos pesados por el cansancio.- He oído que has estado evitando a toda costa venir al hospital.

Nuestra historia entre tus dedos ‹𝟹 Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora