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No he pegado ojo en toda la noche, he estado nerviosa por tener a Darío aquí. Son las 6 de la mañana y ya me he duchado, estoy preparándole un zumo de naranja y los antibióticos.
Subo las escaleras lentamente y abro la puerta que él mismo ha roto, asomo mi cabeza y está dormido boca arriba.
Uno de sus brazos lo tiene debajo de la cabeza y el otro encima de su pecho, que ya no lleva camiseta. Tiene el cuerpo hecho por un escultor griego, es toda una obra de arte. La belleza de Darío es distinta al resto de su familia, él es de pelo castaño y poca barba, los ojos verdosos que gozan de un brillo antinatural. Es muy alto y grande, sus manos comparadas con las mías parecen monstruosas. Pero Darío no es solo eso, su personalidad extraña es lo que atrae, es distinto a los pocos hombres que he conocido en mi vida.
El corto tiempo que he pasado en Las Vegas, me he dado cuenta de que es caballeroso y coqueto cuando está a solas conmigo. Y cuando volví de allí, busqué información sobre él, en el sistema que tenemos en THE7, y he descubierto que es un médico extraordinario, sus calificaciones fueron de matrículas de honor, también tiene un doctorado en la especialidad de neurocirugía. Y lo que más me ha chocado es saber que no solo es cirujano, además se ha licenciado en un doble grado de psiquiatría y psicología en un tiempo récord, aunque de esto se desconocen las calificaciones y si ha realizado algún trabajo importante.
También supe que es un Capo de alto rango, y se le suele mimar mucho en La Cosa Nostra, poco le ha podido negar el anterior Don, su tío, o el actual Don, Alessandro De Marchetti, su primo hermano. Sé que es hijo único y que su segundo y mano derecha es, su mejor amigo Carl Martini, un miembro de la mafia italiana que se quedó huérfano en una masacre que tuvo el padre de Darío en su territorio, poco tiempo después Darío lo conoció cuando apenas tenía 10 años, lo acogió en su familia y desde entonces, no se han separado, y está bajo la protección directa de Chicago.
Y eso no es todo, descubrí que tiene hospitales por todo el mundo en su patrimonio personal, y muchos psiquiátricos y hospitales para niños pequeños, eso es lo que más me gustó de alguien como él. Dona una gran cantidad de dinero para la salud mental, y es una buena acción, pero ¿por qué esa especialidad? Lo desconozco totalmente.
Me acerco a la cama y le paso la mano por la frente, está ardiendo e inmediatamente me arrepiento de no haberle dado las medicinas antes.
Su mano se dispara a la mía y grito.
— Dios, me matarás de un disgusto.
— Eres tú la que ha entrado como una ratita aquí.— Sus ojos se clavan en mí y su voz ronca provoca algo en mí que todavía intento descubrir qué es.
— Te he traído zumo de naranja, lo he hecho yo.— Me suelta la mano y se incorpora.
— ¿Lo has hecho para mí?
— Sí, claro, eres tú el enfermo.— Eso le arranca la primera sonrisa del día, y qué sonrisa de tiburón tiene.
— La culpable de que enferme eres tú, ahora debes cuidarme.
— Cuando se te baje la fiebre, te prepararé un jet para que regreses a Chicago.— Le aviso.
— No me voy a ir. No intentes discutirlo conmigo.
— De verdad, tienes que irte, ¿dónde están tus hombres?— Como estén merodeando por estas calles, llamarán la atención de La Tríada.
— En Chicago.— Dice despreocupado cogiendo el zumo.
— ¿Estás aquí sin tu propia protección?— Asiente tranquilamente y quiero pegarle un puñetazo.
— Estás demente.
— Sabía que iban a llamar la atención, así que los mandé de vuelta, pero no te preocupes, tengo amigos en todo el mundo y China no iba a ser menos.
— ¿Tienes protección de alguien aquí?— Pregunto curiosa.
— Sí, pero tranquila no es de tu familia.
— ¿De quién?— Darío me desconcierta en todo momento.
— ¿Quieres saberlo?
— Sí, obviamente.
— Siéntate y te lo cuento.— Me siento a su lado y espero impacientemente.
— De Jin Dalai.— Ahogo un grito.
— Ese es...— Me corta y termina por mí.
— El máximo jefe del ejército chino, el gran general, lo sé.— Dice, como si no fuese importante.
— ¿Cómo lo conseguiste?— Me mira divertido y yo me muero de curiosidad.
— Eso no importa, estoy bajo su protección cada vez que piso esta tierra.— Le doy un pequeño empujón con el hombro, para que me cuente más.
— Venga, no seas un aguafiestas, dime, ¿cómo has conseguido eso? Y más siendo un Capo italiano.
Clavo sus ojos en mí y se acaricia la barba.
— Me debía un favor.— Se me escapa una risa.
— Eso es imposible.— ¿Cómo va a deberle un favor el jefe del ejército chino?
— ¿No me crees?— Ahora, me mira serio y no sé qué pensar.
— Cuéntame cuál era ese favor y te creeré.
— Te lo cuento porque quiero, no porque me creas o no.— Sonrío y él sigue hablando.
— Pues verás, su hija pequeña estuvo veraneando en Italia y tuvo un accidente fatal y no podían trasladarla a ningún sitio. Su padre, desesperado, contactó con mi tío, el padre de Aless, pidiéndole ayuda, él sabía que La Cosa Nostra, goza de la mejor medicina en su propio país y ya había escuchado hablar de mí. Yo estaba allí con mi familia y me llamó mi tío y me dio barra libre para negociar con él.