Capítulo 55 Nadie tiene permitido irse

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Las meseras que atendían a los clientes en la cabina privada estaban tan aturdidas que se olvidaron de llamar a seguridad, nunca antes habían visto a nadie crear semejante alboroto en este club. Debbie encontró a la chica que había estado haciendo comentarios lascivos sobre ella y Gregory y la sujetó contra la pared.— Si te atreves a contar de nuevo una historia como la que dijiste, te cortaré la lengua y te la daré de comer yo misma —dijo ella como amenaza.

La cara de la chica estaba tan pálida como un fantasma, demasiado asustada para pronunciar una palabra, ella sacudió la cabeza, dando a entender que no volvería a hacerlo.

Finalmente, Jeremías regresó a la sala con uno de sus amigos, ambos estaban completamente sorprendidos por lo que estaban viendo ya que el lugar era un desastre.

Jeremías observó la habitación por todos lados y encontró a Debbie con las manos envueltas alrededor de la garganta de una chica. —Jefa, ¿Qué está pasando aquí? —Todos en la sala soltaron un profundo suspiro de alivio cuando escucharon su voz, los presentes se reunieron a su alrededor y se quejaron: —Jeremías, por favor, haz algo, ¡mira a Debbie! ¡Se ha vuelto loca! Ella lo ha arruinado todo. —Algunos de los cobardes que se habían burlado de Debbie ya se habían escapado, ya que no querían ser arrastrados a este embrollo.

Después de que alguien le informó a Jeremías lo que había estado pasando, su siguiente acción tomó a todos por sorpresa.

Él se subió a una silla y señaló a las chicas que estaban paralizadas en la esquina mientras les gritaba: —¡Perras! ¿Acaso están locas? ¿Son realmente tan estúpidas como para crear historias como esa? Pensaron que no les haríamos daño porque son mujeres, ¿cierto? Jefa, puedes hacer lo que quieras con ellas, yo me haré responsable de lo que suceda después.... Jeremías medía 2 metros diez de altura y cuando estuvo de pie en la silla, parecía un gigante con el que nadie quería meterse.

Para entonces las cosas ya se habían salido de control, una de las meseras finalmente entró en razón y estaba a punto de llamar a seguridad cuando Jeremías la detuvo. —¡Nadie tiene permitido salir de esta habitación! —dijo él. Debbie respiró profundamente mientras soltaba a la chica y caminaba hacia su amigo, tiró de su manga y lo calmó. —Tranquilo Jeremías, ya terminé, no volveré a venir a este tipo de reuniones.

Él saltó de la silla, sacudió la mano de Debbie y caminó hacia las chicas, tomó un plato del suelo y lo arrojó hacia una de ellas, cubriendo su vestido rosa con salsa marrón. Sin prestarle atención a los quejidos petulantes de la chica, Jeremías dijo: —¿Realmente crees que Debbie no tiene idea de las horrendas cosas que dices de ella a sus espaldas?

Luego, él tomó una pata de cerdo y la metió en el suéter de otra chica, que inmediatamente se volvió marrón debido a la salsa. —Tus perras amigas deberían sentirse afortunadas de ser mujeres, de lo contrario, las habría golpeado a ciegas con mis propias manos —agregó Jeremías.

Las chicas estaban a punto de llorar, no esperaban que él fuera tan cruel con ellas.

Sin embargo, en medio de todo el caos, sólo un chico parecía no estar afectado por lo que estaba sucediendo, mientras todo el infierno se desató, él se quedó quieto en su asiento, comiendo casualmente los platillos servidos. Debbie reconoció su rostro con una mirada y se sintió sorprendida, '¿Acaso es ese Gustavo Lu, el hermano menor de Curtis? ¿Cómo es que hasta apenas me di cuenta de que estaba aquí?', se preguntó ella.

Rápidamente Debbie se deshizo de su curiosidad y decidió salir de la cabina privada, entonces agarró el brazo de Jeremías y salió corriendo del lugar a toda prisa. Ellos corrieron tan rápido que accidentalmente chocaron con dos personas afuera, una de ellas era una mujer con tacones altos, quien se tambaleó y cayó al suelo enseguida. —¡Ay! ¡Mi pierna! ¿Están ciegos? —gritó ella.

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