Debbie decidió tomar el autobús de regreso a la villa para poder cambiarse los pantalones manchados con sangre. No se atrevió a tomar un taxi por temor a manchar el asiento, así que se subió al autobús y se quedó parada en la parte de atrás para que los otros pasajeros no notaran la sangre en sus pantalones de color claro. Por suerte, todos se mantuvieron en silencio y nadie pareció notar que algo estaba mal. Cuando el autobús se detuvo en su parada, Debbie bajó rápido de un salto y caminó durante unos quince minutos hasta llegar por fin a las puertas de la zona de la villa.
Ignoró su dolor de estómago, y caminó con paso rápido hacia la villa para no cruzarse con nadie.
Al llegar, abrió la puerta y suspiró aliviada, se sentía más segura al estar por fin en un ambiente conocido. Se cambió rápido los zapatos y se dirigió en silencio a la sala de estar cruzando los dedos para que no hubiera nadie por ahí.
Por suerte, la sala de estar estaba vacía, todo lo que podía escuchar era a Julie cocinando en la cocina.
Sin embargo, su suerte se cortó pronto, porque Carlos bajó las escaleras.
Debbie se quedó inmóvil, con la esperanza de que él no mirara en su dirección, pero fue demasiado tarde; la mirada de Carlos estaba fija en ella.
Lo ignoró, pasó de lado y trató de subir las escaleras corriendo.
—¡Detente! —exigió Carlos. La ira en su voz hizo que ella se detuviera y lo mirara.
Sin embargo, le dolía el estómago otra vez, lo que le recordó que necesitaba subir las escaleras. Le dio la espalda y continuó subiendo, pero él la agarró del brazo antes de que pudiera escapar. —¿Qué te pasa? —preguntó. Su voz firme sonaba preocupada y confundida.
Desconcertada, Debbie se volvió para mirarlo.
¡Estaba mirando sus pantalones manchados de sangre!
Su rostro se puso caliente y rojo de vergüenza, necesitaba irse de ahí, así que trató de soltar su brazo. —¡Déjame ir! ¡No tiene nada que decirte!
La mano que sujetaba su brazo lo seguía apretando. —¿Qué pasó? —volvió a preguntar Carlos. —¿Te lastimaste?
—No, yo... —Debbie vaciló, tratando de encontrar las palabras adecuadas para tranquilizarlo, pero antes de que ella pudiera terminar de hablar, Carlos la atrajo hacia él.
Gritando en protesta, Debbie cayó en sus fuertes brazos. —¡Te voy a llevar al hospital ahora mismo! —anunció con firmeza.
'¿Qué le pasa?', reflexionó Carlos, 'Está sangrando, y en lugar de ir al hospital, corre a las escaleras para ir a su habitación. ¿Qué quiere hacer?'.
—¡No! ¡No me lleves al hospital! ¡Suéltame! Escucha... —Debbie se estaba enojando porque Carlos ignoraba sus súplicas.
Sin tener en cuenta su resistencia, Carlos la levantó en sus brazos y la llevó hacia la puerta.
Mientras él se cambiaba los zapatos, Debbie se apresuró a explicar: —No me lastimé, Carlos, está de visita mi primo Damián.
La miró confundido y con el ceño fruncido. —¿El primo Damián? ¿Tienes un primo llamado Damián? —'¿Y qué tiene que ver su primo Damián con el sangrado?' pensó Carlos.
Debbie puso los ojos en blanco, avergonzada. —No, no tengo un primo llamado Damián, hoy tuve mi período.
—¿Tu período?
Era evidente que Carlos todavía no entendía, y sacudió la cabeza. Ya estaba a punto de abrir la puerta para sacarla, así que no pudo soportarlo más y gritó. — ¡Menstruación! ¿Ahora lo entiendes?
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respira contigo
RomanceAmar y ser amada es lo que toda mujer sueña. Sin embargo, lo único lo que Debbie pide es el divorcio. Levaba tres años casada con un Carlos, un joven multimillonario a quien ni siquiera ha visto la cara. Cuando por fin decide poner fin su irónico m...